A. Alexis salió de Cuba con cuatro dólares en el bolsillo, llegó a un Perú con un reciente autogolpe de Estado. Pronto encontró el amor, se casó y junto a su esposa abrió el Café Bar Habana, un espacio donde emana el aroma a ron, hierbabuena y fruta fresca; pero también el arte, pues en un espacio anexo diversas piezas artísticas hablan de la cultura caribeña. Han pasado 25 años desde el arribo de A. Alexis a Perú y ésta es su historia.
Ni en los días más grises de Lima Metropolitana en Perú, se ven opacados los rostros del Callao, una de las provincias más populares del país que alberga islas, historia y mar. Aunque a los crímenes en algunas de sus calles les preceda una mala reputación, es en esta ciudad portuaria donde sus paredes y gente rinden homenaje a la música salsa desde hace más de 50 años. Murales en todos sus colores se extienden en viejas casonas atravesando jirones y barrios, y llevando al goce a cualquier amante de este género. Casas, bares, negocios y restaurantes reflejan la alegría y el sabor de quienes ahí están ilustrados: Héctor Lavoe, Ismael Rivera, Willie Colón, Tito Gomez, Frankie Ruiz, Celia Cruz, El gran Combo y muchos más célebres caribeños. Al son y compás de sus ritmos, los “chalacos” —como se le dice a los habitantes del Callao— mantienen la memoria de sus ídolos y los inmortalizan en sus fachadas.
Un viejo y concurrido rumor relata con orgullo “Héctor Lavoe pisó primero el Callao y luego Lima”. Era 1986 cuando el salsero puertorriqueño llegó a la capital para ofrecer conciertos en la gran Feria del Hogar. Fue ahí donde el “cantante de los cantantes” entonaría las palabras que hicieron retumbar los 72 mil metros cuadrados del recinto: “Héctor Lavoe se ha perdido, de Nueva York se ha fugao, no lo encuentren donde quieren, búsquenlo en el Callao”. Desde entonces la conexión con el artista se acrecentó y el día de su muerte llovieron lágrimas en el Callao. Los murales con su rostro y sus clásicas gafas, apoyado sobre una mano que viste anillos y una sonrisa cómplice, son muestra de la vigencia y poder de su música, así como de la influencia y presencia caribeña en este paraje del país.
Seis veranos después de la visita del “rey de la salsa”, un joven de 22 años con maletas en mano y cuatro dólares ocultos en un zapato abrió la puerta de su casa, cogió un suspiro y se despidió de su viejo barrio cubano listo para cruzar el mar y tomar rumbo a tierras andinas donde pronto construiría una nueva vitrina del Caribe.
Un rincón de La Habana en Lima
Corrían los últimos días de 1992 y un joven veinteañero proveniente de La Habana aterrizó sus sueños en una Lima vigilante, que veía en sus calles el terror sin dirección, militares por esquina, un reciente autogolpe de Estado y en los medios de comunicación el recorrer de sangre inocente que se deslizaba hasta las partes más recónditas del país. Era el rastro del miedo fungido por el grupo terrorista Sendero Luminoso y el autoritarismo desenfrenado del ex gobierno de Alberto Fujimori. En medio de la violencia y la reciente captura del líder Abimael Guzmán, Alejandro Alexis García —A. Alexis como nombre artístico— se instaló en la ciudad y sacó sus cuatro dólares escondidos.
De Perú conocía poco, sus valses y autores. Pero cuando era niño, al inicio de la década de los 80, observó uno de los mayores eventos migratorios en la historia de Cuba que marcó un antes y después en la relación de ambos países. La embajada peruana abrió sus puertas y brindó protección diplomática a más de 10 mil cubanos reunidos en solo 48 horas y 2,000 metros cuadrados. El monumental éxodo al país andino fue tema de interés y discusión durante un largo tiempo y cambió la fisonomía que su familia tenía sobre la región peruana. Tiempo después, un intercambio cultural giró el destino del artista y lo volcó al país que en su momento fue noticia e historia.
Se enfrentó al pasar de los días y la experiencia de diversos oficios, hasta que comprendió que para sobrevivir en la capital del Perú no bastaba con reconocer las encrucijadas de sus calles. En el aprender había que desaprender: los alimentos tenían otros nombres, el transporte público era desordenado e informal, la distribución de la ciudad confusa y las relaciones interpersonales estaban basadas en un lenguaje único, en el que “aquí, acá, ahora y ahorita” eran términos con significados variados y a la vez cotidianos. Sobre todo el “no”, una palabra que con solo una sílaba se disfrazaba en ocasiones de un “tal vez”, “quizás”, “puede ser” o se escondía detrás de falsas promesas como el “yo te llamo”, “nos vemos” y “hablamos”.
No pasó mucho tiempo desde su llegada para que la soledad dejara el paso de Alexis y en el reflejo de los lentes que cubrían sus ojos negros se vieran caer las ondas del cabello de la artista visual peruana Patssy Higuchi, a quien después de seis meses llevó al altar. El amor de ambos se trasladó a las esferas del arte y en el garaje de su casa fundaron “Cauri Taller Experimental de Gráfica”. Por sus manos pasaron la edición de obras en serigrafía de distintos artistas, entre ellos dos ex directores de la Escuela Nacional Superior Autónoma de Bellas Artes del Perú: Carlos Aitor Castillo (1913-2000) y Sabino Springett (1913-2006).
Sin la certeza de mantenerse económicamente a través del arte, A. Alexis nunca se detuvo en la tarea de mostrar su obra y trabajo en una ciudad que lo desconocía. Sus años en el Taller René Portocarrero y el Taller Experimental de Gráfica de La Habana lo llevaron a transitar en el grabado, la pintura así como la fotografía y poesía. Pronto, su nombre sonaba con mayor intensidad en suelo peruano, acumulando presencia en exposiciones y enseñanzas en las aulas. Cada vivencia lo hizo sentirse aún más parte del país, aunque sabía que Lima no era el Perú.
“Un extranjero necesita, casi siempre más que un local, viajar por los horizontes peruanos para entender de qué naturaleza está hecha la heterogenia de la ciudad de Lima”, comenta el artista desde la virtualidad que permite saber de él en tiempos de covid-19. Embarcado junto a su familia en un auto ruso marca Lada, recuerda su primer viaje fuera de la ciudad, al ritmo del destino y donde la noche lo hallase. Cusco, Arequipa, Lambayeque y hasta la gran selva peruana fueron algunos de los lugares a los que llegó. Deslizarse por la carretera fue vital en su decisión de nacionalizarse peruano. Él dice que ya lo era y solo le faltaba serlo por derecho.
Recibió la llegada del nuevo milenio entre Lima y La Habana. Durante los años 2000 y 2002 llevó a su familia a vivir al barrio que lo vio irse siete años atrás y en 2004, de vuelta en Lima, decidió que era hora de crear su propio lugar con lo mejor de ambos mundos. Ideas rondaron su cabeza y la creación de un café bar no era del todo completa, pero el riesgo vino por él y una noche de octubre, junto a Pattsy, abrieron las puertas del Café Bar Habana (CBH) por primera vez.
Café, bar y La Habana
Un arco iluminado por dos faroles, uno a cada lado, marcan la entrada al portal de la Calle Manuel Bonilla 107 de Miraflores. Clientes, turistas y curiosos siguen pasando por su puerta luego de quince años y hoy, entre las medidas de aislamiento, muchos anhelan volver a sentir el olor que emana a Cuba. Por dentro, mesas de madera sostienen en solitario, a dos o más personas y por cada una de ellas, una obra de arte cuelga a su izquierda sobre la pared. Al otro lado, se extiende la barra del bar donde además de una vasta selección de tragos, las lámparas que caen del techo iluminan cálidamente las colecciones de pinturas, grabados, libros, discos de vinilo, patria, fé y gloria. Novelistas y periodistas cubanos como Calvert Casey y Guillermo Cabrera tienen su nombre ahí y entre ellos, el Nobel peruano, Mario Vargas Llosa, hace aparición con su obra Los cachorros, único libro del autor que fue publicado en La Habana junto a la Colección La Honda,1968. Asimismo, A.Alexis y Pattsy Higuchi hacen uso del espacio para mostrar parte de su trabajo artístico.
No hay vitrina libre sin piezas sobre ella. El aroma a ron, hierbabuena y fruta fresca son esencia del lugar. En un altar, yace la Virgen del Cobre, la patrona del país insular, quien rodeada de ofrendas, girasoles, flores, velas y adoración guarda dos banderas: la cubana y peruana.
En la inmensidad de elementos, no hay objeto predilecto para A.Alexis. Todos suman experiencia a su vida de una forma única e irrepetible, manifiesta el artista. Lo mismo con asuntos gastronómicos, musicales o literarios. Es por ello que la carta del Café Bar Habana ofrece lo que a su juicio es merecedor de disfrutar; sin embargo, estas opiniones pueden variar cuando de café, tabaco y ron se trata. Son los tres ingredientes que permiten saborear a Cuba. “Supuestamente una vida saludable debería prescindir de estos tres productos. Aunque insisto, el daño está en el exceso, en la desproporción, no en el disfrute, esto ya lo sabían los sabios griegos. Como sabían que el pan, el queso y el vino es todo lo necesario para vivir bien, y eso está en el CBH”, describe el artista.
Quienes sí se permiten los deleites del favoritismo son los clientes. El mojito y los tradicionales tostones —plátanos verdes fritos consumidos comúnmente en Cuba, Colombia y Ecuador— son la orden del día y la codiciada absenta, la bebida predilecta de Ernest Hemingway y Vang Gogh hace alarde de su amargo e idílico sabor. El resto de la carta saluda la cultura de la isla al otorgar los nombres de los tragos y platos a su historia, referentes, música popular y filmografía. Un ejemplo es el cóctel “Estrecho de La Florida”, el cual fue considerado por el historiador y curador argentino, Gustavo Buntinx, como una “obra de arte no conceptual” y lo describió como un viaje de los sentidos, similar al cruce por el estrecho de los balseros.
En ocasiones el Café Bar abre sus puertas al cubano Ricardo Ponciano, conocido como “El marqués del son”, quien acompañado de miembros de la orquesta “La Sonora de Cuba” se acomoda en una esquina y entona vivazmente la nostalgia de su país a través de boleros, guarachas, sones y rumbas. La fiesta viste al local y la rumba traspasa fronteras.
El arte como espacio y manifiesto
El viaje interdimensional a La Habana no termina en el CBH. En un espacio anexo al café se observa un cuarto blanco con diversas piezas artísticas que cambian cada temporada. Su nombre es “E Espacio de Arte” y es otra propuesta de Alexis y Patssy que fue fundada al unísono y bajo la misma línea de funcionamiento que el café. Aunque durante las primeras muestras se mantenía el cartel “Se alquila”, el tiempo logró convertirlo en un lugar de exposición y taller de trabajo abierto a amigos y asiduos del negocio.
Las vivencias en suelo peruano le presentaron a A. Alexis amistades y colegas. Uno de ellos es el arquitecto boricua y también artista, Irvine Torres, quien reside en Perú desde hace más de 10 años y gusta atravesar los caminos, cerros y encrucijadas de Lima como ciclista. Juntos han compartido historias, proyectos y anécdotas y años en Perú.
Producto de una conversación que tuvieron con relación a la película cubana “La primera carga al machete” lanzada en 1969, donde campesinos elevan su herramienta de trabajo y la empuñan en un violento levantamiento contra las autoridades españolas a fines del siglo XIX, surgió la idea de rendir un homenaje a la cinta y presentar al machete como símbolo de lucha. Mientras, por un lado, la historia del mundo narra las conquistas a través del filo de la espada, en otras ello se logró al filo del machete, tal como las guerras de independencia en Centroamérica y el Caribe.
A lo largo de la historia y evolución del hombre en todas esferas de la vida del campo, el machete pasó de ser una herramienta de trabajo a ser empuñado con fuerza en la búsqueda de la libertad individual y colectiva. Sus afiladas hojas no solo abrieron la maleza de campos inexplorados, sino que vieron la guerra, el terror y la sangre de quienes históricamente se han visto oprimidos y relegados. “Al machete” —nombre de la exposición— recogió la memoria colectiva y experiencias en torno a este objeto de siete artistas que sin importar fronteras territoriales o género, encontraron y compartieron en ella un significado de su historia: A. Alexis García (Cuba); Irvine Torres (Puerto Rico); Enrique Miralles (Cuba); Karol Ibarra (Puerto Rico); Mauricio Esquivel (El Salvador); Ángel Poyón (Guatemala) y Graciela Arias (Perú). La muestra se inauguró el martes 16 de julio del 2019 y sobre una de las paredes, se proyectó la película que dio inicio a todo.
Por un lado, A. Alexis expuso un video de 6 y 22 minutos titulado “Herramienta de diálogo” en el cual se observaron registros de conflictos individuales resueltos gracias al arma, tal como los reyertas independistas. Una advertencia sobre altos niveles de violencia y sensibilidad acompañó la pieza. Debajo de él, en una vitrina yacían dos machetes intervenidos con grafos blancos. “El llamado a los héroes/ se necesitan héroes” —nombre de la obra— hizo referencia a los ritos que buscan convocar el espíritu de héroes difuntos a través del lenguaje. Estos signos indican las rutas de regreso de los espíritus convocados. Ambos estuvieron dedicados a Mama Chola, conocida también como La Virgen de la Caridad del Cobre —patrona de Cuba— y a Nsasi Nsasi.
La otra mirada cubana provino de Enrique Miralles “Tente” quien a través de una fotocomposición en blanco y negro mostró al hombre cubano portando el objeto sobre su hombro, a la espera de su próxima batalla. En su hoja, se visualizaban diversas escenas en miniatura que retrataban la posición de quien la sostenía y vivía entre el honor y el sacrificio.
Del techo un machete colgado recitaba por ambos lados las frases “No me saques sin razón” y “Ni me guardes sin honor”, obra del arquitecto Irvine Torres, quien buscó proyectar un símbolo de responsabilidad desde la mirada de quien conlleva portarlo con compromiso y honor.
Al otro lado de la sala, un machete se fundó sobre el estante que lo sostenía. Su autor, Karlo Ibarra, nacido en Puerto Rico, la tituló “El descanso”. El concepto trató el debilitamiento de su país y su fuerza de trabajo. Hoy, el artista confiesa desde el aislamiento social que si bien en el momento su obra tenía un sentido por la pausa prolongada en la lucha, la revolución del 2019 lo tomó por sorpresa. “Fue como si la historia me callara la boca (…) pero estoy alegre por eso”.
Cuando Ibarra tenía 15 años cursaba el colegio en Chile y cada vez que decía cuál era su país de procedencia su identidad se veía en disputa ante los conflictos de sus compañeros de clase. Algunos le decían que tenía la suerte de tener la ayuda y protección de Estados Unidos, mientras el resto lo tachaba de mantenido. Una visión simplista que aún se mantiene hasta el día de hoy. “Es como vivir un limbo”, comenta, pero luego añade; “primero somos caribeños, luego latinoamericanos”.
Aunque Estados Unidos mantiene ciertas facultades de poder sobre Puerto Rico, éste ha creado desde sus orígenes su propia música, marca, comida y danzas. El sonido boricua no sólo ha revolucionado el mundo de la salsa, sino también en el reggaetón. La primera vez que Karlo pisó suelo peruano le aconsejaron nunca ir al Callao por ser una zona de alto riesgo criminal, y lo primero que hizo fue desobedecer este consejo. Acompañado de su compatriota Irvine Torres y su nuevo amigo Alexis García recorrió las calles de Lima Metropolitana. Al ver en las caras del Callao a los artistas que ha escuchado y admirado toda su vida, surgió un sentido de identificación y pertenencia que pondría a la ciudad “chalaca” en su top de lugares entrañables. La visita mereció unas chelas y entre palabra y palabra sus historias se entrelazaron.
Karlo trata de recordar y unir los versos de un poema y al hallarlo recita:
“Cuba y Puerto Rico son de un pájaro las dos alas, reciben flores o balas sobre el mismo corazón”.
Este poema de Lola Rodríguez de Tío expresa la estrecha relación entre ambas naciones y cómo a pesar de sus diferencias su unión es más. Un cubano peruano y dos puertorriqueños se hicieron panas esa noche. De Lima y el Callao, la ciudad con piedras en sus playas, Karlo se llevó mucho. Entiende por qué Irvine Torres y Alexis García han decidido asentarse en la ciudad. Reflexiona y comenta que si le dieran a elegir un lugar donde vivir sería definitivamente Lima. Hay pasajes históricos en ella de tipo colonial que le hacen recordar su país. Y aunque Lima tiene al Océano Pacífico y Karlo al mar del Caribe, es una ciudad donde poder navegar.
El arte, antes que los artistas, llega a los lugares más alejados, inesperados y ocultos del mundo. Esta es la experiencia de Mauricio Esquivel (El Salvador) y Ángel Poyón (Guatemala). Ninguno ha visto el gris en el cielo limeño, pero sus obras sí. En el caso de Esquivel, su trabajo como artista reflejó los temas de migración, violencia y comercio informal.
“Yo vengo de una zona en El Salvador donde es inevitable no tocar estos temas porque es parte de nuestra realidad inmediata”, declara Mauricio desde su cuarto en Nueva York.
Si bien parte de su experiencia personal influye en sus piezas, no buscó que se transforme en un asunto biográfico, sino que también otros puedan identificarse. El proyecto que envió a Perú se llamó “At the borders” y en él se observaban dos machetes con un grabado que se extendió incluso hasta la pared del espacio. —Hace una pausa y busca su obra para mostrármela por cámara, une los tres elementos: un coco y dos machetes, y con el dedo índice repasa sus bordes—. El dibujo que trazan los objetos es la frontera que divide a Estados Unidos de México y representa el camino y origen de la persona que lo recorre. Quienes hacen esta travesía son mayormente personas de origen campesino y para sobrellevar el paso angustiante y demoledor de los días es necesaria una resistencia que muchos acumulan tras el trabajo en campo u obras. La elección del machete fue porque ésta es parte de la identidad de El Salvador. Esquivel lo resume en un famoso dicho en su tierra: “En El Salvador el agua y el machete no se le quita a nadie”.
Por otro lado, a 80km de la ciudad de Guatemala en occidente, en San Juan Sacatepéquez, vive Ángel Poyón con sus padres. Él discute en sus obras la vista del mundo hacia los pueblos originarios, la cual se da a través del turismo, pero no de los ojos de sus habitantes.
Sobre un machete, el artista grabó “Yo no quiero ser un buen mozo”, con lo que se reveló ante la imagen sumisa, silenciosa y servil que buscan los patrones en los trabajadores de las fincas. No obstante, enviar machetes al Perú desde Guatemala es un acto prohibido, por lo que Alexis no lo pensó dos veces y logró una réplica exacta que se vio en la exposición.
“Es una herramienta popular y cotidiana y eso hace que nos una. Nuestras historias son bastante similares y es por ello que hay lugares en común al momento de expresar nuestros sentires”, enuncia y ante la situación actual expresa: “Los pueblos hemos resistido, seguiremos resistiendo”.
Desde Perú, Graciela Arias se abrió paso en la selva peruana al filo del machete y en ocho de estos objetos secuenció pictóricamente una de las leyendas más famosas de la Amazonía: “El nacimiento de Yarinacochas”.
El mito escenifica a un grupo de foráneos que al visitar la selva se topan con un grupo de indígenas shipibos, entre ellos Nadianré, la joven y bella hija del curaca (jefe), quien cayó perdidamente enamorada de uno de ellos. La unión fue rechazada por los suyos y el extranjero expulsado de sus tierras. Al enterarse de ello, la muchacha se sumió en un dolor sin fin tan grande que sus lágrimas no dejaban de bordear su rostro y llover en la tierra. Días y noches pasaron, y lo que antes fue un campo de palmeras llamado Yarina, donde animales y pájaros habitaban, se convirtió en un lago de penas que hasta el día de hoy alimenta a la comunidad.
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Con esta obra se cerró el conjunto de muestras de “Al machete” y con su exposición se propuso la cosmovisión de un objeto que se asoma también por otros lugares. A tan solo unos pasos, sobre la barra del bar, en uno de los cuadros que cuelga en la pared, figura el grabado de un hombre que sostiene un machete tal como si fuera un violín, dispuesto a jalar el arco y rozar su filo. “Concierto barroco” es su nombre, A.Alexis su autor y está basada en la obra, del mismo nombre, del escritor cubano Alejo Carpentier, quien a su vez encuentra inspiración en la ópera del compositor y violinista Antonio Vivaldi.
Esta línea de influencias es parte del arte que como espacio y manifiesto permite rescatar y reinterpretar la historia y la vida. En ella, el machete no sería solo un instrumento histórico de trabajo y lucha sino también de apertura, entre naciones, sus batallas y la búsqueda de la libertad. La evocación cultural de artistas del Caribe, Centroamérica y Latinoamérica consiguen que este objeto no solo forme parte del CBH, sino de la memoria de quienes ahí pasan a tomar unas copas. Mientras, A.Alexis quien llegó, hace más de 25 años, a una Lima donde la presencia caribeña tenía poder y control en una parte del Callao, conquistó a través de su espacio, espíritu y alma un nuevo puente que logró llevar el Caribe hacia el Perú y el Perú hacia el resto del mundo.
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El Caribe, aquí, ahora. Una serie de historias elaboradas por la Cuarta generación de la Red Latinoamericana de Jóvenes Periodistas para generar conversación con la región insular usualmente olvidada en los grandes temas latinoamericanos a través de personajes y situaciones que permitan delinear una vinculación más profunda.
Ilustraciones: Alma Ríos.