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Alejandro Normand se enamoró del cine cuando aún no existía la enseñanza en Cuba. Radicado en República Dominicana desde el 2015, escribe, produce y dirige tanto cine como teatro. Esta es su historia y una pincelada al cine caribeño. 


 

Conocí a Alejandro Normand (Matanzas, Cuba, 1967) en el mejor taller al que se me haya ocurrido ir en la vida. “Contar en cine: del guión clásico a la postmodernidad”, Feria del Libro de Santo Domingo, 2016, en República Dominicana. Desde entonces, el recuerdo de su nombre y su providencial paciencia para enseñar, siempre viene asociado a la frase “punto de giro”, a Hitchcock, a Mulholland Drive y a Las Noches de Cabiria.

Alejandro es un guionista cubano cuya infancia transcurrió entre tres ciudades: “Me declaro habanero, matancero y berlinés… Conjugo así en mis mejores recuerdos al Malecón con Alexanderplatz, Varadero y las Cuevas de Bellamar con la Isla de los Museos, la nieve con los ciclones y la fritura de malanga con el sauerkraut”.

Su historia de amor con el cine empezó mucho antes de ir al Instituto Superior de Arte de La Habana a estudiar la carrera de Teatrología-Dramaturgia, cuando aún no existía la enseñanza de cine en Cuba. De hecho, siempre le fascinaron las imágenes y las historias. En el instituto escribió y montó su primera obra “Gutiérrez, Tadeo” y  dirigió “Un teatro llamado deseo”. Además colaboraba como guionista en un programa juvenil de la TV cubana (“En confianza”) en el que se hacían reportajes, entrevistas a jóvenes sobresalientes, cortos y videoclips. Para  Normand el programa fue como “una ventana a lo nuevo” que sirvió de “resonancia a una juventud cansada del estático estado de cosas”, y que, no pudiendo escapar de la censura, fue cancelado, argumentando falta de fondos para mantenerlo en el aire.

En 1991 ganó la selección para la Escuela Internacional de Cine y Televisión (EICTV) de San Antonio de los Baños —adscrita a la Fundación del Nuevo Cine Latinoamericano— , y ya entonces su vínculo con el cine sería definitivo.

 “Fui miembro de la 4ta Generación de estudiantes y de una experiencia que me enriqueció en muchos sentidos. Desde el aprender haciendo con la práctica de los oficios esenciales del proceso fílmico en la llamada ‘polivalencia’ hasta el compartir con cineastas consagrados, noveles y/o en ciernes de todas partes del mundo. Además, tuve la oportunidad de dirigir allí mis primeros audiovisuales: Minotauro, El sueño de Giovannita Querida y Un remolino del olvido”, cuenta.

Radicado en Santo Domingo desde el 2015, escribe, produce y dirige tanto cine como teatro. Es coordinador de proyectos y encargado de los “foley” (efectos de sala) en Sonoro Post House, el primer estudio profesional de sonido cinematográfico en República Dominicana, y uno de los pocos de la región. 

Y a la par que traduce “Magaly García” al alemán y termina “Retrato de familia con piscina” (dos de sus guiones más recientes), nos comparte lo que han significado sus idas y venidas entre los dos trópicos y su visión sobre la cinematografía del Caribe Insular, cual hilo que une las más de 7,000 islas arrojadas como dados en el Mar Caribe, y que comparten una historia y una identidad, en la que a veces el paraíso se asemeja más a un gueto de desigualdades y pobreza.

 

¿Por qué decides emigrar a República Dominicana? 

Pienso que toda decisión crucial en la vida bebe a la vez de diferentes causas. Venía de vivir en el Caribe venezolano, entre Caracas y la Isla de Margarita. A República Dominicana la conocía por lecturas, por imágenes turísticas, por ser la locación sustituta de La Habana en El Padrino II.  Ya esa semejanza bastaba para llamar mi atención e imaginarme acá. Luego se le suma que admiro su música, su gastronomía, que aquí viven grandes amigos y que gracias a la Ley de Cine hay una pujante industria fílmica, posibilidades de trabajar y de aportar. Todo ese oleaje me trajo a esta orilla.

¿Cómo describirías tus primeros días viviendo en Santo Domingo? 

Mis primeros días fueron un deja vu constante. La luz, el aire del mar, los colores, los sabores, la arquitectura. Todo me parecía tan nuevo y a la vez tan conocido. Es una sensación contradictoria y deliciosa que aún hoy me visita.

Como migrante, ¿fue fácil adaptarte o, por el contrario, aún luchas con algunas cosas? ¿Qué cosas de República Dominicana ayudan o dificultan en el proceso?

Nunca es fácil adaptarse. Con el tiempo “rutinizas”, sabes que al llegar a un nuevo sitio debes aprender cuando ponen la luz, el agua, donde quedan la panadería y la lavandería. Pero, a la vez, puedes contar con que cada lugar te enfrentará (y tú a ti mismo) con cuestiones inesperadas que aceptarás de una vez o te costará asimilar (o se te hará imposible). Esas son las opciones. Como migrante tengo la experiencia clara. Cada país tiene su propia felicidad y su propio abismo. Lo que me ayuda con República Dominicana son todas las cercanías que guarda este país con Cuba. 

El dominicano, ¿reconoce tu acento cubano seguido o no? ¿Qué crees que es lo primero que les pasa por la mente cuando revelas tu nacionalidad?

El dominicano cuando reconoce el acento cubano sonríe. Es buena señal, significa que los recuerdos ligados al gentilicio son agradables y, ciertamente, van desde la música, el deporte, la cultura, la educación hasta la culinaria. Esto me llama particularmente la atención. Casi todos han probado algo de la cocina cubana que les impactó y me hablan sobre ello. Me encanta, es prueba fehaciente de una sensorialidad compartida.

¿Cuál es el aspecto cultural más fuerte que comparten Dominicana y Cuba, cuáles sus diferencias más notables? ¿En qué se parecen y se diferencian las dos islas y su gente?

Está el idioma, la geografía, la Historia con mucho en común y una hedonía muy marcada. Son islas donde el gusto es un valor en sí mismo, llámese sexo, comida, baile, tabaco, ron… la lista es larga. Las recorre un discurso que se afianza en transmitir lo que desde la literatura de la colonia hasta la publicidad actual le es asignado: ser territorios de sensualidad extrema. 

Las diferencias las trae el siglo XIX cuando los eventos históricos nos bifurcan. A partir de ahí la impronta de lo económico y lo político marca ambas culturas y las diferencia. En una arqueología del lenguaje es apreciable: hay nombres en común para lo cotidiano o la naturaleza, pero los neologismos del siglo XX son distintos y en República Dominicana encuentras mucho de español antiguo por la fuerte presencia de la Biblia, mientras que el habla cubana lleva más de religión yoruba.

En resumen: tal vez no nos pongamos de acuerdo en un debate sobre política o creencias, pero lo pasaremos de maravilla en una comilona o fiesta. 

¿Hay consenso en la definición de lo que puede considerarse como cine caribeño? ¿Cuándo se marca el inicio del cine con identidad caribeña?

En verdad, no hay consenso. Lo mismo se aplica a películas que narran la llegada de Colón que  las que usan el Caribe para carreras de autos. Hay definiciones que plantean condicionantes: que debe ser insular, tener presencia de creole, tratar temas autóctonos, en fin… ya ves las limitaciones. Personalmente, estimo más adecuado acercarse al tema desde las categorías de fenotexto y genotexto de la semiología, siendo la primera el cúmulo de textos (en su sentido más amplio de obras, lecturas, canciones, refranes, imágenes, influencias culturales todas) a los que el creador es expuesto, y la segunda habla de los textos (nuevamente en el sentido abarcador) que el artista produce. Así, para mí el cine caribeño es —por fenotexto común— aquel hecho por caribeños (valga redundancia) y que mantiene una relación o contrapunteo claro con sus referentes, aplicándose a historias del (o relacionadas con el) área. Siendo así nace en el mismo momento en que comienza la actividad fílmica en la región a inicios del siglo XX.

El autor Bruce Paddington cita al poeta Aimé Césaire cuando dice que los caribeños son el pueblo que más ha sufrido la falta de conocimiento de sí mismo y que los filmes extranjeros contribuyeron en gran medida a esta alienación cultural, ¿estás de acuerdo?

Umm… Me gusta la poesía no politizada de Aimé, más no concuerdo con esas visiones algo ingenuas y victimistas del “buen salvaje” corrompido por lo foráneo. El “qué-bonito-sería-todo-si-no-hubiera-pasado-tal-cosa”, el sufrir perpetuo. Entiendo que vienen de una época de polarización ideológica, de fuertes influjos nacionalistas, pero me resultan sesgadas. El Caribe siempre ha sido por definición, situación geográfica e historia, una zona de tránsito, gran intercambio económico y mestizaje, una región de confluencias de todo tipo. Asimilo las películas (obvio que extranjeras, sino existían industrias locales) como las incorporó la humanidad entera: como un elemento de reflejo y a la vez de evasión, precisamente lo que siempre agradecemos al Cine.

La ecuación creo que es distinta. Lo que no existía en el Caribe era producción propia para ese diálogo obra-espectador que “aumentará el conocimiento del público sobre sí mismo” entendiendo por ello la expresión en contenidos de su historia, arte e idiosincrasia (no sé si a lo mismo se refiere Aimé, pues para el otro “conocimiento sobre sí mismo” considero mejor la meditación o el yoga). No es que hubiera demasiadas películas extranjeras, sino que había pocos (y en ocasiones ni había) filmes de los países de la zona. Fíjate que no hay discusión semejante sobre la música del Caribe. Concordamos en su genuinidad a partir de —o precisamente por— su mezcla de influencias. Claro, desde tiempos inmemoriales cualquier caribeño busca un cajón en la esquina y saca una rumba, improvisa genotexto, crea fenotexto, pero para hacer películas hace falta más que madera.

El Caribe es un crisol de culturas y lenguas distintas, ¿tienen los cineastas un rol importante en la integración cultural de los países caribeños? ¿Cuál es el principal obstáculo que enfrentan?

No creo que habrá Día Inaugural de la Integración Cultural Caribeña. Ya existe. Pienso que los mencionados vasos comunicantes del Caribe siempre han sido su integración verdadera. Y al igual que otros creadores en sus especialidades, los cineastas la sostienen ofreciendo productos en los cuales el público de la región reconoce circunstancias o problemáticas cercanas y se identifica con personajes y/o temas en un vínculo inmediato.

Además, con el auge de las cinematografías caribeñas, se vuelven más frecuentes las coproducciones entre países del área y/o que el talento provenga de la zona. Ya no existe obligación de emigrar a los centros de producción tradicionales para hacer oficio. Esto es importante, pues el cine es más que la película terminada. Hay todo un proceso previo de creación donde artistas, técnicos, en fin, el factor humano se mezcla, se aporta e influencia mutuamente. 

Estos elementos (películas que circulan, caribeños que trabajan juntos), mantienen a mi juicio la continuidad en la integración cultural. Su obstáculo fundamental es la falta de apoyo e inversiones, pues sin dinero para producción no hay nada de lo anterior.

Tomás Gutiérrez Alea (Fresas y chocolate), Euzhan Palcy (A Dry White Season), Perry Henzell (The Harder They Come) son algunos referentes del cine de la región, ¿cuáles filmes y cineastas pondrías en la lista?

Incluiría La muerte de un burócrata, Memorias del subdesarrollo y La última cena también de Gutiérrez Alea, Lucía de Humberto Solás, Sugar Cane Alley de Euzhan Palcy, Made in Jamaica de Jérôme Laperrousaz, Ayiti, mon amor de Guetty Felin, Jean Gentil y Dólares de arena de Laura Amelia Guzmán e Israel Cárdenas. 

 

 

La negritud, el legado del colonialismo, la inmigración, son temas inseparables de la cultura caribeña, ¿qué otras temáticas interesantes se han ido sumando a la producción fílmica caribeña?

El acceso a la justicia social y al bienestar prometido por los proyectos políticos, los conflictos generacionales, la diáspora, el narcotráfico y sus derivados, el turismo sexual, la lucha ambiental, los choques culturales… Los temas se renuevan y actualizan con nuestros propios derroteros del día a día. 

¿Cómo les va a los filmes del Caribe en los mercados asiático y europeo?

Regular. A partes iguales hay interés y prejuicios. Estos últimos vienen de esa larga historia sin productos fílmicos propios, unas primeras películas cuestionables en lo técnico y la idea de que el Caribe es solo fondo y telón de mar azul, no esencia misma. Esa trayectoria de locación exótica que nos arropa y que muchas veces las propias cinematografías refuerzan cuando, con la buena intención de promover, divulgar y atraer inversiones, desarrollan campañas que más parecen de mercado turístico. Súmale a ello una buena cantidad de filmes que cuentan historias supuestamente “universales” que pueden pasar “en cualquier parte” e “interesar a cualquiera”. Terminan siendo cosas ya “vistas”, que no sabes bien donde ocurren y no interesan a nadie. Por suerte, gracias a las nuevas facilidades tecnológicas de producción y reproducción, entran en circulación cada vez más obras originales que despiertan y avivan el interés. A esas debe ir el máximo de apoyo y divulgación.

¿Cuál es la fórmula para lograr que el público caribeño se interese más por su propio cine?

No hay una fórmula, pero pienso que mientras más afilada es la lanza más se clava en la tierra. Esas narraciones “asépticas”, supuestos comodines que gustarían a cualquier público porque ya se han hecho similares y funcionan, ni despiertan interés ni trascienden. Por el contrario, si se narran situaciones y/o problemáticas muy específicas en un contexto absolutamente propio, con originalidad creativa y trabajando con las fuentes en común (el mencionado fenotexto), la cosa cambia. Ahí sí creo que el resultado se torna interesante, tanto para los espectadores del Caribe como para los del resto del mundo. 

Ese es un primer paso. Luego viene lo relacionado con la promoción y exhibición, pues lamentablemente el estado actual de las cosas te enfrenta a que las “películas genéricas” que el público va a olvidar, tienen una sólida red de divulgación y clientelismo detrás, mientras que las películas más originales, esas que la gente sí recordará, ni sueñan con tanto apoyo.  

¿Qué impacto han tenido festivales como la Muestra Itinerante de Cine del Caribe, o Caribbean Lens?

Han multiplicado la posibilidad de mostrar el cine de la región y posicionarlo en otros ámbitos, en otros públicos. Esto siempre es necesario y bienvenido, al igual que cualquier otra iniciativa de promoción, divulgación e intercambio. Porque si bien el que haya muestras y festivales son consecuencia de que hay producción y películas, éstas no trascienden sin pantallas donde exhibirse y venderse.

En República Dominicana la Ley de Cine ha sido crucial para el fomento la producción de cine local, ¿qué otras iniciativas de la región son importantes?

La Ley de Cine Dominicana, aún con aspectos susceptibles de ser mejorados, da cuenta de un esfuerzo serio y concertado entre Estado, empresa privada y cineastas. Impulsa la producción de películas, contenidos y público(s), a la vez que crea capacitación, oficio e industria. Es concreción de un modelo al que aspiran las desamparadas cinematografías del área siempre en busca de apoyo material-institucional, siempre en lucha contra compromisos comerciales, censuras o anteojeras ideológicas. Demuestra, además, que la clave de todo es el hacer, la creación. Las demás cinematografías del área se han rezagado en este sentido. Lo que queda entonces para poder filmar es apelar a Fondos de Producción del área o extraterritoriales como Cinergia, Primeras Miradas, Sparring Partners, Ibermedia. La buena noticia es que tras el éxito dominicano y con insistencia por parte de los cineastas (y también del público), ya otros países del área debaten o estudian la posibilidad de crear sus propias Leyes de Cine. 

“Magaly García”, ¿qué hay con este nuevo proyecto y de qué trata la película?

Arroja una mirada al lado oscuro del Caribe, que se pega como sargazo a los hoteles, pero poco se muestra. Es la historia de Magaly y Günter, una de esas parejas mayores y felices que te topas en los resorts. Luego conoces que ella es una ex prostituta y él un alemán alcohólico, que es apresado por narcomula. Sin recursos, Magaly debe volver a “Ramsés”, un antro de playa visitado por turistas sexuales, donde se involucra con Francisco, un “sanky panky” muy joven.

Es un proyecto que tengo con (el director dominicano) Ronni Castillo. Tras ganar el Premio de Escritura de Guión de Fonprocine en el 2018, estamos en la etapa de búsqueda de inversión y co-productores. 

¿Cómo pasas la cuarentena?

No me quejo. Como aconseja el I Ching: adaptarse a una situación y no desgastarse en inútiles resistencias es la clave para fluir. Lo tomo como una pausa, intento que sea fecunda. Descanso, leo, veo muchas películas, traduzco “Magaly García” al alemán, termino otro guion: “Retrato de familia con piscina” y adapto para su puesta en Santo Domingo “Tarde para Martinis”, una obra mía que estrenó la actriz Yubo Fernández el año pasado en New York. Por si fuera poco, me bajé una aplicación de Scrabble y ya voy por el nivel 6. 

¿Vislumbras posibles producciones caribeñas que aborden el tema de la pandemia? 

Seguramente. Es una situación inesperada que nos afecta a todos de manera similar, pero a la vez absolutamente particular. Ya esta premisa tiene un sí un gancho tremendo sobre el cual desvariar, soñar, expresar. De un tajo corta la superficie para mostrar profundas contradicciones que van desde lo social, lo económico y lo cultural hasta lo personal. Si, las historias vendrán, ya vienen llegando. 

¿Extrañas algo de Cuba? 

Ver llover en La Habana.

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El Caribe, aquí, ahora. Una serie de historias elaboradas por la Cuarta generación de la Red Latinoamericana de Jóvenes Periodistas para generar conversación con la región insular usualmente olvidada en los grandes temas latinoamericanos a través de personajes y situaciones que permitan delinear una vinculación más profunda.

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Ilustraciones: Alma Ríos. 
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República Dominicana (1991). Licenciada en Comunicación Social. Ha trabajado para los periódicos Hoy y Listín Diario, en su natal Santo Domingo. Fan de los libros y el arte. Una de sus aspiraciones es producir documentales y realizar investigaciones que contribuyan a crear una sociedad más justa. La frase “Habla por los que no pueden hablar y defiende los derechos de los desamparados”, en Proverbios 31:8, sintetiza para ella la esencia del periodismo. La curiosidad jamás le abandona.

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