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Colombia ocupa el segundo lugar, después de Afganistán, en registrar más menores de edad víctimas de minas antipersonal (MAP) y el tercer lugar en el mundo con más víctimas civiles por estos artefactos. Conversamos con Briyith Estrada, supervisora de uno de los equipos de desminado humanitario que realiza operaciones en el poblado de Algeciras. 

 


“La mina [antipersonal] no come, no duerme, no se cansa, no llora, no siente y está latente las 24 horas”, así describe un militar sobreviviente de estos artefactos explosivos la efectividad que estos tienen para herir. “El pequeño león dormido”, como lo llama otro sobreviviente, no discrimina entre civiles y militares, tampoco entre mujeres, niños, hombres y ancianos. Este soldado silencioso es un guerrero perfecto. 

Colombia ocupa el segundo lugar, después de Afganistán, en registrar más menores de edad víctimas de minas antipersonal (MAP) y el tercer lugar en el mundo con más víctimas civiles por estos artefactos. Con la firma del acuerdo de paz entre el gobierno de Juan Manuel Santos y la antigua guerrilla de las FARC se presentó una tendencia a la baja en el número de víctimas en 2016, sin embargo, el universo de víctimas por estos artefactos sigue creciendo. 

Desde 1990, año en que se comienza a tener un registro oficial de víctimas por MAP y de municiones sin explosionar (MUSE) y hasta el 30 de junio de 2019, se registraron en el país 11, 765 víctimas de estos artefactos. En lo que va de 2019 se han registrado 72 víctimas, entre civiles y militares. Si bien las MAP son armas diseñadas para herir, 1 de cada 5 afectados muere, quienes sobreviven lo hacen cargando profundas secuelas por el resto de sus vidas como amputaciones, órganos afectados, discapacidades y proyectos de vida truncados. El 61% de estas víctimas han sido miembros de la fuerza pública. 

En 512 municipios de los 1,122 que tiene Colombia se han registrado “accidentes” a causa de estos artefactos. Los departamentos más afectados son Antioquia, Nariño, Meta, Cauca y Norte de Santander. Comunidades enteras han sido confinadas, otras han sido desplazadas, mientras que caminos veredales y vastos territorios han sido abandonados. Las MAP y MUSE también afectan la vida en comunidad, disuelven familias y siembran miedo y zozobra. 

En el marco de la negociaciones de paz entre el gobierno nacional y la antigua guerrilla de las FARC que se adelantaron en La Habana, Cuba, en marzo de 2015 las partes acordaron llevar a cabo el proyecto piloto de desminado humanitario en la vereda de El Orejón, del municipio de Briceño, departamento de Antioquia, el más afectado del país. Para dicho proyecto de desminado se seleccionó a la Ayuda Popular Noruega (APN) para liderar y coordinar esta tarea de no poca envergadura, en la que participaron también soldados y guerrilleros de las FARC. 

El proyecto terminó de implementarse a finales de 2016 y este territorio se declaró libre de sospecha de minas. Después de este piloto, 174 municipios han sido declarados libres de sospecha de MAP y MUSE gracias al desminado humanitario que llevan a cabo organizaciones como la Campaña Colombiana contra Minas (CCCM), The HALO Trust, Humanity & Inclusion y la Brigada de Ingenieros de Desminado Humanitario, por mencionar algunas. 

Durante su mandato, el expresidente y premio Nobel de Paz de 2016, Juan Manuel Santos reiteró su compromiso de declarar a todo el territorio colombiano como libre de sospecha de minas para 2021. La tarea ha sido larga y compleja, en parte porque la geografía colombiana dificulta la labor de desminado humanitario. También debido a que no existe un mapeo en el que se puedan localizar los campos minados que dejó la guerrilla de las FARC, sumado al agravante de que grupos armados ilegales como el Ejército de Liberación Nacional (ELN) o algunas Bandas criminales (BACRIM), como el Clan del Golfo, siguen empleando estos artefactos con diferentes propósitos, entre estos la protección de cultivos de uso ilícito o para su retaguardia. Ya lo había anunciado Jody Williams, Premio Nobel de paz de 1997, “cuando la guerra ha terminado, las minas antipersonal permanecen en el suelo y siguen matando por décadas”.

La Campaña Colombiana contra Minas ha sido la primera organización en el país en recibir acreditación en 2017, por parte de la OEA, para poder realizar desminado humanitario civil, en el municipio de Algeciras, en el departamento del Huila, localizado al sur del país. 

Briyith, oriunda de Algeciras, es una mujer joven de 23 años que llegó a la CCCM hace dos años y medio, cuando esta ONG decidió abrir allí una convocatoria para capacitar a civiles en tareas de desminado humanitario. Briyith estudió una tecnología en gestión de recursos naturales en el Servicio Nacional de Aprendizaje (SENA), al no poder continuar con sus estudios, decidió volver al campo y trabajar como recolectora de café y cortando caña.

Conversamos con Briyith Estrada, supervisora de uno de los equipos de desminado humanitario que realiza operaciones en este poblado. 

  • Colombia ocupa el segundo lugar, después de Afganistán, en registrar más menores de edad víctimas de minas antipersonal (MAP).

  • Desde 1990 y hasta el 30 de junio de 2019, se registraron en el país 11, 765 víctimas de estos artefactos.

  • En lo que va de 2019 se han registrado 72 víctimas, entre civiles y militares.

  • Los departamentos más afectados son Antioquia, Nariño, Meta, Cauca y Norte de Santander.

Antes de que llegara la CCCM a Algeciras con el proyecto de desminado humanitario, ¿qué sabías de las minas antipersonal?

Tenía poco conocimiento en cuanto a eso. Lo poco que sabía era que las minas [antipersonal] se usaban como estrategia de los grupos armados para defenderse, para guardar algo, para evitar que el adversario llegara o para proteger algún sitio o alguna infraestructura. A veces escuchaba por las noticias sobre los accidentes que se presentaban, sobre las personas afectadas. En varias ocasiones, cuando iba con mi papá hacia alguna finca y nos encontrábamos con muchas pilas [baterías] me decía que eran partes o componentes de alguna mina y que estas las hacían con cualquier material y en poco tiempo.

Al ingresar a la CCCM no tenía conocimiento sobre qué era el desminado humanitario. Vi un trabajo muy seguro a pesar de que el municipio del que vengo ha sido muy afectado por la violencia, también tomé esa decisión para poner mi grano de arena y ayudar a que Algeciras sea un municipio más tranquilo de lo que anteriormente era.

¿Qué piensa tu familia sobre el trabajo que realizas?

La decisión de ingresar a la CCCM la tomé sola. No he contado mucho con el apoyo emocional de mis papás. He sido muy independiente en esas cosas. Al inicio lo tomé como una forma de trabajo. Para la familia existe ese temor de que a uno le pase algo, mi mamá me insistía en que no trabajara aquí, me decía que tuviera cuidado, que recordara a las personas que se han quedado sin brazos o sin piernas. Para mis papás fue difícil asumirlo, con el tiempo les he explicado que este es un trabajo muy seguro. Yo he asumido esto como un reto personal. 

¿Para ti qué es el desminado humanitario?

Es aquel que realizamos los civiles que estamos en pro de ayudar a las comunidades, a diferencia del desminado militar que se hace para que la fuerza pública pueda desplegarse. Junto con el desminado humanitario apoyamos la asistencia a víctimas, la educación en el riesgo de minas y le entregamos a las comunidades territorios libres de sospecha de minas para que ellos puedan ingresar a esas áreas y hacer uso de esos territorios o caminos que habían dejado abandonados durante mucho tiempo. 

 ¿Cómo están compuestos los equipos de desminadores?

Un equipo normal se compone de un supervisor, un líder, mínimo cuatro desminadores, un paramédico y un conductor de vehículo encargado de evacuar a algún paciente en caso de que se requiera. He llegado a manejar hasta 9 personas. Para mí es muy grato saber que la organización, independientemente de los roles que tiene, está conformada también por mujeres, es evidente la participación de las mujeres. Las mujeres también podemos asumir cualquier reto. Cuando ingresé a la CCM sí se veía una gran diferencia en la proporción entre hombres y mujeres, un 75% eran hombres, pero ahora hay más paridad. 

¿Qué actividades implica el desminado humanitario?

Manejamos turnos de 21 días por 7, es decir, por 21 días seguidos de trabajo, tenemos 7 días de descanso. Esos 21 días estamos todo el tiempo en campo. Lo primero que se hace al llegar a un territorio es establecer un punto de concentración, que es la base de operaciones, desde donde hacemos los desplazamientos en los vehículos hasta las áreas contaminadas [por presencia de MAP y MUSE] o hasta la parte en donde se acaba la carretera. Los muchachos, hombres y mujeres, cargan cada uno con su equipo, que pesa más o menos dos arrobas y media.

De ahí continuamos hasta el punto campamentario donde nos alojamos, eso ya es campo, potrero, zona rural, porque la contaminación está en las zonas montañosa que eran los sitios estratégicos para estos grupos [armados al margen de la ley]. Antes de iniciar una operación de despeje se establecen las rutas de acceso, las de evacuación, los campamentos donde se alojará el personal. Todo el tema logístico. 

Cuando ya está establecido el campamento se debe hacer la respectiva adecuación del área demarcada que nos reporta el estudio no técnico, que es la primera fase que se hace, dependiendo de la información que la comunidad brinda. Con esa información se genera un polígono demarcado al que ingresamos con las herramientas y los equipos necesarios para despejar y eliminar esa amenaza que la comunidad tiene. Posteriormente, se establece un punto de control en donde va a estar un supervisor, el paramédico también tiene que estar ahí velando por la seguridad y por la salud del personal en caso de algún incidente o accidente. 

¿Cómo es la cotidianidad? ¿En qué consiste una jornada de trabajo?

Establecidas esas áreas administrativas que ya mencioné, los muchachos ya comienzan su jornada. Nos levantamos a las 5:30 a.m., nos alistamos y realizamos el aseo del campamento. A las 6:30 de la mañana el supervisor y el líder están realizando una reunión en donde dan todas las medidas de seguridad. Se le pregunta al personal cómo está en temas de salud y en temas emocionales. Porque cuando hay una persona que está baja de ánimo no es recomendable que trabaje ese día. Es un riesgo que se corre porque es un procedimiento muy rigoroso, que requiere también de mucha concentración. Después de esa reunión y de haber establecido esos puntos de convivencia se hacen los desplazamientos a las áreas. Hay algunas cercanas a los campamentos, hay otras alejadas. 

Cuando se llega a las áreas contaminadas, los muchachos hacen su respectivo alistamiento de carril. Alistan su herramienta y verifican que su detector esté en óptimas condiciones. En nuestro caso el detector es como la vida, si el detector nos falla estamos corriendo un riesgo muy grande, es nuestra principal protección.

Aparte de eso utilizamos unos elementos de protección personal: un casco, un visor y un chaleco que ayudan a mitigar algún tipo de esquirlas. Después de eso los desminadores inician la operación que se conoce como despeje. Ellos están con el casco puesto 45 minutos, arrodillados. Nosotros despejamos centímetro a centímetro. Nos toma mucho tiempo avanzar con esta tarea. 45 minutos de actividad por 15 minutos de receso. El sol, el peso del casco, el ruido del detector, hacen necesario pausas de 15 minutos y así hasta las 4 de la tarde. A esa hora se hacen los respectivos controles de calidad, el supervisor y el líder verifican que el procedimiento haya quedado bien hecho. Regresamos al campamento base y los muchachos organizan su herramienta y le hacen mantenimiento.  

La geografía colombiana es una geografía muy accidentada. Montañosa, las minas antipersonal se van desplazando en la tierra. No existen tampoco mapas que señalen su ubicación. ¿Cuánto se demoran ustedes en dejar un área libre de sospecha de minas? 

Eso depende de muchos factores. Primero de la cantidad de metros o de la cantidad de terreno que tengamos que despejar. En un día promedio está establecido que se desmine un área de 9.5 metros. Las condiciones climáticas pueden afectar las operaciones porque, por ejemplo, cuando hay demasiada lluvia no podemos realizarlas; con hay nubosidad tampoco porque los visores se empañan, entonces no hay visibilidad; si el terreno es muy inclinado el rendimiento disminuye porque el desminado no puede avanzar igual que en un sitio plano. Cuando hay demasiada contaminación por desechos metálicos el procedimiento también se vuelve lento porque cada pedazo de metal requiere de una investigación.

Ante cualquier sonido que hace el detector pensamos que es una mina. La vegetación también incide, cuando hay vegetación alta el rendimiento disminuye porque hay que hacer cortes desde arriba hacia abajo. Nosotros también respetamos el diámetro de los árboles. No podemos cortar árboles con diámetros mayores a los 10 centímetros y cuando son menores los diámetros y no afectan nuestra tarea, tampoco los cortamos. El desminado busca afectar lo menos posible el medio ambiente. 

¿Qué otro tipo de actividades con la comunidad llevan a cabo diferentes a las que ya mencionaste? ¿Cómo es esa relación con la comunidad? 

La relación con la comunidad es fundamental, nuestro principal interés es poder servir a la comunidad, tenemos una responsabilidad con ellos. El enlace comunitario es fundamenta. Al inicio buscamos establecer un vínculo de confianza para que la comunidad pueda compartirnos información sobre aquellos lugares en los que se sospecha que hay presencia de minas. Si la comunidad no nos brinda esa información nos quedamos con las manos cruzadas porque no sabemos qué terreno debemos despejar. Todo depende de la información que nos brindan los pobladores. 

En estos dos años y medio que has estado en la organización, ¿qué ha sido lo más difícil, aquello que te ha implicado un mayor reto? ¿Y qué ha sido lo más gratificante de este trabajo?

Lo más difícil ha sido el manejo del personal. Nosotras como mujeres somos juzgadas y se pone en duda que podamos asumir ciertos retos o algún cargo. Las alegrías han sido muchas, cuando uno encuentra un artefacto uno piensa “uno menos”, una persona menos que puede ser víctima. También es gratificante cuando vemos que existe más tranquilidad en el municipio. La gente ahora sale al campo tranquila. Es gratificante cuando entregamos esas áreas despejadas a la comunidad, territorios que habían sido abandonados y que nosotros despejamos. Ver que la gente ingresa y ocupa nuevamente esos territorios, que vuelve a cultivar esas tierras, es la principal motivación y alegría. Uno se dice “vamos a seguir despejando para que la gente regrese”. 

Sobre la implementación de los acuerdos de paz con las FARC, que no ha sido fácil. ¿Qué mensaje, desde lo que tú haces, le podrías enviar a quienes aún no creen en el mismo?

No perdamos la fe. Nosotros continuamos y continuaremos con lo que venimos haciendo y así seguiremos trabajando para evitar que más personas sean víctimas de estos artefactos. Vamos a continuar nuestra tarea para así tratar de entregarle a las comunidades las áreas que más podamos descontaminar.

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Diseño de portada: Alma Ríos
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Bogotá, Colombia, 1981. Politóloga y Magíster en Ciencia Política de la Universidad de Los Andes (Bogotá- Colombia); Magíster en Política Internacional de la Universidad de Birmingham (Inglaterra); Doctora en Ciencias Sociales con mención en Sociología de la FLACSO (Sede México). Actualmente es periodista independiente interesada en temas de memoria histórica, construcción de paz, justicia transicional y conflicto armado. Es asesora de comunicaciones del Instituto de Estudios Políticos y Relaciones Internacionales de la Universidad Nacional de Colombia.

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