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Heydi Abreu es una exjudoca cubana que desertó en una justa deportiva para buscarse una mejor vida fuera de la isla. La mujer de 29 años se enfrentó a condiciones desfavorables para las mujeres, pero no se venció y ahora trabaja como rastrera en un pozo petrolero en Texas. Mientras narra sobre cómo es el trabajo físico que realiza, rememora lo que dejó en Cuba y las razones por las que no se arrepiente de su decisión.  


 

Heidy llega, parquea, conecta la manguera de su camión a una bomba que lo mismo sirve para extraer que para botar líquido; espera que se llene, desconecta, bota su presión y se marcha. El trabajo parece fácil, pero no lo es, y lo hace cada vez que la llaman de la compañía 5H, en Odessa, Texas. Que la llamen significa ausencia, pero no olvido de su casa durante las 24, 48 horas, una semana, quince días que pasa fuera por el trabajo. Esta mujer de 29 años de edad dejó atrás las justas deportivas y los entrenamientos en su natal Cuba, y ahora maneja una rastra (un camión pesado). Cuenta que pocas veces dice que no cuando la llaman, aunque es un trabajo pesado y de separación de su hija; incluso, más de una vez le han negado el trabajo en algunas compañías porque “no contratan mujeres”. Para ella resulta un golpe oír eso. 

“Para una mujer con hijos es difícil, me paso días y días sin ver a mi hija. Mi mamá está aquí y me la cuida, por eso yo estoy tranquila. A uno le da un poco de curva al exceso de horas, pero no es recomendable porque no sienta un buen precedente. Y por ser mujer, también me subestiman, piensan que no voy a poder y tengo que hacerlo el doble de bien. Eso me choca”, explica la cubana. 

Esta exdeportista todos los días se levanta dispuesta a no ver su casa hasta que la releven. “Porque cuando trabajas en esto puedes estar dos semanas sin que te releven”. Esto significa dos semanas metida en un pozo de petróleo, extrayendo agua con mangueras pesadas. Hay varias norias conectadas al pozo, extrayendo agua, aceite y gas. Cada elemento va a un lugar distinto. A Heidy le toca sacar el agua de los depósitos para que no se desborden.

A veces los niveles no suben mucho y Heidy puede descansar un poco, pero cuando suben no para. Después, tiene que sacar de ese espacio abierto, sin techo, el agua extraída para llevarla a otro sitio. El camión soporta 120 barriles; hay que llenarlo a su capacidad total. “Cuando te mandan para allá debes dominar el trabajo, nadie ahí te lo explica”.

Se requiere de fuerza física, reconoce la exjudoca, mientras hablamos en un condominio donde reside un grupo numeroso de cubanos. Aquí viene de vez en cuando a visitar a sus amigos y demás coterráneos aunque ella vive en una casa más tradicional. Continúa el relato: “Tienes que poner a veces varias mangueras que pesan; el trabajo es muy sucio, y pasarte 24 o 48 horas sin dormir y sucia es duro. He tenido la suerte de que los hombres que trabajan conmigo me han ayudado. Como hay tantos cubanos, me ayudan, pero cuando me toca sola sí es duro. Y sí, tienes que hacer fuerza; cuando se te tupe una manguera, por ejemplo, golpear esa manguera para que se destape; cuando tienes que subirte a lavar a presión el tanque por dentro, con varios grados de temperatura bajo cero y tú lavando ese tanque de noche. Aunque te pongas lo que te pongas, el frío entra. Da deseos de llorar. He echado mis lágrimas”.

Lo dice mirando a los ojos. En esos momentos Heidy deja de ser ella, se despersonaliza: lo que queda es un uniforme de protección, casco, lentes, ropa de fuego, botas con casquillos de metal en la parte delantera, aparato para detectar los gases y guantes. Esos momentos en que ha llorado, ha vuelto a ser ella y se ha recordado por qué está aquí.

Aunque ahora vive y labora en Odessa, donde se mudó en 2016, Heidy pasó tres años en Dallas, que fue donde aprendió, primero, a manejar un vehículo pesado. Después de ensayar sus habilidades como “mesera” en un restaurante de pollo, vino su itinerario por la carretera. Conoció a quien sería el padre de su hija. 

“Él es rastrero y yo desde antes veía al marido de mi tía que también era rastrero. Y empecé a analizar: aquí las mujeres no trabajan, estos hombres son rastreros y mantienen la casa, viven cómodos trabajando en esto. Yo también me voy a meter en esto”.

Le dijo al padre de su hija que quería aprender a hacer el trabajo que él hacía. No le creyó, recuerda Heidy. Así que ella empezó a tramitar los exámenes. “Hasta que llegué con los documentos del examen teórico. Fue cuando me creyó y me empezó a enseñar. Aprendí a manejar con el camión grande. Me fui con él para la carretera y en ese mismo tiempo salí embarazada”.

No sería ese embarazo el que traería al mundo a Sofía.

En el 2015 primero salió embarazada y lo perdió. “A los tres meses volví a salir embarazada. No estaba preparada ni quería, pero lo asumí. Ya cuando tenía ocho meses dejé de trabajar en la tierra, transportando en los camiones materiales de construcción. Cuando la niña tenía dos meses empecé a trabajar de nuevo. Gracias a Dios encontré una señora que me la cuidara. Lo hizo como si fuera su propia hija. Ella es la mamá de mi mejor amiga, me ayudó en todo”.

La ayuda de la señora llegaría en medio de un proceso de estrés que le valió a Heidy 150 libras más. “Imagínate, verme sola con una niña de dos meses. Ahí fue la locura de buscar quien me la cuidara para empezar a trabajar. Esta señora me llevó al doctor, había subido a 350 libras (159 kilos aproximadamente) y ahí me detuve, hasta hace poco que bajé como 60”.

Este trabajo no es para mujeres, decían.

Al principio, había pocas mujeres haciendo este trabajo, pero ahora Heidy ve más. Cubana solo conoce una. En Dallas conoció dos que trabajaban en esto, en la tierra. No se guardó para ella lo que aprendido y decidió enseñar también a su mejor amiga. “Ella empezó aquí en la arena y ahora se fue a Dallas porque está embarazada”.

—¿Protección laboral durante el embarazo? 

—Ninguna, eso lo dan las grandes compañías estadounidenses, pero las pequeñas, de chicanos, no dan beneficios de estos. No pagan seguro, no dan uniforme, pero tampoco exigen inglés, aunque las instrucciones te las dan en inglés. Por eso dejé la carretera, es difícil que en la carretera te hablen en español. Al principio me bloqueaba, no entendía ni hablaba nada.

Ahora, en el agua, esta habanera de Marianao se siente leona marina. El agua que emana de un pozo de petróleo a ella le garantiza una vida cómoda para su madre y su hija de cuatro años. Sus ingresos compiten, fácilmente, con los de una bailarina de gogó. 

No obstante, tocó fondo antes de encontrar el agua de Odessa. 

“Vine para acá por la ambición de que aquí se ganaba más, pensaba que lo tenía todo resuelto. Vine con una señora que me iba a cuidar a la niña y todo. En Dallas empezó a fallar el trabajo por las lluvias; me desesperé y vine para acá. Pero estuve mal, ni recién llegada a Estados Unidos estuve así: cero pesos. Después se me dio lo de mi mamá, hice los trámites y la traje de Cuba; desde que está aquí yo trabajo tranquila; me voy y si me tengo que pasar un mes metida en un pozo, me voy sin preocupación. Aquí en el agua sí estoy bien porque es por horas, si hay trabajo o no, no importa, me pagan igual. Hasta las 40 es a 20; ya después cada hora me la pagan a 30 dólares. Yo hago 130 o 140 horas a la semana”. 

Serían unos 3800 dólares por semana. “Se busca dinero pero es mucho sacrificio, se te va la vida”.

Así lo siente Heidy, a ocho años de su llegada a Estados Unidos, pero si le piden un balance de su vida dirá que está muy orgullosa de haberse quedado aquí aquel día de junio de 2013 en que su historia necesariamente dio un giro brutal.

Un esfuerzo que no rindió frutos

El 13 de junio de 2013 Heidy se estaba despidiendo del deporte. Tenía 22 años, la mitad de ellos dedicados al judo, y una medalla de plata (Campeonatos Panamericanos Seniors 2013). La subcampeona panamericana también tenía, si se revisa, un quinto lugar en el Masters Tyumen 2013. Ese estaba transcurriendo como su mejor año. Quizás por eso no se permitieron las autoridades deportivas cubanas dejarla fuera del Grand Prix de Miami 2013. 

Pocos meses atrás se había hecho efectiva la Reforma Migratoria de Raúl Castro, con la cual se normalizaban los viajes al exterior de los cubanos, sin necesidad de un permiso de salida, y no más requerimientos que su pasaporte en regla y el visado exigido por el país de destino. Pero la buena nueva no incluía a una parte de la población en la que se hallaba Heydi. Había en el documento restricciones para médicos, científicos, docentes o deportistas de alto rendimiento que sí necesitaban de un permiso especial para salir del país. 

La prensa extranjera alertó sobre la posible reducción de la emigración ilegal y del aumento del flujo de cubanos hacia Estados Unidos. Un año después tuvo lugar el deshielo entre Cuba y Estados Unidos. Llegar por una vía legal al país norteamericano, mediante visas de larga duración, fue posible para miles de cubanos. Para otros no era una opción real. A Heydi y a sus compañeros les era negada la posibilidad de un pasaporte ordinario por carecer de la autorización establecida, en virtud de las normas dirigidas a preservar la fuerza de trabajo calificada para el desarrollo económico, social y científico-técnico del país, así como para la seguridad y protección de la información oficial, según el inciso f del artículo 23, añadido en 2012 a la Ley No. 1312 “Ley de Migración”, de 20 de septiembre de 1976. 

Era de noche cuando llegó la delegación cubana al hotel donde se hospedarían: el Trump National Doral. A las 10 —recuerda la ex judoca de más de 78 kg— tenía que presentarse al pesaje porque iba a competir al tercer día; luego de los pesos menos pesados. “Pero yo al otro día me fui, ni me presenté al pesaje. Fue donde se dieron cuenta porque no llegaba al pesaje”.

¿Qué había pasado? Esa pregunta obvia, retórica, se la harían los jefes de la delegación integrada por otras deportistas como Dayaris Mestre, Maricé Espinosa, Onis Cortés e Idalis Ortiz, quienes junto a Heidy completaban el equipo de la división femenina de súper pesadas. “Éramos cinco”. Tendrían que ser, a partir de ese momento, solo cuatro.

Para rematar, Ronaldo Veitía y Justo Noda, entrenadores principales de las selecciones femenina y masculina de Cuba —en ese orden—, habían dado declaraciones antes de viajar a Miami: el principal objetivo de sus discípulos era sumar puntos para el ranking. No contaban tener que hacerlo con una menos. 

Desde la versión de Heidy, se transparentaron los detalles: “Cuando llega un equipo cubano a Miami, como hay demasiados cubanos —y en este caso el hotel estaba repleto— no se sabía quién era quién. Y ahí mismo yo aproveché y salí, me comuniqué con mi familia porque me había sacado una línea desde que llegué; un cubano que era conocido del profesor nos sacó a comprarnos comida y eso, y a él mismo le dije que necesitaba una línea y me llevó a comprarla”.

Ella hizo la llamada de rigor a su familia y su tío fue a buscarla al Dolphin Mall. Se pasó los primeros 15 días, mientras transcurría y acababa la competencia, en su casa sin salir para evitar que sucediera algo. De ahí se iría a Dallas a casa de otros parientes. En vivo por TV, desde la casa de su tío, pudo ver las competencias del Grand Slam y la “sobresaliente actuación del conjunto para damas, al concluir en el segundo lugar, con una presea dorada, otra plateada y dos bronceadas, detrás de las francesas (2-1-2) y por delante de las alemanas (1-1-1)”, como lo reportó Prensa Latina. La agencia de noticias, citada por Cubadebate, añadiría que el metal plateado de Cuba lo conquistó Onix Cortés (70 kilos), luego de perder por Ippon con la alemana Igjana Marzok, mientras que los bronceados correspondieron a la monarca londinense Idalis Ortiz (más de 78 kg) y Maricet Espinosa (63 kg).

“Ortiz y Espinosa superaron en Regla de Oro —tiempo extra— y por Ippon a la alemana Carolin Weiss y la croata Marijana Miskovic, respectivamente”. Solo les faltó decir, en la nota, que la delegación regresaba con una judoca menos.

La alusión a las medallistas les ahorraba mencionar, por decantación, a quienes no obtuvieron nada y así, de paso, como una jugada de engaño, daban largas al nombre de Heidy Abreu. Había competido ya en espacios de la arena internacional (mundiales, grand slam, etc.) y ya aparecía en la web oficial de la Federación Internacional de Judo. También tenía una página solo para ella en Wikipedia y había visitado varios países. No por turismo, sino porque era parte del Equipo Nacional cuabano de judo femenino.

“Casi siempre son tres o cuatro atletas por división, representantes del equipo nacional que compiten internacionalmente y mientras los entrenadores ven los resultados, te mantienen en los circuitos mundiales. En Cuba, en mi peso estaba la campeona olímpica Idalis Ortiz, siempre viajábamos juntas. Casi siempre me llevaban con ella a todas las competencias y se me hacía difícil porque ella tenía dos medallas que pesaban. Tenía mundial y medalla olímpica”.

No obstante, Heidy viajaba y competía. Había entrado a la EIDE Mártires de Barbados en voleibol. “Pero era muy fajarina y me pasaron para judo para no perder la escuela. De ahí me pasaron para la ESPA Nacional y la pasé muy mal, a los pocos meses me quería ir, pero me suben para el equipo nacional. Era por embullo porque la verdad no es que me gustara mucho el deporte. Entonces me dan el primer viaje y allá en China competi”.

—Siempre traté de que me fuera bien, excepto una vez que no sé qué fue lo que me marcaron. Nunca quedaba en los primeros, pero tampoco en los últimos lugares. Nosotros teníamos mucha presión, nos decían que si no ganábamos no íbamos a comprar pacotilla”.

El testimonio de Heidy es bondadoso en imágenes. La exjudoca relata las muchas veces que la hospedaban en hoteles con solo desayuno. 

“Teníamos que bajar con una carterita, haciéndonos las lindas, a estar echando comida. Sabes que en un buffet no puedes estar sacando comida; todo lo que quieras te lo comes ahí. Pero nosotras teníamos que sacar la comida del desayuno para no gastar porque luego no tendríamos para comprar nuestras cositas”.

Cada cual —resume— sabía lo que tenía que hacer. “Antes daban 10 dólares por día. Y del 2008 en adelante Cuba jamás dio una dieta. Nosotros viajábamos bastante porque el entrenador (Veitía) tenía muchas conexiones y entonces nos pagaban; recuerdo que en Francia fuimos de dos en dos para casas de amistades. No se quedaba el equipo junto. La verdad es que nos trataban de maravilla, les decíamos mamá y papá franceses, pero el equipo se veía a la hora de entrenar nada más.

“Me acuerdo que en los últimos tiempos (las autoridades del Instituto Nacional de Deportes, Educación Física y Recreación, INDER) solo pagaban cuando íbamos a mundiales y a panamericanos. Pero para llegar al mundial había que clasificar, ¿cómo vas a llegar al mundial sin haber hecho el recorrido anterior? Eran cosas inexplicables pero funcionaba así. Además, eran siete divisiones, no las pagaban todas, pagaban 3 ó 4”.

Aunque para Heidy su actual estilo de vida es demoledor por el exceso de trabajo y el poco tiempo con su hija, recordar el salario y condiciones que la obligaban al sacrificio en el deporte cubano la mantienen firme en su decisión.

“En mis tiempos empezabas con 200 pesos (unos ocho dólares), luego te subían a 280 (11 dólares) y cuando llevabas cuatro años 300 pesos (12 dólares). En lo adelante no sé”.

El caso de Heidy se diferencia de muchos casos conocidos de atletas desertores. El factor económico se ha señalado históricamente como una causa migratoria fuerte entre los deportistas locales. Faltaban dos años para que la prensa deportiva mundial publicara sobre una fuga masiva de atletas cubanos que participaban en los Panamericanos de Toronto, Canadá. Calculan al menos 28. Los deportes que dejan saldos negativos para las filas cubanas varían. No podría sacarse un deporte como excepción. En 2015, Toronto, las primeras deserciones afectaron a los equipos de canotaje y remo, cuyos integrantes aprovecharon la cercanía de sus instalaciones de competencia a la frontera estadounidense.

Similar sucedió con el equipo de hockey sobre césped, que terminó compitiendo con solo ocho de los once jugadores requeridos. Ninguno de los atletas que desertaron en esa ocasión compite hoy por ninguna federación extranjera. Y eso es lo que tienen en común con Heidy.

“Los directivos del Instituto Nacional de Deporte y Recreación (INDER) no pudieron resolver la situación económica de los atletas en Cuba ni les permitieron obrar por su cuenta mediante contrataciones foráneas. Sin opciones, los deportistas prefirieron echar por la borda su futuro deportivo”, explicaba la periodista Mayli Estévez tres años después.

Heidy lo cuenta desde dentro: “Para los campeones, se suponía que se destinara el 15%. Pero nunca lo daban completo. Por otra parte, yo tenía amistades que en el 2012 estaban esperando todavía que les pagaran ese 15%. Tengo entendido que ahora es un porciento mayor. Por esas mismas cosas se iban muchos deportistas. También me decepcioné al ver a mis compañeras, campeonas olímpicas y multimedallistas que vivían como cualquier otra persona, pasando las mismas necesidades”.

Heidy no entendía cómo estas personas que física y emocionalmente se sacrifican a tiempo completo desde edades tempranas vivían sin recompensas. Para quien no lo tenga claro, ella relata la rutina de un deportista de alto rendimiento:

“Por la mañana empezábamos a las 8, hasta las 11, parábamos unas dos horas y comenzábamos hasta que se acabara el entrenamiento a las 6. Y los días de clases nos levantábamos a las seis de la mañana, entrenábamos, nos íbamos para la escuela y cuando salíamos seguíamos entrenando, lo mismo en la playa que en el colchón”.

El punto de vista de una organización internacional sobre las deserciones en el sector deportivo atraviesan matrices de opinión como la de Ivar Sisniega, vicepresidente de la Organización Deportiva Panamericana (ODEPA): “Como organización, no es algo que nos agrade. Es un tema individual y no hay mucho que podamos hacer. Nos solidarizamos con Cuba, pero es una decisión individual”.

Cuando Heidy puso sus pies en Estados Unidos era todavía estudiante. Había hecho Técnico Medio como profesora de Educación Física. Después empezó la facultad para obtener el 12 grado. “Del entrenamiento salía para la facultad por las noches para obtener el 12. Mi recorrido era de Marianao al Cerro Pelado y de ahí de nuevo a Marianao. Yo podía quedarme becada pero por las condiciones de la beca prefería irme a mi casa. Todo me quedaba como en un triángulo, no era cerca”.

—Sinceramente te digo que si vuelvo a nacer, 70 veces me vuelvo a quedar, lo único que lamento es el tiempo lejos de mi mamá. 

En 2018, con su madre enferma en Cuba, Heidy se desesperó y fue a verla, pero no la dejaron entrar al país. Pasó de medallista a exiliada con prohibición para entrar a su país. 

“Yo me bajé del avión y vi un hombre y dos mujeres que se dirigían hacia mí y enseguida supe de qué se trataba. Me preguntaron si yo era Heidy Abreu, y les respondí que si ellos me estaban preguntando, era porque lo sabían.

—¿Usted no sabía que no podía entrar? —le preguntaron.

“Me llevaron para migración, me retuvieron el pasaporte y me dijeron que me sentara ahí, en una silla de plástico sin condiciones, en un cuartico. Luego vino una señora y me confirmó que no podía entrar”.

No podía ingresar aunque el pasaporte se había hecho en Washington, y lo había recibido a través de una agencia, sin que le aclararan su estatus migratorio. “Nunca me dijeron nada”, denuncia. “La mujer me dijo: no puedes entrar y tu pasaje de vuelta te va a costar tanto. Entonces en el mismo avión regresé”.

Para ella las cuatro medidas migratorias de octubre de 2017 no le ofrecían nada ante las autoridades cubanas; ninguna la ayudaba. Tampoco el grupo de medidas complementarias al Decreto-Ley 302, anunciadas en enero de 2013, según las cuales “se normaliza la entrada temporal en el país de quienes emigraron ilegalmente después de los acuerdos migratorios de 1994, si han transcurrido más de ocho años desde su salida. En igual situación estarán los profesionales de la salud y deportistas de alto rendimiento que abandonaron el país luego de 1990, si han pasado más de ocho años de ese hecho, salvo en los casos que atendiendo a razones humanitarias se apruebe su entrada al país en un plazo inferior”.

Justificaban que “el conjunto de la actualización de la política migratoria del país, al tiempo que facilita los trámites y gestiones de la población para viajar, protege más de medio siglo de Revolución, su capital humano, y tiende nuevos lazos con los cubanos residentes en el exterior”. 

—¿Qué sucede con quienes abandonaron misiones o delegaciones en el exterior? —quiso responder en 2017 a sus lectores Cubadebate.

“Las medidas recientemente anunciadas no incluyen a las personas que abandonaron misiones médicas, diplomáticas, etc. o delegaciones deportivas, empresariales, académicas, etc. En este caso, se mantiene la limitante de entrar al país durante los ocho años posteriores al abandono de la misión. Solo se permite antes por razones humanitarias”.

La enfermedad de la madre de Heidy no era para Inmigración de Cuba una causa humanitaria. Mucho menos podía serlo, entonces, la necesidad de una abuela de conocer a su nieta en un momento de enfermedad. Sofía no pudo entrar al país de su madre, aunque la cuarta de las medidas enunciadas en 2017 consistía en eliminar el requisito de avecindamiento para que los hijos de cubanos residentes en el exterior, que hayan nacido en el extranjero, pudieran obtener la ciudadanía cubana y su documento de identidad.

Sin un acompañante adulto —le dijeron a la madre— no podrá entrar. Y ambas tuvieron que irse de vuelta.

A Heidy le quedaría esperar hasta 2021. Sin embargo, ella y su madre, una vez recuperada, decidieron no dejarle al destino su reencuentro. Martha Ramírez, madre de Heidy, cruzó varias fronteras de una ruta por Centroamérica que se ha vuelto habitual para cubanos que esperan llegar a Estados Unidos. Ya Barack Obama había eliminado la política de “pies secos, pies mojados”, complementaria de la Ley de Ajuste Cubano que privilegiaba a los nacionales de la isla como migrantes en USA y atrajo por mar a miles. A la madre de Heidy le tocó entonces, igual que a cualquier centroamericano o latinoamericano en general, solicitar asilo y pasar 21 días en prisión, en vez de ser admitida inmediatamente por cualquier vía de llegada ilegal: agua o tierra. 

Las tres —madre, hija y nieta—, están juntas ahora en Odessa, Texas. Más juntas desde que la pandemia de la COVID-19 las obliga al aislamiento social y a la permanencia en casa. 

Cuando la llamen, Heidy tendrá que marcharse por 24, 48 horas, quince días. Tendrá que cargar mangueras pesadas a cualquier hora de frío en la madrugada. La mujer de 29 años tendrá que manejar un camión pesado en la soledad de la carretera. Lo hará convencida de que vale el esfuerzo. 

Heidy Abreu ahora se esfuerza en otro tatami. 

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Diseño de imágenes: Alma Ríos.

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Cuba (1993).Periodista por cuenta propia con fugas frecuentes hacia la poesía. Autora de dos libros. Egresada de la Universidad de La Habana y del Centro de Formación Literaria Onelio Jorge Cardoso. Premiada por la Unión Europea, St. Petersburg Review, y seleccionada por Cosecha Roja para el Laboratorio de Periodismo Situado 2019. Sus obsesiones periodísticas son: derechos de las minorías (y de las mayorías), corrupción y violencia estatal, ecología y desarrollo sustentable, Memoria construida a partir de «memorias». Escribe, luego existe. Tremenda Nota, El Estornudo y El Toque la publican.

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