Conversamos con Ilich Rojas, excombatiente de las FARC-EP, sobre su pasado en la guerrilla, el proceso de paz y los desafíos que implica dejar las armas para hacer política con las ideas.
El 1 de enero, Benjamín Banguera Rosales viajaba en una moto cuando fue asesinado por hombres armados en el cálido y húmedo municipio de Guapi, ubicado en la exuberancia del litoral pacífico del departamento del Cauca, al sur del país. Este hombre de 41 años, exguerrillero de las FARC-EP, que ya había denunciado amenazas en su contra, fue el primer desmovilizado de la antigua guerrilla asesinado en 2020.
La implementación del acuerdo de paz, firmado entre el gobierno del presidente Juan Manuel Santos (2010-2018) y la guerrilla de las FARC-EP a finales de 2016, no ha sido una tarea sencilla. En septiembre del año pasado el Centro de Investigación y Educación Popular (CINEP) junto con el Centro de Recursos para Análisis de Conflictos (CERAC) publicaron un documento en el que realizaron un balance de la implementación de los acuerdos teniendo en cuenta los principales avances y retos. En materia de reincorporación de los excombatientes, reina la incertidumbre en relación con la titularidad de los terrenos en donde estos viven actualmente, las garantías de seguridad en estos espacios y la adquisición de tierras para que los desmovilizados lleven a cabo sus proyectos productivos.
El panorama para los desmovilizados se vuelve más oscuro con las preocupantes cifras de asesinatos de excombatientes de la antigua guerrilla. Desde la firma del acuerdo hasta la fecha, el asesinato de desmovilizados de las FARC-EP, hoy convertidas en el partido político Fuerza Alternativa Revolucionaria del Común (FARC), sigue en aumento. En el informe más reciente de la Misión de Verificación de las Naciones Unidas en Colombia, publicado en diciembre de 2019, hasta finales del año pasado 173 desmovilizados fueron asesinados desde la firma del acuerdo, 77 de ellos en 2019. En lo que va de 2020 al menos 5 excombatientes han perdido la vida de manera violenta. A estas preocupantes cifras se suman 14 desapariciones y 29 intentos de homicidio.
Conversamos con Ilich Rojas, excombatiente y actual asesor de cultura del Partido FARC sobre su pasado en la guerrilla, sus reflexiones sobre el proceso de paz y sus perspectivas sobre los desafíos que implica dejar las armas para hacer política con las ideas.
Cuéntenos sobre usted. ¿Quién es Ilich Rojas?
Soy de Bogotá, nací en una familia de clase alta, mi papá fue gerente de un banco importante en Colombia y por malos negocios la familia entró en crisis. A raíz de eso, pasé de estudiar en colegios de gente con mucha plata a estudiar en un colegio público de Bogotá en donde terminé el bachillerato. Tuve que prestar servicio militar obligatorio en un Batallón de Bogotá, pero por rebelde y como castigo me enviaron a Tolemaida (municipio cercano a Bogotá en donde opera un batallón del ejército) a tomar el curso de fuerzas especiales donde el trato era muy malo para el soldado. Ellos no sabían a quién estaban formando. Desde el bachillerato yo ya tenía contacto con las FARC- EP. Cuando cursaba tercer semestre de ingeniería, comencé a estudiar Ciencias Sociales en otra universidad de la capital, allí hice parte de un equipo de investigación del profesor Darío Betancourt Echeverry, a quien el paramilitarismo desaparece, tortura y asesina. Al mes de sucedido eso me hacen un atentado y me disparan en el brazo. Luego matan a otros dos profesores del equipo y ahí me dan la orden de no seguir en Bogotá por cuestiones de seguridad. En esa época ya habían comenzado las negociaciones en el Caguán. Desde ahí no volví a ver ciudad.
¿Cómo se da ese contacto con las FARC-EP? ¿Cómo comienza esa vida en el monte?
Desde bachillerato empiezo a estar en grupos de estudio en universidades, allí conozco a estudiantes que pertenecían a la guerrilla y que me comparten su experiencia. Yo comienzo la vida clandestina en el Partido Comunista Clandestino Colombiano, de ahí paso a las milicias bolivarianas y después como guerrillero a las FARC-EP.
¿En qué momento se interesa usted por esas ideas?
Vengo de una familia que pudo estudiar en la universidad y que eran los “chicos rebeldes”. Crecí con la música de Silvio Rodríguez, Pablo Milanés y tuve contacto con lecturas de la izquierda. Cuando mi familia entró en crisis económica, yo ya estaba involucrado con las FARC-EP y continué con ese contacto.
Cuando ya está metido de lleno en la guerrilla ¿cómo es esa vida allí? ¿Qué fue lo más difícil de estar en el monte?
Cuando entro a las FARC-EP hay dos momentos. Primero ingreso a la red urbana y allí permanezco algunos años, luego me ordenan subir para el monte a unidades rurales. Los dos escenarios son muy distintos. En Bogotá era muy importante mantener la clandestinidad por la seguridad propia, muchos de los muchachos de las milicias que fueron capturados en Bogotá terminaron desaparecidos, torturados o asesinados. En el monte fue muy duro adaptarme, al final de cuentas yo soy de ciudad. A pesar de tener un buen estado físico, no lograba tener el mismo estado físico de los campesinos y de los guerrilleros de base. Teníamos que caminar muchas horas, con mucho peso, cargábamos la pechera, el fusil, el morral. No perderse en el monte también era muy difícil, son otras formas de ubicación geográfica. Tampoco sabía caminar a oscuras. Una cosa es la guerra en la ciudad, la táctica urbana es muy diferente a la táctica rural. Me tocó adaptarme a ese nuevo modo de operar.
Cuando comienzan las negociaciones con el gobierno de Juan Manuel Santos, ¿cómo recibieron ustedes esa noticia?
Por esa época tuve unos problemas de salud graves, estaba recuperándome cuando me dan la noticia de que se está haciendo una aproximación con Santos [2012]. Comienzo entonces a hacer pedagogía de paz a nivel nacional, pasando por los campamentos y cuando la paz ya se va a firmar, me recogen y me llevan al Espacio Territorial de Capacitación y Reincorporación (ETCR) de Icononzo y allí hacemos la dejación de armas.
Cuando usted hacía esa pedagogía, ¿cómo la recibía la gente?
Se ha tenido mucha desconfianza porque sabíamos con quién íbamos a negociar. Con la pedagogía que hicimos y cuando nos fuimos a la X conferencia, la guerrillerada en pleno decide que el paso siguiente es llegar al acuerdo de paz y empezar a hacer política a través de la palabra. Esto ha sido un proceso duro, un proceso de readaptación a la vida civil. Pero, aún así la FARC ha estado dispuesta a hacer la paz, nunca se hizo la guerra por la guerra en sí. Hicimos la guerra por una acción política, porque no nos dejaron otras vías para hacer la política y por eso nos fuimos por el camino de las armas. Cuando asumimos esa acción de orden militar teníamos claro que el objetivo era tomar el poder o hacer política a través de la palabra, las armas eran una herramienta.
Cuando se decide hacer un referendo para darle legitimidad a esos acuerdos, ¿cómo recibió el triunfo del “No”?
Fue un momento muy triste. Yo particularmente estaba bastante pesimista, sobretodo porque yo hice desde Bogotá campaña por el Sí, y en los sectores populares y en los más pobres uno veía que el discurso uribista estaba calando, que la estructura mediática que tenía la campaña por el No, llena de mentiras y de falsas noticias, llegó a esos sectores de la sociedad, que fueron decisivos para que el No ganara. Y eso es un reflejo del manejo que tienen los poderosos frente a los medios de comunicación que se convirtieron en “aparatos de guerra” y que hicieron posible que el No derrotara la posibilidad de firmar el acuerdo de paz sin ningún otro obstáculo por delante.
Cuando se hacen esas modificaciones al acuerdo de paz, ¿cómo reaccionó usted y cómo reaccionaron sus compañeros cuando se dio por fin esa firma a finales de 2016?
Todo empeoró porque al acuerdo de paz le modificaron unos puntos esenciales. Empezaron a cambiar cosas que ya se daban por negociadas. Nosotros seguíamos con una esperanza muy grande, empezamos a tener contacto con la población civil en los lugares en donde nos estábamos acantonando y eso nos permitió tener una visión más clara del trabajo que se nos venía, que si bien es una tarea grande dada la estigmatización de los medios de comunicación, cuando la gente nos conoce se da cuenta de que esas noticias mentirosas no tienen un sustento real, en esos acercamientos hemos ido avanzando y aún así ha sido muy duro por todo el incumplimiento, por los asesinatos, por la persistencia del paramilitarismo y en el momento en el que llega el gobierno de Uribe en cabeza de Duque es muy complicado porque se agudiza todo.
¿Para usted qué ha sido lo más difícil, aparte de ese incumplimiento por parte del gobierno actual, de regresar a la vida civil y de haber dejado las armas?
Lo más difícil sigue siendo la reincorporación porque nosotros no tenemos las condiciones económicas y el mismo incumplimiento no ha permitido que nosotros podamos reintegrarnos a la sociedad de una forma correcta. En el día a día uno se preocupa por cómo sobrevivir. Nosotros andamos con el peso real de la amenaza del paramilitarismo. Imagínese usted cuando cada dos días nos enteramos que asesinan a uno o dos compañeros.
¿Cuáles son las apuesta políticas del partido de la FARC? ¿Y cómo ve usted el escenario electoral?
El escenario electoral es muy difícil y complejo. Estamos haciendo en muchos sitios del país campaña política para tener algunas curules, pero el problema sigue siendo el mismo, las maquinarias paramilitares y de los grandes partidos políticos siguen estando ahí. Mientras nosotros intentamos con las uñas hacer algo, ellos tienen todos los millones para hacer campaña, manejan los medios de comunicación y manejan el control de las armas. Esta última campaña de elecciones regionales fue la más cruenta que hemos vivido en los últimos años en Colombia, en la que más candidatos fueron asesinados y amenazados. El panorama electoral sigue mediado por la violencia en la política.
¿Cómo tomó el partido la deserción de Jesús Santrich y de Iván Márquez?
Hay que decir que no hay deserción porque nosotros ya no somos un ejército. Los camaradas tomaron la decisión de volver a tomar las armas, alejándose del partido, y eso fue un golpe duro para nosotros, pero uno tiene que tomar la posición de ellos porque lo que vemos es que ellos iban directamente a una extradición. Hubo un montaje. Santrich ya sabía que lo iban a capturar la primera vez y decidió quedarse en la casa porque se sabía inocente, pero duró más de un año preso. Mi posición personal, que no es la del Partido, es que entiendo a los camaradas que se devolvieron (al monte) porque hay un incumplimiento del gobierno frente al acuerdo. Y esta no es una posición única de Santrich y de Márquez, sino de muchos muchachos que no ven cómo reincorporarse a la sociedad, sienten que fueron traicionados, que el acuerdo es letra muerta y que eso les da la posibilidad de levantarse en rebelión contra un gobierno injusto y tiránico.
Ya que nombra a estos jóvenes que eran las bases de la antigua guerrilla de las FARC y que están en estos espacios (ETCR) ¿Cómo ve usted la situación de ellos? ¿La mayoría de estos muchachos todavía le apuesta a seguir con construir paz?
La mayoría le apuesta a seguir en el proceso de paz en razón a que han formado familias, a que se han reencontrado con sus padres, tíos, con su nicho. Pero es duro porque en los ETCR o los espacios nuevos en donde la gente se está asentando están sobreviviendo con lo que ellos mismos han gestionado a nivel nacional o internacional, con proyectos productivos que están sacando adelante. Nosotros tenemos la intención de cumplir el acuerdo, nosotros tenemos palabra, pero es imposible desconocer que las condiciones objetivas de la realidad política actual nos quieren obligar a devolvernos a la guerra. El objetivo de la extrema derecha en el país es que la FARC nos devolvamos a la guerra porque de eso viven ellos. Ellos viven del discurso de la guerra. El Centro Democrático debió hacer fiesta cuando Santrich y Márquez se devolvieron al monte porque su objetivo estratégico es o darnos de baja desarmados o hacer que nos devolvamos. El mismo Uribe dijo en el Congreso “yo prefiero un guerrillero en el monte que teniéndolo acá diciendo mentiras”. Sentimos una gran tristeza de que muchachos que han entregado sus armas caigan muertos o terminen tomando las armas otra vez.
¿Qué mensaje le enviaría a los escépticos del proceso de paz, a quienes no creen que la F tiene palabra, a quienes no creen que hay un proceso de reincorporación a la vida civil?
A quienes no creen en el proceso de paz les digo que no hay otra posibilidad en Colombia para tener un nuevo país, una nueva Colombia, un futuro diferente que tenga justicia social, igualdad, equidad, en el que se pueda llegar a resolver los problemas de forma pacífica pero para eso necesitamos resolver otros problemas estructurales. El problema no es la guerra, ni la guerra de guerrillas. Siempre se han manejado matrices mediáticas poniendo el acento en el conflicto armado con las insurgencias. A los escépticos les digo que nos conozcan, nosotros estamos llegando a todos los escenarios a hablar con la gente, a comunicarles nuestras apuestas políticas y a defender la idea de que no existe otra posibilidad real de construir una nación diferente si no le apostamos a la paz, a construir un país en decencia, en ética, a la decencia de los funcionarios públicos frente al erario. Nosotros no nos fuimos al monte a jugar, hemos dado la vida por ese país por el que seguimos soñando.
¿En qué proyectos están trabajando que hagan posible la reconciliación en Colombia?
En mi caso particular el arte ha sido el catalizador para que se dé ese encuentro y superar los odios que están engendrados a partir de la guerra. A partir de la música, del teatro, hemos logrado acercarnos a la gente. Cuando se hace un festival de música o de teatro la gente empieza a hablar, la gente se suelta y nos comenzamos a dar cuenta de las cosas que tenemos en común. El arte ha sido un instrumento que nos ha permitido acercarnos. Realizamos un festival de grafiti en Bogotá “Bogotá se pinta de colores del campo”, el tercero que se hace, los dos previos fueron en dos ETCR. Estamos fortaleciéndonos en distintos escenarios, fortaleciendo la cooperativa, jugando en el tema cultural pero también en el tema educativo y así posibilitar que otros excombatientes se eduquen, y que podamos generar ingresos para vivir dignamente. A nivel internacional hemos tenido apoyo de algunas organizaciones de derechos humanos, pero nosotros estamos trabajando con las uñas, es una situación muy difícil. Estamos buscando alianzas estratégicas, el festival del grafiti lo hicimos con tres organizaciones amigas. Sin embargo han primado las trabas. Nosotros estamos solos. La moral que tuvimos en la guerra la estamos poniendo acá.
¿Usted cree que este panorama va a mejorar? ¿Cree que la situación va a cambiar?
Todo depende de la correlación de fuerzas que logremos. Si logramos consolidar unas masas que sean conscientes de que necesitamos dar un salto hacia una política nueva y de tomar control del aparato político en personas que encarnen la decencia, la honradez y la solidaridad podremos hacer algo. Nosotros luchamos por más de cincuenta años por la transformación de un país, hacia uno mejor, hacia un futuro digno. Poco a poco se han dado cambios, pero la tarea de transformación de este país es titánica. Nosotros seguimos echando la semilla para que en un futuro nuestros hijos tengan un país diferente. Nos tocó la época de la siembra, eso lo tenemos claro.
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Ilustración de portada: Alma Ríos.