El botadero El Milagro empezó a funcionar en 1989, cuando al Perú lo gobernaba Alan García Pérez y en la actualidad ocupa una extensión de 58 hectáreas. La amenaza de que cerrarán el botadero se huele y se ve desde 2016, cuando acabó la vida útil del estercolero. Sin embargo, sigue funcionando como siempre. O peor.
Texto y fotos: Randy Reyes (Perú)
El milagro no está en el nombre del botadero, sino en cómo funciona. Milagro es una palabra latina que deriva del verbo mirari, que significa “contemplar con admiración, con asombro o con estupefacción”.
Asombro y estupor se soportan cuando se camina por el botadero más crítico del Perú, el cual dispone de la basura a cielo abierto, práctica que, según normas internacionales, es irresponsable, nociva para la salud de las personas y el ambiente.
También provoca pasmo, porque este vertedero es un muerto viviente. Hace siete años acabó su vida útil, por lo tanto, debió ser cerrado; pero continúa recibiendo los desechos de una ciudad de más de un millón de habitantes.
El aire aquí no tiene alma. Todo apesta. El ambiente no cumple con los criterios fijados por los Estándares de Calidad Ambiental para Aire (Decreto Supremo N.°003-2017-Minam), debido a la quema de los residuos, una práctica común, pero letal para el planeta y, en especial, para las personas que trabajan en el basural, y para las que viven y estudian cerca, como los más de 600 niños del colegio Toni Real Vinces.
El humo carcome las fosas nasales y nubla la vista. El oído no está afectado, por ello es fácil, una mañana de mayo, escuchar la amenaza de una mujer a un grupo de curiosos. “Salgan de acá o les tiramos caca”, intimida con la misma repugnancia con la que se trata a la basura.
Se viven tiempo crispados en el lugar donde van a parar, al día, 870 toneladas de residuos sólidos que produce Trujillo, una provincia del norte del Perú, fundada por los españoles en homenaje a Francisco Pizarro, quien crió chanchos —esos animales que comen desperdicios— en Europa antes de conquistar el imperio de los incas.
La amenaza de que cerrarán el botadero se huele y se ve. Desde 2016, cuando acabó la vida útil del estercolero, solo se han escuchado intentos por solucionar esta crisis medioambiental. El último de ellos es la decisión del Organismo de Evaluación y Fiscalización Ambiental (OEFA), que, en febrero del 2023, ordenó el cierre definitivo del botadero.
Han pasado unos tres meses y el sumidero sigue funcionando como siempre o peor. En abril, la OEFA precisó que el botadero solo estará abierto hasta mediados de julio del 2023. Entonces, perderían su trabajo unas 1800 personas, quienes se dedican a segregar, de manera informal, los desechos, apartar papel, cartones, plásticos, metal, alimentos y todo lo que sea de valor para vendérselo a los recicladores.
“Este es el año más triste para el reciclador, porque los precios del plástico y de la lata han bajado muchísimo”, lamenta Maruja Ávalos Morales, una mujer de 48 años, con 6 hijos, y quien debe pagar, todos los meses, 1700 soles al banco por dos préstamos. El primero, para comprar una moto furgón y el segundo para unos asuntos personales que no quiere contar.
La informalidad es temeraria. Por ello, es común ver a decenas de varones, mujeres y hasta niños manipular objetos o materia altamente contaminantes sin las mínimas medidas de bioseguridad.
Una mujer sin guantes, por ejemplo, se esfuerza por romper una bolsa de plástico. Hace fuerza por varios segundos y fracasa. Cuando parece que va a usar sus dientes como navajas, el fardo cede y de su interior caen mascarillas usadas —esas que se popularizaron durante la pandemia de la covid-19—, jeringas y un envoltorio que parece ser de un pañal de adulto.
Pero hay más gente enojada, como la mujer que amenaza con disparar proyectiles de excremento. Cerca, una anciana maldice, arrastrando los dientes, a los curiosos que llegan con cámaras fotográficas. Sin embargo, a su lado, una de sus colegas, ajena a todo el conato de más violencia, tararea una canción, mientras sus manos buscan valor en la mugre.
El botadero El Milagro es una versión reducida de la cara más fea del Perú. Es un espacio sin ley. El empleado municipal encargado de la puerta deja entrar a todos, menos a periodistas. Como si el lugar fuera una prisión, un sujeto desdentado se ofrece a ser el guía y brindar seguridad a cambio de unos billetes. Parece el Dante que conoce los infiernos y a los demonios que pululan. Uno de ellos, le invita una bolsa de palitos de queso.
En el botadero hay quienes maldicen todo y a todos y, también, quienes encuentran regocijo. Tal es el caso de una mujer que come, con la lozanía de quien está en la playa, un marciano (helado de fruta). Al frente de ella, una niña dispara una sonrisa tenue porque acaba de hacer negocios. Se llama Deysy, tiene 13 años y no va a la escuela: es una de las 124.533 estudiantes que dejaron de ir al colegio en el 2021, de acuerdo a cifras del Ministerio de Educación.
Cuenta que su mamá enfermó, su papá los abandonó y ella debió buscar trabajo donde sea. Donde sea es uno de los lugares más peligrosos del Perú por su nivel de contaminación, al que llega caminando en sandalias y cargando una caja multicolor que conserva fríos los marcianos.
El botadero El Milagro está ubicado a pocos metros de la única cárcel de Trujillo. Con la penitenciaría comparten el mismo nombre y la condición de hacinados. La población (más de 5.000) de la prisión ha triplicado la capacidad (1.500) para la que fue construida.
El botadero empezó a funcionar en 1989, cuando al Perú lo gobernaba Alan García Pérez. En la actualidad ocupa una extensión de 58 hectáreas, ubicada al frente del cerro Campana, una enigmática montaña que era centro de adoración de los antiguos peruanos.
Cuando se inauguró, según un reporte del diario El Comercio, en Trujillo vivían unos 500.000 habitantes y cada una de ellas producía 600 gramos de residuos al día. Hoy, la capital de La Libertad supera el millón de habitantes y cada persona genera, al menos, un kilo de basura cada 24 horas.
Lo administra la Municipalidad Provincial de Trujillo; pero, en febrero del 2023, cedió al Ministerio de Ambiente la competencia para que esta institución asuma la dirección de los proyectos de inversión vinculados a que Trujillo cuente con un relleno sanitario, al menos, digno: un espacio para la segregación de desperdicios, instalación de planta de reciclaje y compostaje, compra de compactadoras y otros equipos y educación ambiental.
En marzo del 2023, el Ministerio de Economía anunció la transferencia de más de 57 millones de soles para el financiamiento del relleno sanitario de Trujillo, el cual se ubicará en el sector El Alto, —lejos de El Milagro— cerca del peaje de Chicama, en un área de 67 hectáreas.
En el botadero saben de estos planes, por eso el malestar o el miedo que, a veces, es lo mismo. Un hombre sentado en una carreta se dirige al alcalde Arturo Fernández Bazán. “Dicen que usted va cambiar el relleno a otro lado y no va dejar a la gente que recicle. Acá somos 1.800 trabajadores. ¿Qué va a ser de nosotros? ¿A qué nos vamos a dedicar?”, grita.