Lázaro Valdespino (La Habana, 1952) organiza desde hace 15 años un encuentro de artistas cubanos y guatemaltecos en la Concha Acústica en la plaza central de la Ciudad de Guatemala. Un espacio de intercambio cultural que lo transporta a la isla caribeña.
Salsa cubana, trova, rock, madres orgullosas viendo a sus hijas hacer los pliés de ballet, curiosos que han decidido parar un rato, ancianas sentadas en primera fila. Desde hace quince años, en octubre, el escenario de la Concha Acústica en la plaza central de la Ciudad de Guatemala presencia la misma imagen: el Encuentro de artistas cubanos y guatemaltecos. Tras bambalinas, moviendo los micrófonos, hablando con los artistas, dando uno que otro grito a sus alumnos que controlan la cámara, está Lázaro. El público no parece saberlo, pero es él quien hace posible que un fin de semana cada año Cuba habite el centro de la ciudad.
Valdespino, como le dicen sus alumnos de televisión en la universidad, quizá porque es menos intimidante llamarlo por su apellido, es de esos tipos que no se sabe si están hablando o gritando. Tiene 68 años, la barba blanca y una coleta que no se ha quitado desde que tocaba rock en La Habana. Hace veinte que vive en Guatemala, pero su acento caribeño siempre lo delata. Recuerda exactamente el día en que llegó, el 1 de junio del 2000, con la idea de quedarse solo un año. Ahora es uno de los más de seiscientos cubanos que, según las cifras, residen en el país centroamericano. Pero las condiciones en las que llegó fueron muy distintas a la de la mayoría de sus compatriotas.
Lázaro no recuerda su vida antes de la Revolución, era aún muy pequeño, pero sí recuerda el después. Admite que fue la educación pública la que le permitió dedicarse al arte. Él, que desde pequeño se había inclinado por las artes plásticas y la música, encontró dentro del sistema una oportunidad. “Antes de la revolución la cultura era un lujo, después se convirtió en una necesidad”, dice mientras recuerda que algunos de sus compañeros artistas, mucho más grandes que él, habían tenido que costear su propias clases. Valdespino por el contrario, lo había aprendido en la escuela. Fue la masificación lo que permitió que la cultura estuviese al alcance de todos. Pero la posibilidad de crecer artísticamente iba siendo cada vez más difícil. A pesar del esfuerzo que reconoce que hizo el Estado para facilitar el arte, la pobreza llegó, en gran parte, por el bloqueo económico y político que Estados Unidos le impuso a la isla. Explica que en un principio se le dio importancia a la cultura, casi al mismo nivel que a la salud, pero por supuesto, luego hubo que priorizar. Fue por eso que muchos artistas y profesionales buscaron salida a través de becas en países de Europa, o en México, que estaba cerca del sueño americano. Deseaban mejorar sus condiciones de vida, su salario, pero también querían crecer profesionalmente, trabajar con equipo de calidad, darse a conocer. Él no fue la excepción. Después de haberse graduado en Artes, trabajado para la televisión cubana y estudiado algunos años en México e Italia, llegó un ofrecimiento a la Unión de Escritores y Artistas en Cuba: solicitaban apoyo para crear el canal de televisión de la Universidad San Carlos, en Guatemala. La persona indicada para el cargo era él. “Hay que transformarte porque allá las cosas están crudas”, le decían los amigos burlándose un poco, porque claro, no era Europa ni Estados Unidos, era Centroamérica.
En la escuela había aprendido de artes plásticas, de música, pero de Guatemala muy poco. Los mayas y no más. Había leído alguna vez que José Martí creía que era un pecado ser vecinos y no conocerse. Y por eso decidió aceptar el reto. Lo dejó todo al migrar: su familia, su esposa, su vida en la isla, los moros y cristianos. Incluso tuvo que aprender a caminar diferente, como con miedo. Le habían recomendado evitar hacerlo de noche en lugares solitarios. Pero él, que estaba más solo que las calles, lo primero que hizo al llegar fue empezar a buscar artistas. Quizá porque era la única forma de sentirse en casa, rodearse de arte.
La idea de hacer un encuentro cubano-guatemalteco se gestó rápido, las visitas a los garages de las casas en pleno centro de la ciudad durante ese primer año habían servido. Encontró ahí a Ricardo Andrade, uno de los mayores expositores del rock guatemalteco en la época de los noventa. Lo conoció dos años antes de que fuera asesinado. Lázaro pensó en Cuba, en las bandas rock donde había dominado el bajo. En Los Pitecántropos, en Red y Flash, el grupo con el que duró diez años. Recordó cómo habían sido jóvenes y rebeldes, tocando música “americana” en plena Habana, desafiando la censura. Para él la música no entiende diferencias. “La música es música”. Recordó lo poco que se sabía de Guatemala en la isla y lo poco que sabían de la cultura cubana en ese pequeño país.
Para el 2001 Lázaro ya había gestionado que Viernes Verde, Andrade y los últimos Adictos, y la Estudiantina de la Universidad de San Carlos viajaran a Cuba. Iba en ese viaje Pantaleón David Yupe, que en ese entonces tocaba en la Estudiantina, un grupo de seis jóvenes universitarios que no pasaban de los veinte años y que se dedicaban a interpretar música tradicional y folclórica. David piensa en ese viaje mientras busca algunas de las fotografías que aún conserva. Tocar la mandolina en Marianao, o en la misma Habana frente a cientos de personas era un sueño hecho realidad y una oportunidad para encontrarse con otros artistas. Pero sobre todo era importante para conocer la cultura. Son las cosas que más recuerda: los cubanos y cubanas, la calidez de sus sonrisas, la organización comunitaria. Y también recuerda a Valdespino, hablando con todo el mundo, gestionando para que estos artistas guatemaltecos fueran conocidos. “Hablando fuerte y regañando, como es él, pero sumamente comprometido con el arte”, dice. Ni David ni Lázaro olvidarán ese viaje. Ese que sin saberlo se convertiría en el detonante para la creación de un encuentro que durante quince años uniría dos culturas.
Tres años después de esa travesía que significaba llevar artistas a la isla, Lázaro inauguraba el primer encuentro formal de artistas guatemaltecos y cubanos en la ciudad. Fue tan grande el éxito que el mismo embajador de Cuba le pidió, “o lo comprometió” como a él le gusta decir, a seguir haciéndolo. No recibió nada por eso, era un trabajo ad-honorem, como lo ha sido hasta ahora. Ese primer año, en el 2004, el encuentro estuvo dedicado a la educación. Acompañado de sus alumnos de televisión de la Universidad Rafael Landívar, y de la USAC, montaron el evento. El trovador cubano Ángel Quintero y el grupo Sello Latino fueron los primeros de más de 115 artistas, músicos, músicas y bailarines que han participado a lo largo de los años.
Lázaro empezó entonces a “hacer caminos” como se llama el documental del que está tan orgulloso. Un documental que reúne esos 15 años de desvelos, de planificación, de tocar puertas. No fue fácil esa primera vez y no ha sido fácil hasta ahora. Pero el resultado siempre da frutos y desde entonces Valdespino ha conseguido establecer convenios con las universidades, con el Ministerio de Cultura, con la Municipalidad de la ciudad y con empresas privadas para poder conseguir patrocinios y que la tradición no muera. Aún así, siempre es más difícil tocar por fondos que por artistas. Pero nada impidió que un fin de semana, la Concha Acústica se llenara de sabor caribeño. David Yupe está seguro que lo que mantiene vivo el festival es la voluntad con la que Lázaro y los artistas lo realizan. Y por supuesto, el tiempo de aquellos que sin pensarlo mucho, deciden ayudar.
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Conseguir el equipo en la universidad, lograr que se los prestaran, probarlo, tratarlo con cuidado —no era suyo y cualquier cosa que pasara ellas lo debían pagar— eran algunas de las cosas que le preocupaban a Carmen Méndez antes de ir al encuentro en el parque central. Si algo le había enseñado Lázaro era a valorar el equipo, a no equivocarse. “En Cuba, como era tan difícil conseguir el equipo y la tecnología, uno se equivocaba menos, uno valoraba más lo que tenía y lo que debía hacer”, esas palabras de Valdespino a Carmen le resonaban todo el tiempo. Estaba en tercer año de Comunicación en la Universidad Landívar cuando él le pidió, junto a unos diez compañeros y compañeras, que le ayudara a documentar el evento del 2016, dedicado a la danza. No era la primera vez que Lázaro contaba con el apoyo de estudiantes de la clase de televisión que impartía, pero esta vez serían ellos los encargados de filmar los tres días de encuentro. Se nombró un director, encargados de cámara, maquillaje. Carmen era la productora. Tenía que chequear que todo saliera perfecto, un trabajo enorme de pre-producción. Y aunque lo hacía sin recibir nada a cambio, sabía que no le podía fallar a su profesor.
El escenario de la Concha Acústica ya estaba preparado cuando Carmen y sus compañeros llegaron. Lázaro hablaba con los artistas, comprobaba el sonido, caminaba de un lado a otro. No había mucha gente. Carmen estaba asustada. ¿Y si no se llena? A Lázaro no parecía preocuparle, estaba seguro que en cuanto el primer artista tocara, las personas se acercarían, como pasaba todos los años.Y así fue, decenas de guatemaltecos llegaron para escuchar a Coki Valdés y a Rafael Jaén tocar a Silvio Rodríguez, para ver a la Escuela de Ballet Municipal y a la Escuela de danza de la USAC. Y también para bailar salsa cuando fue el turno de la Escuela Cubana de baile. Se hizo de noche y el evento se había transformado en una fiesta. Los niños se paraban en las sillas para ver mejor, algunas mujeres decidieron unirse a la danza. La música fuerte en plena capital. El nerviosismo de estudiante se quitó por completo, Carmen y sus compañeros habían dominado la cámara, las luces, el switch. Lázaro rara vez se les acercaba para ver si todo estaba bien, confiaba en ellos.
En ese encuentro Lázaro subió al escenario, dominó el bajo como en los viejos tiempos y tocó junto al Grupo Los Habanos. En la cara se le notaba todo, sonreía, cantaba, miraba a sus alumnos, al público, a los artistas. Dice que siempre se siente así después de cada encuentro, cansado, pero con ganas de más. Valdespino no lo sabe, Carmen nunca se lo ha dicho, pero esa experiencia significó que ella decidiera dedicarse a la producción audiovisual. Esa fue una de las pocas veces que sintió que un catedrático creía en ella, que era capaz. “Es de esos profesores que se vuelven amigos de vida, por eso me da nostalgia cuando siento que se hace grande. Cuando él no esté, ¿quién va a seguir con esto?”.
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Cuando Lázaro piensa en Cuba piensa en lo que dejó atrás, en sus amigos, en las bandas de rock en las que estuvo, en su familia, en lo mucho que extraña el aire del caribe. Por eso hace lo que muchos de sus compatriotas no pueden, regresar a casa cada año. Su situación se lo permite, tiene el permiso gubernamental de irse, de regresar y volver a salir. Ahora las cosas han cambiado, aunque reconoce que es afortunado. Siempre que llega a la isla piensa en quedarse. ¿Que por qué no regresa? Esencialmente porque lo que gana ahora no lo ganaría en el país caribeño, la parte económica lo toca fuerte, como a todos. De la situación política no habla mucho, no le gusta entrar en detalles, pero sabe que si las cosas fueran perfectas él no hubiese tenido que irse, ni tampoco los miles de cubanos que han migrado. Pero también hay algo que de alguna manera lo ata a Guatemala. Es la comunidad que ha construído, los amigos, amigas, estudiantes, artistas, músicas, bailarines. Son ellos y, por supuesto, es ese encuentro. Ese sueño que hace realidad con ayuda de quienes lo quieren, de quienes entienden lo necesario que es la cultura para una sociedad en llamas.
A pesar de las bajas de presupuesto, la falta de interés de las instituciones, de los trámites burocráticos que significa llevar a cabo un evento cultural en el país, en quince años nada ha parado. Al menos, hasta ahora. La pandemia que azota al planeta en este 2020, desequilibró todo. Aunque Lázaro aún tiene la esperanza de que no haya un año sin festival. Por ahora la Concha Acústica está vacía, la Ciudad de Guatemala ha quedado callada tras el toque de queda, el mundo está en pausa. La plaza central está a la espera de que tal vez, con un poco de suerte, el caribe pueda apoderarse nuevamente de su espacio.
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El Caribe, aquí, ahora. Una serie de historias elaboradas por la Cuarta generación de la Red Latinoamericana de Jóvenes Periodistas para generar conversación con la región insular usualmente olvidada en los grandes temas latinoamericanos a través de personajes y situaciones que permitan delinear una vinculación más profunda.
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Ilustraciones: Alma Ríos.