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Para Diego Milla, bailarín peruano, el ballet es un estilo de vida. Él cree firmemente que antes de ser el mejor bailarín hay que ser buena persona, y trabaja para que esa enseñanza se convierta en su huella. 

 


En el Gran Teatro Nacional de Perú hay un salón con paredes de espejos. Al fondo, un maestro toca el piano para que los bailarines puedan ensayar al ritmo de la música. Una mujer blanca, de estatura baja y cabello negro está en el centro del salón dando instrucciones a los 20 alumnos que la rodean. Uno de ellos es Diego Alonso Milla Rodríguez. “Yo siempre estoy mirando a los bailarines, hablo con ellos, cómo hacen sus pasos, sus formas, y eso me ha ayudado muchísimo en mi formación”, dice con firmeza.

Es martes 9 de julio de 2019 y estoy sentada en la cafetería del teatro junto a Diego Milla. Su agenda es muy ajetreada. Son las 12:50 del mediodía y me enseña su desayuno y almuerzo: un sándwich con tomate y palta (aguacate), más un café. Reparte sus tiempos en varias tareas.“Nunca paro, si me voy a mi cama no salgo de ahí”, dice en broma. 

A las 8 de la noche sigue la jornada de baile hasta las 11:30. Los fines de semana también está en ensayos. Aún así habla tranquilo. Y aunque sabe que ser bailarín significa tener una rutina exigente, también reconoce cuando debe darle descanso a su cuerpo. Por esto, los domingos inicia las clases después de almorzar.

Diego no recuerda un momento de su vida en el que el baile no estuviese presente. Nació en Lima, Perú. Tiene 26 años, su piel es trigueña y su cabello corto y crespo.

Foto: Teresa Sifuentes

Viene de una familia que está ligada al mundo del ballet. Su mamá y su tía fueron bailarinas, hoy en día se dedican a impartir sus conocimientos a niños, jóvenes y adultos. Mientras los otros niños jugaban con carros, muñecos de acción o corrían en algún parque, Diego imaginaba que su patio era un teatro. Su madre, quien quedó embarazada a los 18 años, no contaba con ninguna ayuda para el cuidado de su pequeño, así que la opción siempre fue llevarlo a sus clases de ballet. Desde entonces la vida de Diego en el mundo del ballet comenzó a gestarse. 

Los primeros años de la infancia de Diego fueron importantes, su cuerpo y sus piernas entendían los movimientos en la barra, y sin ninguna presión familiar decidió estudiar ballet. A los 6 años ingresó al Ballet Lucy Telge del Ballet Municipal de Lima.

“Mi mamá no quería que yo tuviese esta carrera porque ella me decía mucho que esto es difícil”, cuenta Diego. 

Viendo el talento que tenía desde esa edad, Fanny Rodríguez, madre de Diego, le advirtió: “si quieres ser  bailarín tienes que estudiar en el extranjero. Apenas puedas te vas de Perú”. 

Cuando llegó a la adolescencia, La Escuela de Ballet dejó de ser suficiente para él. A Diego le empezó a obsesionar a idea de competir. Entonces, a los 14 años incursionó en el mundo de los concursos con unos objetivos claros: ganar una beca para continuar sus estudios en el extranjero, obtener reconocimiento y saber cuál era su nivel en comparación con bailarines de otras partes del mundo.

Tras un largo período de preparación, consiguió algo que le abriría las puertas de su carrera profesional: una beca para estudiar en Sao Paulo- Brasil. Su sueño de estudiar en el extranjero se haría realidad. 

Todo pasó en 2009, para ese entonces, Diego tenía 16 años. Ese año tuvo que pausar sus estudios en el colegio, preparar la maleta y subirse a un avión sin saber lo que iba a pasar en los próximos días: “un bailarín nunca sabe a lo que se va a enfrentar en realidad y lo he tenido claro siempre, y si se trata de una competencia es para ganar experiencia, pero también para ganar algo más allá, porque nadie va solo a ganar experiencia, también quiere ganar, estar entre los primeros lugares. Ese siempre ha sido mi enfoque”. 

Tras haber pasado un año entero estudiando en el extranjero, Diego regresó a Lima para culminar la secundaria. Una vez finalizada esta etapa, su madre le indicó que era hora de encontrar un empleo, incluso le comentó sobre una oportunidad: “tengo una amiga que trabaja en fiestas y donde hay celebraciones de cumpleaños, siempre necesitan bailarines”.  

Sin embargo, este no era precisamente el tipo de trabajo al que Diego aspiraba. Fue entonces cuando regresó con su primera maestra, Lucy Telge, y logró ingresar como bailarín solista al Ballet Municipal de Lima, en donde se mantuvo por dos temporadas. 

El talento de Diego ya no era un secreto a voces, muchos profesores y bailarines sabían de la técnica y destreza con la que bailaba. Y aunque ya estaba en edad límite para participar en concursos se le presentó la oportunidad de participar en el Certamen Internacional de Escuelas de Ballet en Lima. Fue ahí en donde obtuvo una medalla de oro. Pocos días después, recibió una llamada para firmar un contrato con el Ballet Nacional de Perú, pero su paso por esta compañía sería fugaz. 

Al poco tiempo recibió otra oferta de trabajo: lo contrataba el ballet de Iñaki Urlezaga, un bailarín y coreógrafo argentino, quien además fue durante 10 años uno de los bailarines principales del Royal Ballet de Londres. Esto significaba para Diego un gran paso en su vida profesional.

“Me llamaron un lunes y me preguntaron si el miércoles podía estar en Argentina. Yo quedé impactado. Tuve que hacer la renuncia en el teatro muy rápido porque era una oportunidad única. La compañía me quería para la gira por un mes en Italia y España”, comenta con mucha emoción. 

Durante ese período tuvo profesores excepcionales cuyas enseñanzas lo impulsaron a obtener un contrato como bailarín solista y principal del Ballet Nacional de Perú. “Yo tenía 19 años en ese entonces y la realidad es que fui una de las personas más jóvenes que recibió este tipo de contrato”.

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Foto: Pierina Sora

No todo en la vida de Diego se ha tratado de victorias, también hubo derrotas. En 2004 debía estar en la preselección del Gran Prix de la Osam de Suiza, concurso que ofrece dos becas para bailarines latinoamericanos. El evento se llevó a cabo en Córdoba, Argentina. Él junto a otros 19 alumnos participaban por el mismo objetivo. En esa oportunidad solo alcanzó a estar entre los semifinalistas. “Nadie va a un concurso a perder”, exclama con total firmeza. Así que retornó a Lima e inició un nuevo entrenamiento para la próxima edición de la competencia. “Me preparé porque tenía ganas de llegar a la final.”

Después de pasar las pruebas, logró volver al concurso. Esa vez participaron 50 bailarines. Diego salió a bailar ante el jurado. ¿La sorpresa? Fue eliminado en la primera ronda. “Para mí eso fue un golpe durísimo. Llamé a mi mamá desde Argentina y le dije que no quería bailar más”. Sentimiento que duró solo una semana, pues no concebía su vida sin el ballet.

Luego evaluó su rendimiento y confesó que aflojó el entrenamiento en los últimos días previos a la competencia. “Yo pensé que en la edición anterior como ya había quedado en la semifinal pensé que en esta ya estaría en la final. Me sentía ganador desde un primer momento”. 

Pero sus ganas y su ambición no lo dejaron tranquilo y decidió retomar el entrenamiento. Aunque en aquel momento solo tenía 16 años, estaba muy enfocado en sus metas. Sabía que quería un puesto en la final. Y es por esto que en el 2016 acudió de nuevo a Córdoba. 

En esa oportunidad su presentación le mereció el tercer lugar, y aunque no alcanzó a ganar ninguna de las dos becas que el concurso ofrecía, se dio por satisfecho. “Uno de los jurados era Herman Cornejo, primer bailarín del American Ballet. Yo bailé una variación que se llama Corsario que Herman baila espectacular, y bailarla frente a él fue entre sueño cumplido y una vergüenza, pero al acabar mi presentación y ver la reverencia y el aplauso que me dio fue para algo como, no necesito más, ya cumplí lo que tenía pendiente”, rememora con alegría.

Profesor y coreógrafo desde temprana edad

El día a día de Diego Milla se divide en dos. En las mañanas está al lado de sus otros compañeros recibiendo instrucciones, pero en las tardes-noches él es quien instruye para que otros lo vean e imiten sus pasos. “En clases mis profesores me dicen ‘el pie está chueco’ o ‘acomoda aquí’; ‘acá te estás cayendo’, pero después me toca a mí ser el maestro y es muy bacán ese proceso”, relata con orgullo.

Es domingo 14 de julio y son las 11 de la mañana. El cielo, como de costumbre en Lima, está gris. La temperatura está a 15 grados Celsius y la humedad a 97%. Cualquiera desearía estar bajo las sábanas viendo alguna serie de Netflix, sin embargo, un grupo de jóvenes se prepara para su clase de baile en Dactilares Perú. Lo primero que veo es la recepción de esta escuela que tiene 10 años de fundada. Unos pasos más adelante, sobre una mesa, están tres premios con una placa de vidrio. En una pared están colgados algunos reconocimientos como el de Mejor coreografía. Hacia el fondo hay un salón con espejos en las paredes. El piso es negro y liso. Para no desgastarlo no se puede estar sobre él con los zapatos puestos. En una esquina está Diego con un pequeño parlante. Va a dar inicio a su clase.  

Diego Milla crea coreografías desde los 18 años. La primera vez ocurrió cuando una de sus mejores amigas le pidió que fuese su coreógrafo. Ella debía bailar en el certamen de Escuelas Internacionales de Ballet y Diego aceptó el reto. El trabajo de Diego gustó tanto que cautivó a Danzaira Escuela de Ballet, la primera compañía que lo llamó para que creara las coreografías de presentaciones y concursos en las que participaban las niñas y jóvenes de la escuela, tanto a nivel nacional como internacional. Desde entonces su carrera como bailarín y como profesor ha ido en ascenso.

Foto: Cortesía de Diego Milla

En la actualidad es instructor de las escuelas Country Club de Villa, Danzaré, Dactilares Perú, Evac y Danzaire. Sus alumnos son niñas y jóvenes. A la mayoría las prepara para el All Dance Internacional en Perú, Danza América en Argentina y la preselección para el Gran Prix de Nueva York, competencias donde él mismo tuvo la oportunidad de participar. 

La maestra de Danza del Ballet Nacional de Perú, Gabriela Paliza, habla del trabajo que ha venido realizando Diego Milla y asegura que es un “extraordinario bailarín y tiene una técnica espectacular”, también indica que tiene “un gusto muy fino para hacer coreografías y para escuchar la música de manera diferente y por eso lo han reconocido a nivel internacional”.

El ballet, para él, es más que una simple profesión, es un estilo de vida. Diego afirma que el mismo le permite desarrollar en sus pupilas valores como disciplina, esfuerzo y constancia. “Yo les creo una disciplina a mis alumnos porque esta es la vida del bailarín”, dice. “Poco a poco también he ido aprendiendo a cómo dirigirme y tratar a una niña, a una adolescente de 15 años y a un adulto de 27 años. Es un proceso que también me ha enseñado mucho”, relata sobre su experiencia como profesor.

— ¿Qué es lo que más te gusta de ser coreógrafo?

—Ser coreógrafo es una de mis pasiones, tanto como ser bailarín. El hecho de poder expresarme en otros cuerpos es algo que viviré agradecido. El solo hecho de imaginarme los movimientos en la cabeza y poder expresarle a alguien que intenta dar exactamente lo que tú estás pidiendo es otra cosa que me gusta.

Otro de los aportes que enorgullece a Diego es que tiene dos años impartiendo clases en diez escuelas de Trujillo, ciudad del noroeste de Perú, y otras provincias. Aportando su conocimiento y experiencia a un total de 12 escuelas.

Un artista respetado

Aunque Diego Milla no es un bailarín mediático, para su edad es un artista muy respetado y conocido entre bailarines, no solo por su fina e impecable técnica sobre el escenario, sino también por sus premios especiales como mejor coreógrafo en All Dance International por tres años consecutivos y porque en su palmarés cuenta con 20 medallas entre oro, bronce y plata. 

Su compañero del Ballet Nacional de Perú, Ariam León Pérez, da fe de ello: “admiro mucho a Diego porque es un chico muy trabajador y porque tiene muchas cualidades para la danza. Su trabajo es impecable. Es un gran artista”, resalta. Su  talento también le ha merecido formar parte del jurado en competencias de World of Dance Perú. 

— ¿Cuáles son tus planes a futuro?

—No he descartado la opción de irme del país para intentar a bailar en una compañía. Tengo opciones en Brasil y en España. Pero acá me siento feliz porque estoy enseñando en otros cuerpos y dejando una huella.

—¿Y cuál es esa huella?

—La huella que yo intento dejar en mis alumnos es el hecho de que antes de ser el mejor bailarín tienen que ser una buena persona, ya que buenos bailarines existen muchísimos, pero buenas hay pocas.

Diego Milla, dice que más que bailarín, es un maestro que quiere forjar habilidades en otras personas. “Ese proceso de enseñarle a alguien mi forma de expresarme mediante el movimiento es en realidad lo que me encanta de la coreografía”. Ha preparado ya a tantas alumnas que perdió la cuenta y eso es lo que quiere seguir haciendo por el resto de su vida.

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“Nuevos rostros de Cuba y América Latina” es una serie de 22 perfiles de jóvenes que están transformando la región desde distintos ámbitos: música, deporte, tecnología, derechos humanos, innovación, moda y más. Distintas Latitudes y la Red Latinoamericana de Jóvenes Periodistas nos acercamos a ellos para ponerles nombre y conocer su historia. 

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Ilustración y diseño de portadas: Alma Ríos
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Venezuela (1991). Periodista egresada de la Universidad Católica Andrés Bello. Desde pequeña insistía en que estudiaría para ser periodista deportiva. Escribió para varias revistas deportivas durante cuatro años. El contexto de su país cambió y redireccionó su vocación debido a la crisis política, social y económica que atraviesa Venezuela. Trabajó en medios digitales como Informe21, El Diario de Caracas, El Estímulo, Clímax y Seis Grados. Actualmente vive en Lima, Perú.

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