Lizzette Rodríguez es una vulcanóloga de Puerto Rico. Tiene 44 años y es la primera mujer directora del Departamento de Geología de la Universidad de Puerto Rico, campus Mayagüez, institución en la que ella misma cursó su licenciatura. Cuando estudió la maestría y el doctorado fue que encontró su interés por los volcanes, a los que ha dedicado sus investigaciones, principalmente en Centroamérica.
Lizzette quería estudiar Arqueología, pero desistió cuando se enteró que en Puerto Rico no hay un grado académico de esta ciencia. Como no quería dejar su país, se puso a investigar sobre esa otra disciplina de la que le habían hablado: la Geología. Le gustó el currículo, el año de investigación que tenía que hacer posterior a sus estudios universitarios, que era una carrera multidisciplinaria y pronto se enamoró de los distintos tipos de rocas, el mar y, sobre todo, de los volcanes. Su estudio la llevó a doctorarse en la Universidad Tecnológica de Michigan, en Estados Unidos, y a conocer otros países de América Latina. Desde entonces no ha parado y sortea sus días entre la dirección de un departamento, la docencia y las investigaciones de volcanes activos en Centroamérica.
Lizzette Rodríguez tiene 44 años, es la segunda de cuatro hermanos. Estudió Geología en la Universidad de Puerto Rico, campus Mayagüez, uno de los principales sitios en el Caribe —además de Jamaica y Cuba— que ofrece la posibilidad de estudiar la ciencia que se dedica al estudio del planeta Tierra, su formación y cambios físicos. Y desde hace siete años se desempeña como directora del departamento de Geología de la Universidad en la que estudió; es la primera mujer con esa posición en los más de 50 años de la existencia del departamento.
La puertorriqueña recuerda que cuando la nombraron directora, en el año 2012, se sentía muy estresada por la nueva posición. Era algo que no estaba buscando, porque si bien Lizzette ya tenía un puesto administrativo como coordinadora en el departamento de Geología de la universidad, quería viajar y continuar sus investigaciones en los volcanes de Guatemala, El Salvador y Nicaragua. Sin embargo, también sabía del compromiso que siempre había sentido por la institución en la que se había formado y donde había tenido su primer empleo luego del doctorado. Su nombramiento, en realidad, respondía a un proceso natural de su crecimiento profesional: Rodríguez, luego de la renuncia del antiguo director, era la más capacitada para el puesto.
“No es que no me guste lo administrativo, sólo quisiera dedicarme más a la investigación”, confiesa Lizzette.
Por eso la científica procura tener un viaje al semestre para seguir activa en sus investigaciones de campo, asistir a congresos y cumplir con otras labores para estar continuamente actualizada. “Porque si no, una se anula”, dice.
“Soy la primera mujer directora; eso para mí es un orgullo. Es una forma de dar el ejemplo para tantas muchachas que estudian en la universidad, que pueden llegar a esto y más”, dice sonriente.
Hernan Santos —quien fue profesor de Lizzette en la licenciatura, el único puertorriqueño en aquellos años—, cuenta: “Ella es un excelente ejemplo para toda la comunidad, para el 60% de nuestra matrícula que son mujeres, para que las estudiantes vean que no hay límites en lo que quieran hacer. Lizzette hace una diferencia seria, lo hacía como profesora y ahora como directora. Desde que ella está al frente veo como muchas jóvenes se atreven más”. En entrevista, Santos reconoce que para él ha sido un orgullo lo que ha logrado la científica, incluso que se convirtiera en su jefa.
La erupción que la enamoró
Lizzette conversa conmigo, a través de videollamadas, desde su oficina en la Universidad de Puerto Rico. Ese espacio que hizo suyo cuando colgó sus diplomas, decoró con las fotos de su familia, de sus viajes, de los volcanes que ha conocido; pero, sobre todo, cuando lo adornó con las rocas que siempre carga de sus viajes: esas que no son para las muestras de clase, las especiales, las que coloca sobre tablas para lucirlas, las que forman parte de su colección. Y me cuenta cómo surgió su pasión por los volcanes.
Fue justo en su segundo año de licenciatura, cuando tuvo la oportunidad de trabajar en una investigación sobre mapas con islas volcánicas de las Antillas menores. Sin embargo, en ese entonces, el interés aún no era fascinación. Por eso, cuando Lizzette solicitó su maestría pensó en hacer algo relacionado a la Oceanografía, pero la vida le tenía otros planes.
Al día siguiente de su graduación de licenciatura, su supervisor de investigación le pidió ir a trabajar por un mes a Montserrat, una isla al sureste de Puerto Rico. Lizzette aceptó: ya conocía el lugar, en otro viaje de campo lo había estudiado, pero esta vez se encontró con un volcán que estaba haciendo erupción. Estuvo en el observatorio.
“El volcán hizo muchas erupciones y me fascinó. Me enamoré. Y cuando volví dije: en esto me quedó”, rememora en nuestra primera entrevista.
—¿Imagino que el miedo no existe? —le pregunto.
—No me daba miedo. Es mucha adrenalina, es muy emocionante. Nunca fui irresponsable, […] pero sí llegamos a lugares que si hubiera ocurrido una erupción, no lo hubiéramos contado.
Así, en su maestría Rodríguez se dedicó al estudio de un volcán muy explosivo, el Soufrière Hills ubicado en Montserrat. Ella, junto con otros profesores y compañeros, iban a monitorear la actividad, a ocupar las estaciones para estudiar la deformidad del volcán. Durante su maestría viajó como 15 veces a Montserrat.
—Porque si en Puerto Rico no hay volcanes, ¿por qué la vulcanología?
—Porque tenemos la excusa de viajar —y suelta la carcajada—. En Puerto Rico tenemos origen volcánico, lo que encontramos son las rocas, hace más de 65 millones de años que no hay vulcanismo, así que trabajamos con rocas antiguas y viajamos a otro lugar a investigar.
Lizzette por sus labores con volcanes activos ha realizado estudios en países como Chile, Guatemala, El Salvador y Nicaragua.
Fue en el último verano de la maestría que obtuvo una beca, junto con otros 14 estudiantes de distintas universidades de Estados Unidos, para realizar un viaje por el Pacífico y conocer y aprender de volcanes. Fue un viaje de un mes: tres semanas de trabajo de campo y la participación en la conferencia principal de la Asociación Internacional de Vulcanología. Visitaron Hawai, Filipinas e Indonesia, donde fue la conferencia.
En aquel viaje, Lizzette comenzó a analizar sus posibilidades para el doctorado. Envió seis solicitudes, pero dos eran las universidades que más le interesaban; la de Penn State y Michigan Tech. Ésta última fue la única que le ofreció cinco años de financiamiento y fue donde decidió quedarse, le pareció un lugar muy parecido a Puerto Rico, por la gente y el ambiente.
Fue así como la científica puertorriqueña inició sus estudios de doctorado en Estados Unidos, centrada en el estudio de los procesos en las nubes volcánicas: quería investigar cómo cambia la concentración de dióxido de azufre, que es uno de los gases volcánicos, a medida que las emisiones se alejan del volcán.
El interés de Lizzette en este tema radica en que el dióxido de azufre es uno de los gases más abundantes que producen los volcanes. Es un indicador del ascenso del magma, tiene un impacto en la atmósfera y potencialmente en el clima.
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Cuando estaba por terminar el doctorado, Lizzette recibió una propuesta de la universidad en la que había estudiado Geología, un puesto temporal como docente. Suspendió por un año su doctorado y regresó a Puerto Rico. Ella no quería perder la oportunidad de hacerse visible y comenzar a trazar el regreso a su país.
Así, luego de aquel trabajo temporal —y tras culminar el doctorado—, Rodríguez se integró en 2007 como docente en la Universidad de Puerto Rico, su alma máter, donde escalaría, cinco años después, hasta la dirección del departamento de Geología.
Desde su trabajo en la Universidad de Puerto Rico ha continuado sus estudios sobre los volcanes de Guatemala, sitio al que viaja una vez al año y donde ha consolidado una relación de colaboración con colegas del país centroamericano, incluyendo un proyecto para estudiar la erupción del Volcán de Fuego de 2018.
Para tales labores de campo, Lizzette utiliza instrumentos como espectrómetros solares —que miden radiación solar y se determina la concentración de dióxido de azufre—, además de una cámara ultravioleta, para determinar la concentración del gas. Cuando trabaja los flujos de lava en el Volcán Santiaguito, también en Guatemala, usan un dron. Y por supuesto, trajes especiales que cubren todo el cuerpo, a veces máscaras de gas y cascos, dependiendo de la cercanía con el cráter.
“Mis mediciones son cercanas, pero no en el cráter. La distancia varía del lugar. Más cerca, mejor. Puede ser de 3 a 10 km. Pero cuando los volcanes son muy activos, no subimos”, específica.
—Con todo esto, entonces, ¿por qué permanecer en Puerto Rico?
—No me veo en otro lugar. Me encanta mi país y creo que así puedo ponerlo en alto. Quiero ser profesora, investigar, viajar. Me encantaría trabajar en un observatorio geológico, pero me gusta mucho la parte académica. Estás rodeado de aprendizaje. Pero eso sí, todo lo que hago siempre desde un enfoque en Latinoamérica.
Alianzas latinoamericanas para impulsar la vulcanología
Desde que se interesó en el estudio de los volcanes, Lizzette Rodríguez comenzó a involucrarse en diferentes redes y proyectos para conocer, aportar e intercambiar conocimiento en América Latina. La vulcanóloga considera que en la región hay mucho qué investigar, a pesar de que tiene realidades muy distintas.
Por eso, cuando se enteró de la creación de la Asociación Latinoamericana de Vulcanología (ALVO) en 2010 —fundada en el marco del 25 aniversario de la erupción del Volcán Nevado del Ruiz en Colombia—, ella buscó integrarse de inmediato.
Su trabajo y su disposición a colaborar hicieron que Lizzette formara parte del consejo directivo de la asociación de 2013 a 2014, donde fue representante regional de Centroamérica y el Caribe, luego vicepresidenta de 2015 a 2016 y finalmente presidenta de 2017 a 2018.
La ALVO tiene muchas funciones, las principales son: el apoyo y colaboración entre vulcanólogos, a las comunidades que tienen cerca un volcán, a los estudiantes; y tiene la intención de crear redes de colaboración y de educación. Actualmente cuenta con más de 400 miembros de toda Latinoamérica, (aunque no tienen representantes de Belice y Bolivia). Cualquier persona que esté involucrada en la vulcanología puede ser parte: estudiantes, observadores, técnicos, maestrantes, doctorantes. Y el consejo directivo se reúne de forma virtual bimestralmente.
—¿Cuáles consideras que fueron tus logros durante tu gestión?
—Hicimos varios acuerdos: Primero, ya somos reconocidos como parte asociada de la Asociación Internacional de Vulcanología, lo cual da beneficios, como que tengamos más apoyo financiero para actividades, cursos, talleres. Segundo, tenemos un curso sobre Vulcanología en la UNAM en México: es virtual, dura tres meses, y es cada año, y en Argentina apoyamos un curso de campo. Tercero, hicimos un acuerdo con un grupo que realiza cursos especializados sobre Peligros naturales, dentro el peligro volcánico, y que se dan en Ginebra, y se acordó que dos latinoamericanos elegidos por la ALVO pudieran hacer proyectos de injerencia para Latinoamérica. Es más para los jóvenes. Los primeros seleccionados fueron un mexicano y una brasileña.
Lizzette me relata emocionada en todos los proyectos que ha participado o incidido.
“Se comenzó un programa de pasantías para jóvenes vulcanólogos latinoamericanos. En agosto y octubre de 2018, una chica de Ecuador estuvo en Chile trabajando con el observatorio volcanológico de Los Andes del Sur”, relata en otra entrevista que tenemos.
La academia para impulsar el conocimiento
Lizzette recuerda que como estudiante era de las que sacaba buenas calificaciones, pero no por matarse en el estudio, porque también salía con sus amigos, sino porque era alguien comprometida y responsable, y a quien por todos los flancos siempre impulsaron.
Reconoce que los años universitarios no son sencillos para muchos estudiantes porque, al ser Puerto Rico un territorio no incorporado de Estados Unidos, todas las clases son en inglés. Si bien desde el nivel básico se imparten cursos del idioma, eso no significa que todos los dominen.
Lizzette recuerda que cuando estudió Geología, tenía cinco profesores estadounidenses, uno holandés, uno británico y sólo un puertorriqueño; precisamente Hernan Santo, a quien los estudiantes solían visitar en su oficina para que les explicara ciertas cosas.
Hernan me cuenta que Lizzette siempre fue una estudiante excelente, de A (10 de calificación). Era participativa, sobre todo en los laboratorios de campo. Siempre asistía a los viajes y ayudaba a cocinar para los almuerzos. “Incluso en un programa de llevar la Geología a los pueblos, Lizzette siempre ayudaba, siempre podía contar con ella para explicar lo que era la Geología, sobre los volcanes”, narra el profesor.
Por eso Lizzette en las clases que da en la licenciatura y la maestría (investigación, básicos en volcanes, introductorio de Geología, de peligro volcánico, de vulcanología física, procesos y depósitos volcánico), trata también de fomentar esa comprensión que ella recibió en sus años universitarios, de colocarse al nivel del estudiante para impulsarlo, sin bajar el ritmo del trabajo, con las actividades interesantes.
“En el caso de Puerto Rico es que tenemos problemas graves en la importancia que se le da a la educación, por el control de Estados Unidos en la parte económica. Por eso, aunque la parte universitaria ha tenido que reducir su presupuesto, estamos tratando de ver cómo mantener la universidad. Y por eso como profesores debemos impulsar a los jóvenes”, dice.
Sobre todo, destaca Lizzette, no desistir en campos de estudio o de la ciencia como la Geología, en la que se está presentando una mayor matrícula de mujeres. “Se empiezan a romper esos tabúes de antes, de que eran carreras de hombres”, dice.
No tiene una razón clara por la cual hay este incremento de mujeres interesadas en Geología, pero sí considera que tiene que ver con los caminos que otras mujeres han abierto en el campo de la ciencia.
Y aunque Lizzette dice que nunca ha sentido discriminación por su género, reconoce que sí le han pasado algunos sucesos en las comunidades a las que ha viajado, en donde la han ignorado por ser mujer, y que eso es algo que también se debe combatir. De ahí la importancia de seguir generando conocimiento. “Sé que hay una brecha que trabajar, no es algo menor”.
Conocer otras latitudes para crecer
Lizzette nació en Mayagüez, municipio localizado en la costa este de Puerto Rico. Tiene tres hermanos: dos mujeres y un hombre; todos profesionistas, aunque no en la rama de las ciencias. Sus padres, Norman, ingeniero electricista, y Lizzette, bióloga, siempre la impulsaron a luchar por sus sueños y por ellos es que conoce casi cada rincón de Puerto Rico. Cuando era niña, con sus hermanos y sus padres salían a pasear los fines de semana. “Uno puede llegar en tres horas de un lado de la isla a otro; por la montaña sí se hace más tiempo”, me dice sonriendo.
Por eso, algo que ama de la vulcanología son los viajes. Conocer otros lugares y aprender de ellos. Le encanta el paisaje de Chile y de Argentina, y Guatemala, el país al que más ha viajado, es uno de los sitios más especiales; por la gente, por lo que ha aprendido.
Otra de las cosas que más disfruta es cocinar. Su platillo favorito para preparar es el relleno de papa, una papa rellena de carne molida. “Soy de buen diente”, dice sonriendo. Pero también reconoce que no le gusta la espinaca ni el aguacate ni el café.
Sobre la cocina, Hernan Santos recuerda una anécdota por la que pelean todo el tiempo. En una viaje de campo, cuando Lizzette era estudiante, ella se puso a cocinar revoltillo de huevo; por la forma en que lo batía Hernan le decía que estaba preparando una tortilla, y Lizzette decía que no. Hasta la fecha defiende su técnica.
Lizzette dice que en sus ratos libre disfruta mucho del cine, le sirve para bajar el estrés, también bailar salsa y merengue, lo cual siempre acompaña con ron caribeño.
—¿Qué sueño te falta por cumplir, Lizzette?
—Aún muchos. Siempre tengo sueños por cumplir. Quiero colaborar con otras personas, hacer más investigación, aportar más. Hay muchos volcanes que me gustaría investigar. Por el tipo de actividad, el Estrómboli en Italia; es un volcán muy activo, de diferentes chimeneas. Son de esos volcanes de laboratorio de los que puedes entender muchas cosas.
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Este texto es parte de Científicas LATAM, una serie de perfiles biográficos sobre las mujeres dedicadas a la ciencia en distintos países de América Latina. Científicas que destacan por sus contribuciones en áreas como la biología, la física, la virología, la astrobiología. Cada mes, un perfil ilustrado por mujeres artistas gráficas.
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Ilustraciones: Alma Ríos