Janelle Acosta nació en San Juan Puerto Rico, pero siendo bebé regresó al país de donde eran originarios sus padres: República Dominicana. Luego migró a estudiar a Estados Unidos y a trabajar a España. Desde hace 5 vive en Cuba, país al que llegó como Gerente del Departamento Financiero y de Administración de HE Limited, una empresa británica que desarrolla proyectos de Energía Renovables. Esta mujer caribeña con su historia de migración nos cuenta de las mujeres caribeñas.
“El son, la prietura y la errancia se postulan como la bandera
del Caribe entero. Una arropadora, histórica, facultada
bandera de tres franjas. ¡Entrañable la una, unitaria la otra
y la tercera amarga!”.
Luis Rafael Sánchez
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Un día soleado, una tumbona a la orilla de una playa maravillosa en algún resort y un mojito. Esa es la imagen más recurrente que aparece cuando se menciona la palabra Caribe. Visto así, pudiera parecer que el Caribe es uno solo, que da lo mismo vacacionar en Punta Cana, Curazao o Varadero, y la verdad es que sí, si se persigue la idea banal y reducida que se vende del Caribe. Pero la región es mucho más diversa y compleja de lo que aparece en los anuncios de publicidad.
Además de las diferencias culturales y lingüísticas que existen, las experiencias de vida de los caribeñxs están marcadas por la nacionalidad, la raza, la clase social y el género. En este escenario, no hay una historia que refleje la identidad caribeña, ésta se construye a partir de muchas historias, todas distintas y similares a la vez.
Ser
Sentadas en el jardín de su casa en el barrio habanero de Atabey, Janelle Acosta Camilo (Puerto Rico, 1974) me cuenta parte de su vida. Presto atención a cada detalle que nos rodea. Los tres perros adoptados, el árbol de Noni, el trino de los pájaros, el césped podado, la piscina.
Mientras conversamos se ríe, bromea. Janelle es una mujer risueña y con tantas energías que no se está quieta ni un segundo. Gesticula. Pienso en que, si la hubiera visto caminando por las calles de Madrid, donde vivió antes de llegar a Cuba, hubiera sabido que era caribeña. Su manera de agitar las manos al hablar o las expresiones marcadas del rostro al contar historias son características que reconozco como propias y ella es la evidencia de que se extienden a lo largo de las Antillas.
La observo, y dejando de lado el acento, Janelle se parece bastante a una mujer cubana, a una santiaguera, como le suelen decir. Es probable que la confusión venga por su manera de ser: espontánea y desenfadada, por el color cobrizo de su piel, por su figura despampanante. Así es, aunque queda claro que no todas las cubanas o santiagueras, o dominicanas o caribeñas encarnan el ideal de “Criollita de Wilson”. Janelle se parece bastante al cliché.
Es curioso cómo los estereotipos venden. En el Caribe sobre todo venden destinos turísticos que prometen mujeres negras y mestizas extraordinariamente bellas y sensuales. Una imagen colonial lanzada como carne de cañón en pleno siglo XXI por los actuales gobiernos para atraer a colonizadores de nuevo tipo.
La escucho hablar y no puedo evitar comparar que más allá del gusto por la salsa y algunas características físicas, las experiencias de vida de Janelle son muy distintas a las de otras mujeres cubanas que conozco. Mientras ella disfruta del Caribe afrodisíaco que aparece en los comerciales, las que me rodean sobreviven en las capas más vulnerables de un país pobre.
“Es como estar en República Dominicana otra vez”, me dice. Asegura que la cultura y la gente es igual, que somos simpáticos por naturaleza y que se “lucha”[1] tanto en una isla como en la otra. La diferencia fundamental, según Janelle, es el patriotismo. Cree que ese sentimiento de amor y pertenencia por cada pedacito de país es un rasgo muy distintivo de los cubanos. Siente que a los dominicanos no les pasa lo mismo, o tal vez sí y lo que habla es el desarraigo luego de 20 años fuera de su país.
Aunque me deja claro que “allá se notan mucho más las diferencias sociales, pero que hay de todo, no como aquí”. Ni siquiera Janelle en su burbuja logra escapar del desabastecimiento permanente en la que parece naufragar Cuba. “Hoy es una cosa, mañana la otra y te mantienes en una búsqueda constante”.
Ella sabe que es difícil vivir en un país que importa la mayor parte de los productos destinados al consumo interno, sobre todo si perteneces a las capas vulnerables. Sucede así en casi todos los Estados del Caribe, pues el turismo es su primera y principal actividad económica. Pero en Cuba, el problema trasciende al estatus social de Janelle. Aquí, con una economía débil y bloqueada, “ni siquiera puedes elegir qué comprar, es lo que esté disponible en el mercado en ese momento”.
Dejando a lado la escasez, a Janelle le gusta muchísimo la isla, la hace sentir como en casa. El barrio, los vecinos, todo o casi todo le recuerda a su país de origen. El lugar pareciera el mismo, pero ella no, ella ha cambiado.
A sus 46 años, Janelle revive su infancia a través de sus hijas. Ellas salen, corren, se bañan en la lluvia, juegan en la calle con total libertad. Asegura que Cuba se le ha presentado como una segunda oportunidad para curar las heridas del pasado.
Sus mejores recuerdos de niña son del colegio. Evoca a una pequeña académicamente sobresaliente, traviesa. Aunque afuera de la escuela era muy introvertida. Su clase social marcó muchos aspectos de su niñez.
“Me pasé mi infancia viéndome de afuera hacia dentro. Era como si en vez de yo estar viviendo la vida, me estuviera viendo cómo creía yo que me veían los demás. Pendiente de lo que llevaba puesto, de lo que pueden estar pensando los otros, del pelo, de cómo comportarme”.
Clasismo, lo llama ella. Ese fue el responsable de una infancia marcada por los complejos, de preocupaciones por ser aceptada, del miedo al rechazo por las “diferencias” que pudieran haber existido entre sus compañeros y ella. Un temor que solo creas si estás abajo. Clasismo, insiste. Yo diría también que el racismo mucho tuvo que ver, pero de eso no hablamos. Al parecer es un tema tabú en ambas islas.
Cuba, a diferencia de República Dominicana y de otros países del Caribe, tuvo un proceso político, económico y social conocido como Revolución Cubana, que parecía haber eliminado los estratos sociales y el racismo. Y digo parecía, pues si bien muchos crecimos escuchando que todos éramos iguales, la realidad se distancia mucho del discurso político. Cualquiera puede percibir que las clases sociales y el racismo nunca dejaron de existir. Aunque no aparezcan en los anuarios estadísticos, ni se hable de ello en las noticias, están ahí, en los barrios marginalizados, en los residenciales, en los burgueses al que ahora pertenece Janelle y su familia.
Durante los últimos 11 años, Janelle ha trabajado como Gerente del Departamento Financiero y de Administración de HE Limited, una empresa británica que desarrolla proyectos de Energía Renovables. Así fue como llegó a Cuba en 2015 directamente desde Madrid para comenzar la construcción de una bioeléctrica.
Migrar
Para Janelle el haber terminado aquí fue un regalo. En Cuba puede disfrutar lo que en República Dominicana le estuvo vedado. Escucho su historia y no puedo dejar de pensar en los cubanos que se van en busca de mejores oportunidades. Pareciera una ironía del destino: migrar para volver con un estatus diferente que les permita disfrutar del país que aparece en los anuncios de publicidad. Ese que saben que existe pero que no está a su alcance como nacionales. Si el Caribe es una región turística, es comprensible que los que se van y logran materializar sus sueños, vuelvan exactamente como turistas, sin tener que lidiar con la realidad local. De eso habla Janelle, cuando me dice que entiende lo difícil que puede volverse Cuba para los cubanos.
La migración es un fenómeno recurrente en la región. Desde sus cimientos hasta el día de hoy, el intercambio de ideas y de personas siempre ha estado latente a través de los años. Algunos investigadores recurren a la condición de habitantes insulares, otros a una historia de esclavitud, despojo, desigualdad, violencia y pobreza que ha empujado a los caribeños a desplazarse de un lugar a otro.
Janelle no es la excepción. Su viaje comenzó cuando su padre trabajaba en Puerto Rico, país donde nació al igual que sus tres hermanos. No tiene recuerdos boricuas, pero sí la certeza de que es ciudadana estadounidense. Suerte, dirían algunos, neocolonialismo otros. Pero lo cierto es que ese simple hecho le permitiría desplazarse por el mar Caribe e incluso cruzar el Atlántico sin problemas.
Al poco tiempo de nacida, su familia volvió a República Dominicana y allí creció. A la edad de 14 años, su madre fue de visita a los Estados Unidos, se enfermó, extendió su estancia y al final decidió quedarse, como parte de la ola de migrantes dominicanos que llegaron a USA entre los años 80 y 90.
Sus hermanos y ella se disponían a seguir la ruta trazada rumbo al Norte, pero la pérdida de sus certificados de nacimientos los detuvo en Dominicana dos años más, hasta que las autoridades de migración estadounidenses se convencieran de que ciertamente trataban con “ciudadanos americanos”.
Pero su ciudadanía no la libró de ser blanco de reclutamiento militar como muchos de sus coterráneos. A punto de terminar el preuniversitario, llegaron a su colegio un grupo de personas para hacerles varios exámenes a los estudiantes de último año. Por aquella época Janelle apenas hablaba inglés. No sabe qué nota sacó, ni qué le vieron. Lo cierto es que resultó “idónea” para ingresar al Ejército de los Estados Unidos. La llamada del recluta a su casa no se hizo esperar.
Desde 1973, los reclutadores se dirigen a adolescentes de escuelas pobres, donde van la mayoría de la población afrodescendiente y migrante. Ahí es terreno fértil para que prendan ofertas como conocer el mundo, acceso a una ciudadanía, estudiar gratis en la Universidad. Ésta última se le dibujó como una “bendición” a la madre de Janelle, quien soñaba para su hija un futuro mejor.
Durante cuatro años sirvió. Primero en El Paso, Texas, y luego en una base aérea en Alemania. Sabe que pudo hacer en el Ejército una carrera, pero cuando apareció la amenaza de la guerra en Kosovo, decidió que no estaba dispuesta a correr el riesgo. Inmediatamente que se venció el plazo firmado, decidió volver a Miami y hacer cumplir la palabra empeñada por sus reclutadores.
Mientras estudiaba para sacar una licenciatura en Administración y Finanzas en la Universidad Internacional de la Florida , trabajó para Iberia. Miami Beach se parece bastante al “American way” del que tanto hablan en su isla y también en la mía. Sí, ese que promete éxito, riqueza, libertad absoluta, felicidad. Pero ni el trabajo, ni la escuela, ni su familia, ni su certificado de nacimiento hicieron que se adaptara a los Estados Unidos. Asegura que allá todo el mundo es un número. Por eso cuando a su pareja le llegó una oportunidad de trabajo en España, dejó todo y lo siguió hasta Madrid. Al principio no tenía trabajo, no tenía nada. Pero se sentía en casa otra vez, como hacía tiempo no pasaba. Debe ser porque la idiosincrasia que compartimos mucho tiene de los que nos colonizaron.
Allí, en la madre patria, nacieron sus hijas, tan caribeñas como ella. Una puede emigrar, pero se lleva sus raíces. Janelle es la prueba de que el Caribe está en la matriz del país natal y también en su diáspora.
Temer
Ser madre es una de las cosas que más disfruta Janelle. Estar con sus hijas adolescentes es todo lo que quiere en sus tiempos libres. Eso, y de vez en cuando ir a la playa y bailar salsa cubana. Pero sobre todo ser madre, estar ahí, involucrarse en las diferentes etapas que viven, compensar un poco la ausencia de ser una mujer profesional, de trabajar, de casi no parar en casa.
“Nunca nadie te dice qué significa ser madre. Tu vida deja de existir cuando eres madre por un buen tiempo. Sobre todo, al principio. No solo para bañarlas, ponerlas a dormir y darles la comida, sino emocionalmente, para formarlas, porque eso que necesitan cuando no estás, lo cogen de otro lado, y al final no las formas tú cómo crees que deberías”.
Lograr un balance a veces se torna complicado. Sobre todo, si eres una mujer latina o caribeña y estás constantemente expuesta a una cultura patriarcal que te inoculan desde niña.
¿Qué pesa más? ¿Tener una carrera, ser independiente económicamente o tener una familia?
Tener independencia económica es fundamental para Janelle, lo aprendió de su madre, quien crió cuatro niños sola, y ahora se lo inculca a sus hijas. Estudiar, tener una carrera, una maestría, un doctorado y todo lo que puedan lograr. Colocarse en la cúspide de la pirámide de clases es la meta. Ella sabe que, el sitio reservado para las mujeres negras o mestizas sin plata es bastante triste. Da lo mismo que vivan en La Habana, Madrid o Santo Domingo.
La certeza de que tanto la maternidad como el ámbito doméstico es un asunto de mujeres, es algo de lo que no ha podido librarse del todo. No solo ella, muchas mujeres de la región reproducen un discurso machista que viene desde la colonia. De acuerdo con la investigadora Arlette Gautier, la colonización trajo consigo una pérdida radical del poder político de las mujeres, allí donde existía, porque los colonizadores negociaron siempre con estructuras masculinas, que incluso a veces inventaban con el fin de lograr aliados (Gautier, 2005). La antropóloga Rita Segato agrega que además promovieron la “domesticación” de las mujeres para facilitar la empresa colonial, reduciéndolas a objetos, sexualizándolas, introduciéndoles una moral antes desconocida (Segato, 2012).
Tales antecedentes explican por qué a Janelle le cuesta verse al mismo nivel que los hombres profesionalmente. Siente que tiene que probar su validez todo el tiempo, lo cual es agotador.
Si bien las mujeres cubanas tienen una mayor representatividad que las dominicanas en la esfera pública del país, es difícil definir si realmente son una fuerza política. Que Cuba, con el segundo parlamento del mundo con mayor representación femenina, el 53.22% de sus diputados reforme 109 leyes o decretos y no incluya una ley integral de género, deja, cuando menos, una duda razonable.
En la empresa para la que trabaja, Janelle termina asumiendo tareas que van mucho más allá de la parte financiera. Controla todos los departamentos, excepto el técnico y está feliz de no hacerlo porque sería otra carga sobre sus hombros. Realiza trabajos de directivo, sus colegas acuden a ella como directivo, pero al final, en la puerta de su oficina y en la nómina, la palabra escrita es manager.
Sus jefes saben que las tareas extras la sobrecargan y retrasan su propio trabajo, pero no hacen nada. Esperan a que ella ya no pueda más y grite. Los hombres conocen que a las mujeres se les enseña a aguantar, se aprovechan de eso y las llevan al límite. Pues bueno, Janelle aguantó más de una década y ahora cree que es tiempo de irse, de empezar de cero, pero sobre todo de valorarse. Por la covid-19 ha puesto en pausa sus planes de volver a Estados Unidos y comenzar a trabajar; se siente indecisa del futuro por la pandemia.
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Aunque el final de la historia de Janelle se parece mucho a los anuncios de publicidad, su realidad como mujer mestiza, de clase media alta, dominicana, con ciudadanía estadounidense, es solo un granito de arena que ha transitado en el Mar que baña el Caribe. Porque la región es un crisol de identidades, culturas, lenguas y costumbres, incluso dentro de cada nación. Esa diversidad que nació de la confrontación violenta en diferentes planos de la vida cotidiana hace más de 500 años (Morejón, 2011). La conquista, colonización y dominio es el pasado en común que une a las diferentes naciones del Caribe y cuyas consecuencias determinan la personalidad de la región.
Si bien la base es la misma: economía de plantación, dependencia económica, esclavitud, los métodos empleados en cada uno de los territorios fueron diferentes, a lo que se sumaron las particularidades sociales, económicas y culturales de cada país. Como si fuera poco, la diversidad lingüística separa el Caribe hispano, el anglosajón, el francés y el holandés. Con tanta pluralidad no se puede hablar de una identidad caribeña única, singular. La identidad caribeña de ella está determinada por sus experiencias de vida.
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El Caribe, aquí, ahora. Una serie de historias elaboradas por la Cuarta generación de la Red Latinoamericana de Jóvenes Periodistas para generar conversación con la región insular usualmente olvidada en los grandes temas latinoamericanos a través de personajes y situaciones que permitan delinear una vinculación más profunda.
Ilustraciones: Alma Ríos.