Antígona Segura, la astrobióloga mexicana de 46 años, se dedica a la investigación para encontrar evidencias científicas para decir si la vida, como la conocemos, puede existir en algún otro lugar en el universo. Su quehacer científico la llevó a la NASA; su feminismo a visibilizar a las mujeres en la ciencia. Esta es su historia.
Antígona no siempre fue Antígona. No sólo por su nombre, sino porque con el paso de los años, además de descifrar la posibilidad de vida en otros planetas, también se ha ido descubriendo a sí misma. Es de las pocas mujeres astrobiólogas en México. La Astrobiología —esa “ciencia que estudia el origen, evolución y distribución de la vida en el universo”— la ha llevado a desarrollar su trabajo científico en la NASA y a reabrir el debate sobre la habitabilidad de los planetas que giran alrededor de las estrellas enanas M. Su trabajo marca ya una diferencia en las evidencias científicas para saber si la vida, como la conocemos, puede existir en algún otro lugar y en el desarrollo de otras mujeres dedicadas a la ciencia, a las que siempre menciona en sus equipos, a las que tiene en la mente por sus investigaciones y aportes.
Antígona Segura Peralta tiene 46 años. Estudió la licenciatura en Física teórica en la Universidad Autónoma de San Luis Potosí, porque aunque nació en la Ciudad de México, tras el devastador sismo del 19 de septiembre de 1985 —ella iba en tercero de secundaria cuando se sacudió la Tierra—, tuvo que abandonar el edificio Tamaulipas en la Unidad Habitacional Tlatelolco donde vivía y se mudó con su familia al estado de Aguascalientes, pero en las universidades de aquel estado no había la carrera de Física y por ello optó por trasladarse a San Luis Potosí a iniciar sus estudios universitarios.
Llegar a la Física no fue un camino sencillo para Antígona, aunque sí natural. Tras terminar la preparatoria se fue a vivir un año a los Ángeles, California en Estados Unidos, donde, mientras aprendía inglés, trabajó como cajera en un restaurante. Al regresar a México no sabía qué iba a pasar con ella; pero sí tenía una certeza: le gustaba la ciencia, el fenómeno de la vida, el funcionamiento de los planetas, los volcanes; le encantaba pensar en las estrellas y en el espacio.
Su interés en la ciencia lo fomentó la lectura de Cosmos, la serie de divulgación científica escrita por el astrónomo y astrofísico estadounidense Carl Sagan. Desde muy pequeña Antígona leía los libros de ciencia ficción de su padre y los que su madre le compraban de ciencia para niños. Y precisamente por este hábito fue que encontró la forma de unir sus dos pasiones: la Biología y la Astronomía.
“Si yo estudiaba Biología ya no podía ser astrónoma, porque en México tienes que estudiar Física para hacer Astronomía, pero si estudiaba Física yo todavía podía dedicarme a ciertas áreas de la Biología y a la Astronomía. Basada en esta indecisión decidí irme a la Física, que no era precisamente mi materia favorita, pero que se me daba con mucha facilidad al igual que las matemáticas”, dice sonriente Antígona, mientras sorbe la tisana Japan que le sirvieron en el cafecito donde conversamos en el Centro de Coyoacán de la Ciudad de México.
A principios de los años 90, me narra la científica, todavía se le llamaba Exobiología a la ciencia encargada de la búsqueda de vida extraterrestre; hoy en día ya es conocida como Astrobiología: que es una combinación de la Física, Química, Astronomía, Astrofísica, Biología molecular, Ecología, Ciencias planetarias y Geología para el estudio científico de la vida, la posibilidad de ésta, al menos como la conocemos, en otros planetas o si existen otras manifestaciones de vida que se desconozcan. Precisamente, por su perfil interdisciplinario, es que en México no existe una licenciatura que forme astrobiólogos, a diferencia de otros países como Estados Unidos. Se llega a ella luego del estudio de las otras disciplinas y con tópicos optativos de esta ciencia.
En 1995, luego de la carrera de Física (donde fue la única mujer), Antígona hizo su maestría en Astronomía —para entonces ya había trabajado con astrónomos muy reconocidos en México como los doctores Miguel Ángel Herrera Andrade y Arcadio Poveda Ricalde—; luego vino el doctorado en Ciencias de la Tierra, ambos en la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM) en la Ciudad de México.
El primer astrobiólogo con el que Antígona trabajó fue el doctor Rafael Navarro González. Cuando ella se enteró que él estaba haciendo investigación en la UNAM, solicitó al comité académico la licencia para formar parte de su equipo. Como él era químico y eso no tenía nada que ver con la Astronomía, ella tuvo que escribir un proyecto (su tesis doctoral) que la llevó al área de Ciencias de la Tierra; propuso una investigación sobre del origen de la vida en volcanes en Marte. Fue un proyecto experimental, algo a lo que Antígona no se había enfrentado antes, porque lo teórico era lo que a ella le gustaba y a lo que se había dedicado. Pero eso no lo importó, ella quería comenzar el estudio de la Astrobiología.
En aquellos años, Antígona compaginaba sus estudios con la conducción de un programa de radio que se llamaba “Hacía el nuevo Milenio” de Radio Centro —un grupo privado de radiodifusión mexicano propietario de estaciones en todo el país—. Luego de dos años de estar al aire, Antígona dejó el espacio porque, recuerda, el co-conductor, el químico Luis Manuel Guerra, la acosaba y cuando ella lo denunció sólo le dijeron que ya lo habían regañado.
“Seguramente no era la primera [mujer a la que acosaba]. Y no tenía por qué aguantar eso, mi vida no era en los medios, mi vida estaba en otro lado y me fui”, relata con una carcajada y agrega: “luego de eso terminé el doctorado y salí felizmente al desempleo”.
Polvo somos
Tras terminar el doctorado, Antígona estaba sin empleo y con un sueño muy claro: trabajar en cuestiones de planetas habitables. De pronto, se le presentó la oportunidad de asistir a un congreso de la Sociedad Internacional de los Orígenes de la Vida, que se realizó en Oaxaca, México. Ahí conoció al investigador estadounidense James Kasting, a quien admiraba, pues él, precisamente, había definido el concepto de zonas habitables, término que se usa desde 1993. Ella le pidió trabajar con él.
Con Kasting, Antígona hizo su primer postdoctorado. El profesor de la Universidad Estatal de Pensilvania le dijo que podía pagarle 32 mil dólares por un año como investigadora.
“Me pareció un montón. Pero después supe que el salario de los postdoc en Estados Unidos se negocia y aceptas a quien te haga la mejor oferta. En México no pasa igual porque el Consejo Nacional de Ciencia y Tecnología (Conacyt) o la UNAM lo determinan dependiendo de a dónde entres. [En realidad] el salario que me estaba dando Kasting era muy poquito y yo no tenía idea. Yo me fui feliz porque lo había logrado por mí misma”, narra Antígona y reconoce que fue muy ingenua.
La estancia con Kasting en la Penn State University duró dos años y medio. En ese tiempo Antígona trabajó con las estrellas enanas M. La científica me describe uno de los proyectos que realizó a partir de estas estrellas para estudiar la posibilidad de que se genere vida:
“Se nos ocurrió usar las estrellas enanas M, que habían sido históricamente despreciadas, porque son estrellas poco luminosas y para estar dentro de una zona habitable debes tener la temperatura adecuada para tener agua líquida en la superficie del planeta y si no tienes suficiente luminosidad, tienes que acercarte mucho a la estrella. Cuando te acercas mucho lo que sucede es que la rotación del planeta se va sincronizando con la órbita de la estrella, que es lo que le pasa a la Luna con la Tierra. Eso implicaría que al planeta le daría en el mismo hemisferio la estrella todo el tiempo, y tendrías una atmósfera muy caliente y otra muy fría, y se colapsaría”. Antígona casi no mueve las manos, pero su discurso es fluido y claro.
Este proyecto implicó también el estudio de las fulguraciones de las enanas M, las cuales ocurren todos los días y son de 10 a 100 mil veces más potentes que las del Sol, y como el planeta está 100 veces más cerca de ellas para que sea habitable, eso se convertía en “un pequeño problema”, relata Antígona.
Otro problema fue el observacional, porque las enanas M son el 75% de las estrellas de la galaxia, pero como son muy tenues, porque son menos luminosas, resulta que detectar su radiación ultravioleta es más complicado; ésta última cobra relevancia porque durante las fulguraciones, las enanas M aumentan su radiación ultravioleta. En general la observación de éstas no se hace con telescopios en Tierra porque toda la atmósfera, el oxígeno y el ozono absorben toda la radiación ultravioleta; entonces “tienes que irte al espacio”, continúa la científica.
“La radiación ultravioleta es muy importante porque rompe moléculas y es la que permite que haya reacciones químicas. Hay reacciones químicas en nuestra atmósfera que dependen de la radiación ultravioleta. La creación de ozono es la más obvia. Lo que sabemos, quienes trabajamos en cuestiones de atmósferas, es que si tú tienes una atmósfera con mucho oxígeno, acumular metano es muy difícil porque hay una reacción catalítica. Ésta no funcionaba con la misma eficiencia en planetas alrededor de estrella enanas M, justamente porque la forma de la radiación ultravioleta era diferente. Tiene que ver con nuestra capacidad de detección de vida.
“Lo que vamos hacer es ver de qué está compuesta la atmósfera de un planeta, y ver si en esa composición atmosférica hay compuestos que no son producidos por procesos geológicos o por procesos químicos. Si tú no puedes explicar un compuesto por la forma en la que funciona el planeta o la atmósfera, entonces puede que sea un indicador de vida. La idea es eso, observar atmósferas y buscar compuestos producidos por la vida”, describe Antígona detalladamente.
Durante este proyecto fue que Antígona comenzó a especializarse en habitabilidad de planetas alrededor de estrellas enanas M. Y su artículo “Biosignatures of planets similar to the Earth around M dwarfs”, fue uno de los que reabrió en el campo científico la discusión sobre las enanas M. Actualmente ésta es una área de investigación muy activa en la Astrobiología, y los trabajos de Antígona se utilizan para fundamentar observaciones de las estrellas enanas M.
“Lo que he hecho es tratar de entender cómo se lleva en la atmósfera este proceso de la radiación de las enanas M, y las partículas emitidas y los cambios químicos que hay, la posibilidad de que se origine la vida a partir de las partículas generadas por las estrellas enanas M, cómo cambia la química durante una fulguración”, dice con la sonrisa imborrable que tiene.
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Luego de su colaboración con el grupo de Kasting en el Virtual Planet Laboratory (el Laboratorio Virtual de Planetas) a cargo de Victoria Meadows, ahora directora del Programa de Astrobiología de la Universidad de Washington, la científica le ofreció a Antígona que se fuera a trabajar con ella a Caltech (el Instituto de Tecnología de California, de las principales instituciones mundiales dedicadas a la ciencia, la ingeniería y la investigación), contratada por el Jet Propulsion Laboratory de la NASA; le consiguió el mejor salario, con las mejores prestaciones. Antígona aceptó, dejó atrás Pensilvania y llegó a Pasadena, California, para su segundo postdoc, para ese entonces llevaba un embarazo de cinco meses.
“Trabajar más directamente con Meadows fue una de las cosas más importantes que pasaron en mi carrera como científica porque el postdoctorado es una etapa de consolidación para el científico, ese es el momento en el que tienes que publicar, tienes que hacer contactos para que logres tener un trabajo de científico de carrera. Cada vez que yo publicaba algo, ella mandaba los reprint hermosos, que le hacía llegar la revista, a la gente principal para mostrar el trabajo de su equipo. Ella tuvo varias postdoc mujeres y lo hacía con nosotras, darnos el lugar de investigadoras que teníamos y eso fue fundamental para que yo pudiera ser conocida en el área”.
Antígona sigue colaborando con el ahora Instituto de Astrobiología de la NASA, con el equipo de Meadows; pues en México, dice, no tiene colaboradores.
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Antígona sintió que se volvió malabarista cuando fue madre. “Odié la maternidad. Dije: Yo no vuelvo a tener un hijo”, reconoce sincera. Y es que fueron tiempos complicados: su entonces esposo cuidaba a su hijo mientras ella trabajaba; pero al final del día ella llegaba a atender al bebé. Pronto el agotamiento, la intensión de él por regresar a Pensilvania a hacer un doctorado y el deseo de ella de volver a México, con los suyos, su red de apoyo, complicó sus vidas.
Finalmente, Antígona consiguió una plaza en el Instituto de Ciencias Nucleares de la UNAM, en México. Era el año 2006, en ese entonces, recuerda la astrobióloga, el rector de la Universidad quería más mujeres en la ciencia, por lo que contrataron a dos mujeres en ese instituto. “Desde entonces, en el área de Física no han vuelto a contratar a ni una sola mujer, pero sí a 10 hombres. Somos nueve mujeres en total en una planta de setenta y tantos”, hace la acotación Antígona, mientras saborea el pay de zarzamoras que ya ha llegado a nuestra mesa.
Y así, en un dos por tres terminó la historia en la NASA. El viernes renunció a su contrato, luego de año y medio, y al lunes siguiente se presentó a trabajar en la UNAM.
“Aquí [en México] había una estructura social que te respalda, allá estaba súper sola. En Penn State, el pueblo era muy pequeño, State College, con una comunidad latinoamericana. Lo recuerdo como una de las etapas más bonitas de mi vida. Yo bailaba salsa los fines de semana, en verano hacíamos fiesta cada fin de semana. Las navidades eran súper bonitas, porque los que no podíamos ir con nuestra familia, llevábamos una platillo típico de nuestro país. Cuando llegué a Pasadena, mi comunidad latina vivía una realidad muy diferente, yo estaba rodeada de chinos, de norteamericanos. Mi círculo de apoyo eran tres personas. Estar en México era poder estar cerca de la familia, poder contratar a alguien que hiciera la limpieza, que allá era imposible porque era muy caro, la guardería costaba 1,500 dólares, la de la NASA estaba muy lejos. Todo era una complicación terrible. Estábamos agotados. A pesar de que yo ganaba mucho más allá, nuestro nivel de vida acá era mucho mejor”, relata.
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Antígona descubrió sobre la marcha cómo es dedicarse a la ciencia en México. A la científica nadie le explicó que como investigadora iba a ser evaluada por el Programa de Primas al Desempeño del Personal Académico de Tiempo Completo (PRIDE), que es el sistema dentro de la UNAM que permite a un investigador aumentar, según su nivel en este sistema, el porcentaje de su sueldo y así reconocer y estimular su trabajo. Antígona tampoco sabía que, además de dedicarse a la investigación, como lo hacía en los postdoc, tenía que dar clases, asesorar estudiantes, hacer arbitrajes de sus artículos, sus propios proyectos, escribir sus artículos.
Antígona decidió concentrarse en los estudiantes y comenzó a saturarse, lo que devino en retrasos en sus publicaciones. Casi pierde su trabajo, dice. “Si no publicas como investigador, básicamente no existes”, asegura. Además, Pedro, su hijo, comenzó a tener problemas de disciplina; lo tuvo que cambiar seis veces de escuelas de paga. Para rematar, en esta misma etapa, el Sistema Nacional de Investigadores (SNI) le notificó que la sacaban del organismo porque no tenía suficientes publicaciones. Esto implicaba que ella tendría al menos 10 mil pesos menos en sus ingresos. Antígona apeló, y durante el tiempo que demoró el procedimiento se publicaron varios artículos que ya había trabajado; finalmente, el resultado de su apelación fue favorable para ella y permaneció en el SNI.
Una vez reestructurados y mejor administrados sus tiempos y responsabilidades, Antígona logró encauzar de nuevo su investigación científica. Dentro de la UNAM participó con su colega Barbara Pichardo en proyectos de dinámica galáctica; con un estudiante analizó cuánto metano es que se puede producir a través de procesos geológicos; en este proyecto también colaboró con la doctora Elva Escobar Briones, directora del Instituto de Ciencias del mar y Limnología.
Además, Antígona mantuvo sus colaboraciones en Estados Unidos, las cuales tienen que ver con el código médico para simular las atmósferas de planetas potencialmente habitables.
—¿Esto qué significa? —le pregunto.
—Esto no quiere decir que son planetas habitables para la humanidad, no son segundas Tierras, simplemente son planetas potencialmente habitables como lo era la Tierra hace 4,500 millones de años: tienen dióxido de carbono, nitrógeno, agua en la superficie, atmósfera, son rocosos y tienen suficientemente cerca su estrella para mantener la temperatura. Esos son los ingredientes para tener un planeta potencialmente habitable. Y la idea es tener la siguiente generación de instrumentos para observar las estrellas; las primeras serán las enanas M. Una es la Próxima Centauri, que es la estrella que está más cerca de nosotros, a cuatro años luz de distancia y ahí tenemos un planeta en la zona habitable. Otra es Trappist-1 , una estrella que tiene siete planetas, tres de ellos que podrían ser habitables. Todo esto se deriva de un modelo. Nuestros principales objetivos de búsqueda van a ser planetas alrededor de estrellas enanas M —me explica.
—¿El número de artículos publicados hace al científico? —formulo para dar un giro a la conversación.
—No siempre es así. Pero es cierto que esa numerología es muy fundamental en tu vida; todos la sabemos de memoria. La forma en que te miden, no es que publiques mucho, sino también que seas muy citado. Por eso parte de la actividad científica también es la promoción —dice Antígona y ríe.
Ella tiene publicados alrededor de 27 artículos, un par de capítulos en libros, tres entradas en enciclopedias. La mayoría de sus artículos han aparecido en la revista Astrobiology, que tiene como 15 años de existencia. Ha publicado también en el The Astrophysical Journal y el International Journal of Physical Research, entre otras. Además, de 2011 a 2013, fue presidenta de la Sociedad Mexicana de Astrobiología, agrupación creada en 2001 y que integra a investigadores y estudiantes de áreas como astronomía, biología, filosofía, química y geofísica. Este ente está afiliado al Instituto de Astrobiología –creado en 1998–, que pertenece a la Administración Nacional de la Aeronáutica y del Espacio (NASA, por sus siglas en inglés), y a la Asociación de la Red Europea de Astrobiología (fundada en 2001).
Actualmente Antígona es investigador tipo 1 (investigador nacional) del Sistema Nacional de Investigadores del Conacyt. De acuerdo con estadísticas del padrón total de este sistema el 36% está conformado por mujeres. En la UNAM, donde Antígona trabaja de fijo, es investigadora titular B, puesto al que ella accedió por cumplir con requisitos como contar con estudios de doctorado, haber trabajado cinco años en labores docentes y de investigación en la materia o área de especialidad, además de haber demostrado capacidad para dirigir grupos de docencia o de investigación. Y ahora está desarrollando un proyecto experimental con su colega Karina Cervantes de la Cruz sobre meteoritas, partículas involucradas en el surgimiento del Sistema Solar.
“Me tiene muy emocionada. Tenemos una docena de hipótesis. Nosotras conseguimos todo y tenemos nuestro pequeño espacio de laboratorio”, dice.
El principio en la nada
Hubo un tiempo en que Antígona fue Nada. Literal. Su padre, convencido de que “El principio de todo está en la nada” y que ella, como su primogénita, era ese principio, eligió nombrarla así: Nada. Nada Segura.
Aquella construcción gramatical se convirtió en un problema. En la escuela sus compañeros se burlaban de ella. “Sufría un montón”, me dice. Por eso, siempre se presentaba con el nombre de su tía, la hermana de su padre: “No me llamo Nada, me llamo Antígona”, decía la pequeña.
“Con decirte que mi abuelo, el papá de mi papá, era ciego y él les ponía el nombre a sus hijos según los imaginaba; una tía se pasó dos años sin nombre. La historia detrás del nombre de mi tía Antígona me gustaba (basada en la tragedia griega de Sófocles), me parecía muy linda y por eso elegí ese nombre”, dice sonriente; pero es una sonrisa distinta, pienso.
El cambio de nombre quedó asentado en papel, luego de un momento en que ella y su padre conversaron:
—¿Te gusta tu nombre? —le preguntó él.
—No —apenas respondió ella.
—¿Cómo te gustaría llamarte? ¿Antígona?
Ella sólo asintió. Después fueron con el juez pero sólo se podían hacer correcciones de una letra o, en su defecto, agregar un nombre. Podría ser Nadia o Nada Antígona. Pero quitar uno y poner otro, eso no se hacía, argumentó el juez. Antígona no recuerda más; su madre le contó que el juez habló con ella y desde entonces en su acta de nacimiento ella es Antígona Segura.
Esta no es la única memoria de la infancia que Antígona recuerda con un sabor amargo y con una sensación “esquizoide”, como ella la define.
Cuando era una niña, su padre le decía que las mujeres tenían que ser libres y por ello la vestían con pantalones. “Las faldas son un instrumento de dominación masculina, tienes que sentarte de cierta forma, tienes que hacer ciertas cosas, y con un pantalón no. El pantalón indicaba libertad”, le decían. Antígona odiaba el atuendo; ella quería dejar crecer el cabello corto, anhelaba locamente unos zapatos rojos y usar vestidos, como todas sus primas, las sobrinas maternas, que incluso fueron reinas de la Primavera.
“Eran bonitas y eso les garantizaba una serie de cosas. A mí mis tíos me ponían problemas, y si los resolvía se reían de mí y me decían que alguien me había ayudado. Todo el tiempo era retada. Me sentía tan fea y tan frustrada de ser inteligente porque eso no servía de nada (pensaba). Yo quería ser bonita y pasármela bien. Y no es que mis primas no fueran mujeres inteligentes, porque lo son. Era era más bien la forma en la que nos trataban de acuerdo con nuestra apariencia, que yo me sentía tan mal”, relata.
Pero todo dio un giro radical cuando Antígona tenía 16 años. Lo recuerda bien: la furia que sintió, la contradicción que experimentó. “El mundo es de hombres y para hombres”, le dijo tajante su padre. Su papá, quien le había dicho que podía ser médica y curar el cáncer, ahora cambiaba y afirmaba que en realidad las cosas no eran así.
—¿Se sintió orgulloso cuando elegiste Física? —la interrumpo.
—Sí, él se sentía orgulloso. Pero era complicado.
Y comienza el relato de aquellos años. Cuando Antígona era estudiante de Física, su padre siempre le preguntaba cosas, pero las respuestas no le convencían. Un caso fue sobre la aceleración de la gravedad: si un objeto cae, la aceleración de la gravedad es la misma sin importar su peso, le explicaba Antígona; él decía eso no era cierto. Ella se lo demostró con ecuaciones y él no le creyó.
—Todo esto es muy esquizoide —repite.
Su padre era un hombre que tocaba el piano y la guitarra. Tenía la casa llena de libros de ciencia ficción —no en vano el primero que Antígona leyó fue Marciano, vete a casa de Fredric Brown—. Y además tenía a todos los clásicos; era fan de Asimov, había leído a Marx y Engels.
—Era un personaje mi papá, porque él estaba convencido de que la violencia era la solución de las cosas. El respeto se infundía con miedo. Al final de su vida dio clases de matemáticas, pero su trabajo durante muchos años fue ser agente de la Dirección Federal de Seguridad (DFS), durante la guerra sucia.
Al periodo al que hace referencia Antígona, comprende de la década de los años 60 a finales de la década de los 70, y se caracterizó por el conjunto de medidas de represión militar y política que se encaminaron a disolver movimientos de oposición política y armada contra el Estado mexicano. Uno de los momentos más recordados fue el Movimiento Estudiantil de 1968, que culminó con la masacre del 2 de octubre de 1968 en la Plaza de las Tres Culturas en Tlatelolco. Precisamente en este movimiento es en el que el padre de Antígona estuvo involucrado, por infiltrarse en el movimiento cuando formaba parte de la DFS, la hoy extinta agencia de inteligencia del gobierno mexicano.
—¿Tú padre significó mucho para ti? —continuamos con la charla.
—Sí, yo lo admiraba mucho. Y en esos años odiaba a mi madre profundamente. [A él] lo tenía en un gran altar. Y a mí madre la veía como una mujer que trabajaba, estudiaba y trataba de complacer a su hombre en todo. Verse bonita todo el tiempo, su casa perfecta, su familia. Era está presión de que tenía que agradar a mi papá. Tenía que mantener toda una estructura alrededor de mi papá para que él no se fuera. Porque él nos lo dijo más de una vez: si me voy, me voy. Ahí si quieren buscarme, me buscan. Así sabíamos que era porque tenía dos hijas mayores de otra relación.
—¿Cómo lidias con todo esto?
—Evaluarlo es súper complicado. Hay un crimen en las cosas que hizo en la Federal de Seguridad, un crimen en la forma en la que nos trató como hijos —Antígona tuvo tres hermanos más: dos hombres y una mujer—. Si pienso en mi niñez el sentimiento que predominaba era el miedo.
Y vienen más recuerdos.
Antígona estaba en la secundaria. Tenía 12 años. Su padre trabajaba en la delegación Benito Juárez, ya se había salido de la Federal de Seguridad, y le contó que recién habían violado a la hija de uno de sus colegas.
—Si algo así te llega a suceder —le dijo su padre y suspiró profundo; Antígona lo recuerda muy bien—, trata de que te hagan el menor daño posible.
Ese fue su consejo. Pero ya era muy tarde: Antígona había sufrido para ese entonces dos violaciones.
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“Bueno, lo que pasa es que cuando tú aprietas ciertos botones en las jovencitas, pum, se abren como cajitas”, le dijo su padre cuando ella le contó de la tercera agresión sexual que había sufrido, esta ocasión a manos de un profesor en la preparatoria. Y ahí terminó la conversación. Antígona tuvo que lidiar con ese profesor hostigando. Su madre, recuerda, sólo lloró mucho al enterarse.
“Él [mi padre] que estuvo en el poder de desaparecer gente, no movió un dedo por mí”, dice seria Antígona. Para este momento de la conversación, la sonrisa que me mostró antes es un recuerdo.
—¿Esto te marcó? —suelto para retomar la charla.
—Pues como todo. Fueron muchos años de terapia: las violaciones, la violencia de la infancia, la educación esquizoide. Me ayudó mucho cuando entendí el feminismo, cuando entendí cómo la violencia era parte de mi historia, de la de mi madre, a mi abuela, mis amigas. Eran cosas que no habían sido nuestra responsabilidad y que había forma de no seguir alimentando la estructura. Ya no lo pienso como algo personal, pienso en la estructura que hace que, por ejemplo, a una estudiante no le crean una violación, que haya un sistema que me castigue a mí porque pido que un agresor sexual no esté en un congreso. Eso [el feminismo] es lo que me ha ayudado mucho más que los años de terapia. El feminismo me reconcilió con mi madre. Me ayudó a encontrar espacios seguros. Porque, ¿cómo reparas el daño? ¿Los años de sentirte culpable? Son cosas que te marcan, pero no te definen.
Quitarse el patriarcado de encima
Fue una noche de 2012 la que marcó un punto de no retorno para Antígona. Ocurrió en el velorio de su amiga, la investigadora Yolanda Gómez, quien había muerto a los 50 años de edad tras padecer cáncer. Entonces una idea la abismó: en 10 años —ella tenía 40— sería ella la que estaría en aquel ataúd, aunque en realidad desde ese momento ya se sentía muerta. Y ahí decidió cambiar su vida.
Antígona ya no quería más dejar de bailar la salsa que cada fin de semana su cuerpo le pedía y que ella le negaba, ya no quería ir del trabajo a la casa y viceversa, porque como le había dicho su esposo: “ya tienes doctorado, hijo, hasta ahí se acabó”. Ya no quería dejar de hacer todo lo que le gustaba porque alguien le había dicho que le estaba prohibido.
Y decidió divorciarse, no sólo de los 18 años de matrimonio con el hombre con el que atravesó Estados Unidos en carro —de Pensilvania a Pasadena— con la vista de un tornado incluida, a quien había conocido a los 23 años de edad en el Instituto de Astronomía, sino de las cadenas que no la dejaban ser una mujer libre y feliz.
Una noche lloró. Y en el duelo le llegó el feminismo.
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Su amiga Karla Peregrina siempre le hablaba del patriarcado, pero a Antígona no le quedaba del todo claro qué implicaba hasta que llegó, con 42 años y soltera, al ambiente lésbico feminista. Entonces empezó a ir a fiestas separatistas y de pronto todas esas pequeñas cosas que siempre había tolerado, comenzaron a parecerle profundamente molestas: la actitud de sumisa, el afán de agradar, el de servicio.
“Empecé a relacionarme con mujeres. Yo toda mi vida me reconocí como bisexual, pero me di cuenta que no era más que ponerle nombre a la heterosexualidad impuesta. Ser lesbiana para mí ha sido un proceso muy hermoso”, lanza contenta.
—¿Cómo ha sido llevar tu liberación?
—Es muy importante que diga que soy lesbiana en todo lo que hago. Mi novia Gabriela va conmigo a todos los lugares que puede. Incluso estoy en las listas del grupo que se llama de The Out List de Física, donde te puedes inscribir como aliada o de la diversidad sexual. La gente sabe que estás ahí.
—¿En un ambiente como el científico cómo ha sido asumirte lesbiana feminista?
—No se meten contigo. Es más quitarse el patriarcado de encima, que es bien difícil. Por eso, todo este proceso me llevó a las mujeres en la ciencia. ¿Dónde están las demás? ¿Cómo le hacemos para que haya mujeres en la ciencia? Y por otro lado, cómo les dices a las jóvenes que quieren hacer ciencia que no sólo les costará trabajo la termodinámica, sino cuando las acosen o menosprecien. La estructura es muy dura. Tú le dices a los científicos: esto no debería ser así. Y ellos dicen: pero yo no soy misógino, yo no he acosado a nadie, yo soy un científico, un ser racional.
Con sus alumnos de licenciatura en Ciencias de la Tierra, Antígona se compromete a darles la información más reciente y darles herramientas para que aprendan a estructurar un tema de investigación, a leer artículos de investigación; a que sepan escribir y presentar sus ideas de forma oral. Y además, les ofrece una plática de cuál es la situación de las mujeres en la ciencia. Les presenta estadísticas, les comenta, por ejemplo de casos como el de Geoffrey Marcy, el catedrático de Berkeley que fue denunciado por varias alumnas de acoso sexual.
Y es que Antígona no puede permanecer inmóvil ante este tipo de situaciones, menos si son en su entorno. Así ocurrió con el caso de una estudiante de doctorado, quien fue violada por su compañero de maestría, ambos pertenecen al Instituto de Ciencias Nucleares de la UNAM, donde Antígona es profesora. Han pasado cuatro años de este caso y aún no se fincan responsabilidades. Durante todos estos años, la joven ha tenido que ver en los pasillos a su agresor o su nombre en cárteles de conferencias en las que él participa.
Antígona, de hecho, pidió que no lo invitaran a ningún evento académico porque está siendo investigado en un proceso judicial, pero había quienes apelaban al debido proceso para justificar la presencia del agresor en dichas actividades. Todo terminó en una discusión acalorada, que fue grabada, en la que Antígona responsabilizaba al asesor del agresor por si algo le sucedía a alguna otra estudiante más del instituto. Por esto, Antígona fue amonestada: un regaño por escrito que queda en su expediente laboral y ella quedó en automático vetada para ocupar algún cargo en la universidad.
Por su activismo en la defensa de espacios seguros para las mujeres es que se ha ganado motes como “feminazi”. Pero ella es contundente: “No pienso quitar el dedo del renglón”.
Antígona y su efecto casimir
—Ya superé el rollo de la mala mamá —me dice Antígona cuando le pregunto cómo lleva su vida con su hijo y su ex—. Cuando me separé ocurrió que llegué con unas abogadas a decirles que él me pedía el 50% de mi sueldo, que no quería irse de la casa. Me dijeron: A ver, Antígona, ¿cómo es de papá? Es responsable, es un buen papá, les dije. Tú trabajas, es un trabajo absorbente, viajas, vienes, vas, y él es un buen papá por qué quieres aventarte la bronca de andar de un lado para el otro con tu hijo, si él lo puede hacer.
Y fue así como Antígona se fue a vivir a otra casa. Su hijo, de ahora 12 años, se quedó con su padre en el espacio en el que había crecido. Antígona no quiso alterar eso. “Si hubo gente que me juzgó cuando se enteraron que le pasaba dinero a mi ex para mi hijo, pero yo tengo una obligación con mi hijo”, dice segura Antígona.
Ella ve a su hijo una vez cada quince días los fines de semana y dos tardes a la semana. Las vacaciones las dividen mitad y mitad. “Quedamos bien. Tenemos una relación bastante razonable, de cooperación”.
—Él [su hijo] conoce a mi pareja. Desde que empecé a andar con Gabi, hablé con la terapeuta. Ella me dijo: que él lo sepa ahora y no cuando sea adolescente. Pedro, mi hijo, era muy reacio a que tuviera una pareja hombre. Pero cuando vio a una chica, que no era el sustituto de su papá, no hubo problema. Ahora se preocupa por mi seguridad, que alguien vaya a juzgarme en la calle, no por avergonzarse de que me vean —comparte.
—¿Y tú ex?
—Él siempre supo que era bisexual. De hecho, yo conocí y estuve con mujeres estando con él o por él. Sólo me pidió que tuviera cuidado de que nuestro hijo se encariñara en alguien que fuera pasajero en mi vida.
Antígona y yo continuamos la charla rumbo a su auto y en el trayecto en el que ella me acerca al transporte que me llevara a mi casa. Me cuenta de las marchas contra la violencia de género a las que ha asistido y a las que, incluso, ha llevado a su hijo, porque también quiere enseñarle sobre eso. También me relata cómo conoció a Gabriela, su actual pareja, con quien lleva tres años de relación, e irremediablemente me narra sobre las juergas de salsa de cada fin de semana: ama bailar, me dice con una sonrisa.
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Antígona tiene una bitácora virtual en donde ha compartido distintos aspectos de su vida que se llama Efecto casimir. Este 2018, después de dos años sin hacerlo, volvió a escribir, retomó los escritos que tenía desde los 16 años, los que vinieron cuando se volvió madre y los posteriores al divorcio. La editorial independiente Piedra Bezoar hizo una compilación y le editó un libro digital: Tiempos de elegir sin miedo. Memorias de una astrobióloga.
Un fragmento sirve para tener una imagen más de Antígona:
He soñado que vuelo en cielos púrpuras y sobre océanos naranjas. He deseado borrar el dolor con palabras, abrazar el aire, perderme en el fondo del mar. He querido unir mi cuerpo a una canción, ver el Universo al cerrar los ojos, dar a luz la ternura. Y, sobre todo, he intentado comprender este mundo, esta vida, otros mundos, otras vidas. Lo único cierto es lo que amo y vivo.
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Este texto es parte de Las Científicas LATAM, una serie de perfiles biográficos sobre las mujeres dedicadas a la ciencia en distintos países de América Latina. Científicas que destacan por sus contribuciones en áreas como la biología, la física, la virología, la astrobiología. Cada mes, un perfil ilustrado por mujeres artistas gráficas.
Ilustración de portada: Abril Castillo.
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