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Durante más de cincuenta años, Colombia vivió un conflicto armado con las FARC (Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia), la guerrilla más antigua de Latinoamérica. Hoy, en un escenario de postconflicto, quienes siguen resistiendo en y por la tierra son personas defensoras del medio ambiente. Charlamos con Yenidia Cuéllar Pérez, lideresa campesina del Magdalena Medio colombiano, quien se encuentra hoy viviendo en Barcelona.


Portada: Rocío Rojas

 

Colombia es considerado uno de los países más ricos y diversos en recursos naturales del planeta, pero también el segundo más desigual de América Latina -después de Brasil- y el séptimo del mundo. Aquí, la propiedad de la tierra se ha repartido de manera injusta. El 1% de la población es dueña del 80% de la tierra. Hablar de ella es hablar de una deuda histórica del Estado con el campesinado que se ha ido profundizando a causa del conflicto armado.

La historia de la tierra en Colombia no podría explicarse únicamente con datos. Detrás de ellos hay mucho desplazamiento, reclutamiento, amenazas, muertes, dolor, exilio… muchas veces invisibles. Pero también mucha desigualdad de género. Aunque las mujeres conforman el 48% de la población rural colombiana, solo el 37% de los títulos de propiedad están a sus nombres, según datos del Departamento Nacional de Estadísticas (DANE). 

Históricamente, las mujeres rurales han sufrido violencia física, sexual, desplazamientos, despojos, estigmatización, hostigamiento, persecución y amenazas. Todo por el hecho de ser mujeres, campesinas y defensoras de la tierra y el territorio. A pesar de ello, muchas de ellas siguen resistiendo en primera línea, acuerpadas con otras compañeras.

Una de ellas es Yenidia Rafaela Cuéllar Pérez (38), feminista campesina, lideresa y defensora del medio ambiente. Desciende de una familia conocida y admirada por su lucha política en el municipio de Cantagallo, al sur del departamento de Bolívar. Yenidia creció mamando esa rebeldía. 

Hoy es una ribereña que tiene tatuada en su muñeca una tortuga feminista, símbolo de su lucha y de la Asociación Campesina del Valle del Río Cimitarra, Red Agroecológica Nacional (ACVC-RAN), organización a la que pertenece  hace once años. La ACVC-RAN nació de una necesidad del campesinado de garantizar los derechos humanos y exigir a los gobiernos eliminar la brecha con la ciudad. Entre sus objetivos están la redistribución de la tierra y la dignificación de la vida campesina. 

Cuéllar también forma parte de la Coordinadora de Mujeres del Valle del río Cimitarra de la ACVC, y es promotora de la Ruta Interinstitucional de Prevención y Protección con enfoque diferencial, una apuesta de las mujeres campesinas para establecer un protocolo comunitario y eficaz de abordaje frente a las violencias que viven las mujeres rurales, incidir en la educación sobre los derechos sexuales y reproductivos y fortalecer la participación política para la construcción de paz. 

Actualmente, Cuéllar participa en el Programa Catalán de Protección a Defensoras y Defensoras, en Barcelona, que le ha acogido por estar en una situación de permanente inseguridad en Colombia por su liderazgo feminista, campesino y ambiental.

También participó este al en la II edición de la Escuela de Defensoras, un proyecto de la Asociación Acción Internacional por la Paz (IAP) y la Asociación Catalana por la Paz (ACP), dos organizaciones catalanas que trabajan por la justicia social. Esta edición puso el foco sobre la justicia climática y sus consecuencias en los derechos humanos en países atravesados por conflictos armados y/o sociales, entre ellos Colombia. En lo que va de 2023, 55 defensores colombianos de los derechos humanos han sido asesinados. Desde la firma de los acuerdos de paz, en 2016, la suma asciende a cerca de 1.300.

¿Cómo se ve Colombia desde aquí?

El cambio ha sido drástico. Todo este ejercicio ha sido completamente nuevo para mí. Aquí hay avances en muchas cosas, pero, aun así, mi territorio sigue siendo importante. Además, valoro que, a diferencia de acá, donde han tenido mayores garantías de derechos, [en Colombia] hemos aumentado esa capacidad, esos saberes propios, desde la lucha. Puede que haya sido por la necesidad, pero tenemos que valorar bastante lo que hemos hecho. 

Lo que se plantea desde allá es la lógica de seguir trabajando, haciéndole a la tierra, impulsando procesos. Eso va en crecimiento, siempre. En el caso de acá, donde tienen garantizadas muchas cosas, se quedan en esa zona de confort que no permite ni mirar para un lado, si hay necesidades o no. En el caso nuestro se fortalece esa solidaridad y es muy importante verlo. Aunque hay mucha estigmatización en nuestro país, desde acá uno logra valorar y reivindicar todas esas luchas que hemos venido haciendo a lo largo de estos años como defensoras y defensores de derechos humanos.

Durante la II Edición de la Escuela de Defensoras, se realizó un mural colectivo junto a defensores de Colombia, Palestina, Kurdistán, República Democrática del Congo, Filipinas y dos artistas colombianas y migrantes: Tropidelia y Electric Bananas. El mural lleva la palabra en catalán “Defensem”, que significa Defendemos. Foto: Bernat Marrè.

¿De dónde te nace ser lideresa? 

Nací en el seno de ese proceso de generar dinámicas de acompañamiento y de solidaridad. Me lo enseñaron como el abecedario. Yo nací haciéndolo, pero no lo entendí hasta que empecé a identificar situaciones difíciles e injustas y a decirme: “no, esto no puede ser, hay estas otras posibilidades para las comunidades”. Así hasta hoy, que sigo trabajando en la defensa de los derechos humanos, creciendo en esa lógica de familia constructora de paz.

¿Dirías que una lideresa nace o se hace? 

Se nace. Debe haber alguna conexión, ya sea con la naturaleza, el territorio, la familia. Eso nace en uno, no es algo que te imponen. Tú puedes llegar a tener alguien o algo que te garantice tus necesidades y aún así seguir insistiendo en que no, en que si yo tengo garantizada mis necesidades o mis derechos, otras personas también deben tenerlos. 

¿Qué significa ser mujer, lideresa, defensora, campesina y feminista en la ruralidad colombiana?

Eso cuesta vida, tiempo y dedicación. Es una responsabilidad. Yo creo que se nos ha delegado porque hemos asumido ese papel de defensoras de la tierra, del territorio. Hablar de esas lógicas del feminismo campesino es hablar de esa relación con la tierra, con la conservación de las semillas nativas y la naturaleza. Pero hablamos también de la opresión que hay de las multinacionales, que a cada rato están ahí como esperando un campito para poder entrar, tomar y apropiarse lo que no es de ellos. Y eso cuesta vidas. 

En Colombia se habla mucho de la defensa de la tierra, pero son pocas las mujeres dueñas de la tierra…

Realmente la lucha es grande. Hoy estamos tratando, primero, que se reconozca al campesinado en general, mujeres y hombres, como sujetos de derecho. Ese sería un paso importante para empezar a exigir que la propiedad de la tierra  esté en manos de quienes la poseen. Porque [hasta ahora] hemos sido solamente poseedores de la tierra, no propietarios. Y aun siendo colonos no se nos ha dado ese poder de ser titulares. Y eso en términos generales. Imagínate si habláramos sólo en términos de mujeres. 

Los pocos títulos de tierras que hay en nuestro territorio son para los hombres. Esa es una lucha que plantea el feminismo: que cuando se consolide ese reconocimiento, se tenga en cuenta y se garantice que las mujeres también sean propietarias de la tierra. Quienes quedan en el territorio resistiendo son las mujeres, y si incluimos todo lo que también han generado ellas: las labores de cuidados, el tejido social, todo lo que han construido al interior de cada comunidad rural, pues creemos que hay motivos para lograr esa tenencia de la tierra. Ojalá se dé de forma equitativa e igualitaria.

Tú eres promotora de la Ruta Interinstitucional de Prevención y Protección, una iniciativa de género que une a muchas mujeres campesinas colombianas. ¿Cómo nació esta idea?

Ese trabajo se consolidó acompañando las juntas de acción comunal —organización social, cívica y comunitaria compuesta por los habitantes de un barrio, vereda o territorio—. Pero veíamos necesario empezar a trabajar con los comités de mujeres que se gestaban al interior de cada vereda, consolidar una propuesta más enfocada en ellas. Fue una necesidad planteada por las mujeres de los mismos comités. Ya se sentían empoderadas y tenían conocimiento de sus derechos, pero querían empezar a hablarlo con los compañeros y/o con las familias.

Entonces empezamos a crear una ruta que fuera más directa a la hora de atender las situaciones de violencia contra las mujeres. Planteamos talleres conjuntos con mujeres, hombres, niñas y niños, porque en el territorio se dan algunas situaciones de violencia por falta de conocimiento, porque el patriarcado ha gestado roles que han sido impuestos para las dos partes. 

Los hombres que están en zona de privilegio son los que, en términos generales, materializan la violencia. Las mujeres somos las oprimidas. Ellos necesitan identificar esas prácticas machistas. Para nosotras era importante trabajarlo en conjunto. De ese diagnóstico que se hizo con mujeres y hombres, se gestó la necesidad de crear un protocolo de ruta que atendiera esas violencias. Yo creo que las mujeres hoy sienten que hemos avanzado porque hablar en un territorio tan machista como lo es el campo, que no ha tenido educación, eso es un tremendo avance.

¿Qué tipo de talleres han realizado dentro de la Ruta?

Hicimos uno sobre la copita menstrual. Para nosotras es una preocupación la forma como consumimos estas herramientas para el cuidado de la menstruación, que también tiene  impactos ambientales. Con el tema del cuidado hay un poco más de timidez en las mujeres campesinas, pues ha sido un tabú. Al principio fue penoso, pero les sirvió a ellas para abrirse un poco más y generar más confianza con el equipo. Gracias a eso hemos podido hablar de otros temas, reconocer nuestros cuerpos como propios y decir: el cuerpo es mío, yo lo protejo, yo lo cuido y yo decido por él.

Es diferente para una mujer campesina que no ha tenido mucha información o que tiene más complejo hablar de su cuerpo, que ni siquiera conoce todas sus partes, porque nunca se ha tomado esa tarea de revisarse. Eso también nos ha abierto la posibilidad de decir lo que queremos y no lo que la sociedad nos impone.

¿Qué iniciativas tienen en la Ruta respecto a la tenencia de la tierra? 

Tenemos algunas iniciativas para que se nos vea como mujeres que insistimos en un proceso de reconocimiento de la tenencia de la tierra. Con la Agencia Nacional de Tierras hicimos un registro que se llama “Reso” —herramienta administrativa que asigna que todos los casos de personas y comunidades que tengan algún tipo de relación con la tierra deben ser resueltos y/o tramitados con la Agencia—. Como personas naturales y comunidades legalmente constituidas logramos que las mujeres cuenten lo que tienen en su tierra, lo que han trabajado, cuántos años llevan ahí, si es compartida con su compañero, qué pasaría si se separan, porque ella también ha trabajado la tierra. 

En la ACVC tienen una apuesta política por la defensa del medio ambiente a la que llama “la línea amarilla”. ¿Qué es esta iniciativa y por qué es tan importante para ustedes?

La línea amarilla se encuentra en la Serranía de San Lucas, en el Magdalena Medio. Es un referente de conservación comunitario que tiene más de 40 años. La hicieron las primeras personas colonas que llegaron al territorio. Pintaron la línea desde esa lógica campesina de conservar la tierra y el territorio. Decían: “nosotros y nosotras no podemos colonizar y explotar todo el territorio sin dejar conservado una parte”. Además, allí están los nacederos de agua que abastecen a todo nuestro territorio. 

Se ha podido comprobar, con estudios de caracterización biológica, que ese es un territorio de bosque virgen, donde hay muchas especies nativas endémicas que están en vía de extinción. Es un corredor de jaguares. Tenemos ahí el oso de anteojos, la rana de cristal, un indicador biológico de aguas puras sin contaminación. El hecho de tener todas esas especies que no existen en otro lugar ha generado que las comunidades nos sintamos protectoras de una biodiversidad que nos permite respirar. 

Está a la vista de muchas multinacionales y nos preocupa demasiado porque no hay una figura legal que la proteja directamente, porque legítimas sí las hay: las comunidades. Hemos creado muchas iniciativas que ayudan y que promueven esa pedagogía en las nuevas personas que llegan, para que no intervengan ahí. Es nuestra bandera y una de nuestras luchas constantes por la conservación, la reivindicación de las luchas del campesinado o de los campesinos colonos de esa tierra.

¿Qué le dirías a esas empresas extractivistas, muchas del norte global, presentes en estos territorios?

Primero, que respeten nuestro territorio, porque cuando hablamos de recursos, no hablamos de plata. Hay que cambiar esa lógica de explotar recursos naturales y plantearla más desde el respeto a la biodiversidad. Que respeten, porque eso es lo mismo que un conflicto: si a ti te quitan la naturaleza, te quitan la posibilidad de vivir. Es una violación de derechos humanos porque estás violando el derecho más importante que hay en nuestro territorio, que es tener un ambiente sano, vivir, tener agua. El llamado es que, si quieren seguir en esa acumulación de dinero o de recursos, que no sea con los nuestros.

Yenidia Cuéllar bailando durante las actividades internas en el marco de la II Edición de la Escuela de Defensoras: un espacio de intercambio de saberes y experiencias entre defensores del medio ambiente. Foto: Javier Sulé.

El tema de esta II Escuela de Defensoras fue la justicia climática. ¿Cómo afecta la crisis climática a las mujeres campesinas?

Yo creo que nos afecta de manera directa porque las mujeres no solo estamos en el territorio: estamos en primera línea, conservándolo. Por eso hemos sufrido muchas violencias. 

Como mujer campesina, creo y tengo la esperanza de que las cosas puedan mejorar. Sé que hay un impacto grandísimo a nivel global, que no se puede mejorar de un día para otro, pero nosotras queremos generar otros tipos de impactos en nuestro territorio y país. Somos la mitad de la población. Cuando empezamos a generar que otras mujeres, no solo las de nuestro territorio, sino a nivel regional, nacional e internacional, empiecen a encaminarse en nuestras luchas por una vida y territorio digno, las cosas pueden cambiar. 

En tu casa son siete mujeres, incluyendo a tu mamá. ¿Cómo han vivido el conflicto armado? ¿Qué implicaciones crees que ha tenido en el cuerpo y la vida de las mujeres campesinas colombianas?

El conflicto armado no solamente nos ha convertido en víctimas. También nos ha traído una doble victimización, por la lógica de ser mujer, por el hecho de que se oprime más a una mujer, porque se utiliza su cuerpo como botín de guerra, todo lo cual genera condiciones totalmente diferentes [porque las mujeres se han encargado de las labores del cuidado, de la familia y de lo comunitario]. Cuando hay una situación de desplazamiento, si desplazas a una mujer, desplazas un tejido social completo. Hoy hablan del conflicto armado o de las víctimas en su totalidad, pero no hacen esa diferenciación con lo que han vivido los cuerpos de las mujeres.

Las mujeres feministas campesinas y populares son….

Unas berracas que defendemos la vida, el territorio y la tierra. Defendemos las semillas nativas, defendemos a las compañeras y acompañamos a las mujeres en sus procesos de lucha.

Si no fueras lideresa, ¿qué te hubiese gustado ser?

Yo quería ser psicóloga. Hice tres semestres, pero la posibilidad económica no me permitió seguir. Además, somos seis hermanas, yo la última, la que tenía que sacrificarse más. 

Yo aspiraba a que en algún momento pudiera ayudar a las mujeres en todas sus situaciones de conflicto que se viven en el territorio. Me proyectaba de esa manera, siempre pensando en comunidad. Lo que estoy haciendo hoy no está alejado de lo que soñaba. Es un trabajo más popular, no titulado por la academia, pero un trabajo con las mujeres. Solo me falta el título para decir “yo soy”, pero igual creo que la legitimidad que nos da estar con las comunidades es lo más importante. Para mí es suficiente.

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Este contenido fue realizado con los aportes de nuestra Comu LATAM. Si quieres apoyar el periodismo latinoamericano y el crecimiento de nuevo talento periodístico en la región, vuélvete socio.

 

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Colombia (1996). Periodistas. Ha escrito para medios nacionales e internacionales sobre temas de migración, política, derechos humanos, género y conflicto colombiano. Ha estado nominada a premios regionales de periodismo. Fue integrante de la 3ra Red LATAM de Jóvenes periodistas de Distintas Latitudes. Ganó la beca para cubrir temas de migración otorgada por la FNPI y OXFAM. Hoy es periodista freelance y migrante en Barcelona, España, desde allí se dedica a narrar a la Latinoamérica migrante.

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