Skip to main content

Edwin y Pelu no se conocen, viven a más de 6,000 kilómetros de distancia. Pero algo los une: ambos son recuperadores y recicladores de desechos. Mientras el pico de la pandemia está en Latinoamérica, ellos también están en la primera línea de batalla. Y aunque pareciera que la región comparte tantas cosas, a Guatemala y Argentina las separa un abismo de diferencia en políticas que garantizan los derechos de quienes se ganan la vida en la basura.


 

Este texto fue ganador de uno de los estímulos de producción de contenido periodístico otorgados en el marco del #ForoVirtualCOVID19, con el apoyo de la Iniciativa Regional por el Reciclaje Inclusivo.

***

Ciudad de Guatemala

Hace más de dos meses que Edwin[*] no ve a la señora que antes lo dejaba entrar a su casa para sacar la basura. Desde que se anunció el primer caso de coronavirus en marzo, solo sale para darle los Q40 mensuales por la ranura de la puerta, como con desconfianza. No es la única, la mayoría de los vecinos de su ruta, en la zona 2 de la Ciudad de Guatemala, han dejado de aparecer. Edwin ronda los 37 años, tiene la piel morena y lleva una gorra negra que casi nunca se quita, igual que el bigote. Después de cobrar recoge las bolsas que dejaron fuera de las casas, algunas ya destrozadas por los perros callejeros, con las manos que para las 10 de la mañana ya empiezan a ponerse negras. Lo hace sin guantes y sin careta, como hace 14 años, cuando empezó en el oficio. Su único equipo de protección contra el virus es una mascarilla que él mismo compró con los 500 quetzales —alrededor de 65 dólares— que gana a la semana, menos del salario mínimo. Admite que se muere del miedo, pero “no hay de otra”. Ni la municipalidad ni el dueño del camión les han brindado equipo de protección, a pesar de que al 29 de junio, el país centroamericano ha superado los 17,000 casos por coronavirus. En mayo, MuniGuate anunció que el servicio de recolección no pararía, para garantizar “la higiene y salud de los vecinos”. Edwin sabe que cuando hablan de la salud, nunca se refieren a él ni a su familia.

El 29 de abril, Amilcar Montejo, vocero de la Municipalidad de Guatemala, declaró a un canal nacional que facilitarían equipo de protección, guantes, mascarilla y botas para los recolectores de basura. Cuando le preguntamos sobre la veracidad de las declaraciones, envió una foto de algunos recolectores que en fila posaban para la cámara mostrando el equipo. Pero Edwin lo desmiente. Ni a él ni a sus compañeros les han dado algo. Tampoco ha visto que otros recolectores lo tengan. No hace falta más que asomarse a las calles para encontrarlos sin más protección que un tapabocas de uso obligatorio, como toda la población.

 

Foto: Ana Lucía Galicia.

A Edwin le ha tocado ir en dentro del camión amarillo con los desechos. Un día de junio,  el dueño decidió manejar. La escena es así: abre las bolsas y comienza a clasificar. Papel, cartón, aluminio, botellas de agua, objetos de valor, cada categoría en un costal diferente. Ahí mismo, junto al volcán de basura que ha recolectado, come unos ricitos, porque para medio día, el desayuno que le había mandado su esposa en un tupper no hace justicia. Antes de entrar al  vertedero de la zona 3, al que llegan alrededor de 3,200 toneladas de basura al día, sacan el material para venderlo a personas que luego lo comercian en los mercados o lo revenden a empresas de reciclaje. “Las lociones buenas así como Hugo Boss también nos las compran. Así cositas por cositas nos las van pagando a 5, 10 (quetzales). En la tarde se junta todo que se ha vendido y lo dividimos entre los compañeros”, dice. Así es como ajusta su sueldo. Pero desde que inició la crisis de la pandemia ya no gana lo mismo. Si antes lograba llevarse unos 12 dólares diarios, ahora, el ingreso se ha reducido a la mitad. Algo que no puede permitirse con tres hijos y una esposa, Jenny, que perdió el trabajo. Hace poco un vendedor les dijo que ya no puede comprarles más.

El vacío y el desamparo legal

En Guatemala el servicio de recolección de basura de las viviendas está en manos de la empresa privada. El ingeniero ambiental, Marco Aurelio Juárez, asegura que la mayoría no paga el salario mínimo y no excluye que durante la pandemia los ingresos pudiesen haber bajado. Tanto los recuperadores de basura, como los guajeros (quienes clasifican dentro del vertedero) trabajan en la informalidad. Sin contratos, sin sueldos fijos, sin prestaciones o seguro social, exponiéndose a cualquier tipo de enfermedad: en especial al contagio de covid-19. 

No existe ninguna ley que regule el trabajo de los recicladores. Son las municipalidades, bajo la supervisión del Ministerio de Ambiente y Recursos Naturales, las encargadas de gestionar y controlar el manejo de los desechos. En 2015 fue aprobada la Política Nacional para la Gestión Integral de Residuos y Desechos sólidos. Paradójicamente, la política parece no dar cabida al trabajo de los recicladores y recuperadores, quienes según expertos como Juárez, son la única medida de mitigación ambiental con la que cuentan las municipalidades.  

Foto: Jean-Marie Simon.   

La Municipalidad de Guatemala, aunque autoriza el trabajo de los recicladores, tampoco contempla regulaciones fuertes para su protección. Poseen un Reglamento Municipal de desechos sólidos que no se cumple a cabalidad. Dentro de las disposiciones de recolección se exige que los camiones de basura cuenten con ciertas características: que estén cerrados, sin ninguna persona colgando de los estribos, con las medidas apropiadas, y con el certificado de la municipalidad. De los trabajadores no hay más. En el tema de clasificación de los residuos el reglamento es aún más escueto: se autoriza la entrada de guajeros, independientes a la Municipalidad, pero no hay ningún lineamiento sobre el equipo de protección que deben tener, ni quién se las debería de brindar. En el contexto de la pandemia, Montejo aclaró que en la muni cuentan con un Protocolo de “sanitización” (desinfección) y seguridad industrial y un Protocolo de Salud y Seguridad Ocupacional. Además de la obligatoriedad de mascarilla, guantes y lentes —sí, esos que Edwin no tiene— restringieron la entrada a los guajeros al vertedero. Es decir, la basura está siendo llevada, en su mayor parte, con el único filtro de de reciclaje que hicieron los recuperadores.

Edwin es uno de ellos, y ahora está preocupado, él, como la mayoría de trabajadores informales, no puede aplicar para El Bono familia que aprobó el gobierno. Para poder recibir los Q1,000 de ayuda necesita presentar el recibo de luz a su nombre, que por supuesto no tiene porque paga renta. Piensa en las veces que se ha unido a sus compañeros para exigir mejoras, “lo hemos intentado pero el dueño dice: si quieren así bueno, si no, hay más gente que quiere el trabajo”. Ante un sistema que le ha fallado toda la vida, no encuentra más remedio que levantarse cada día a las cuatro de la mañana para seguir trabajando en donde está, porque peor es no tener nada.

A esa misma hora, pero a 6,437 kilómetros de distancia, Pelu, una cartonera—como le dicen a los recuperadores de residuos en Argentina— llega a su casa en Villa Fiorito, un barrio popular en la Provincia de Buenos Aires.

Buenos Aires, Argentina

Ema Cristina Penoni es su nombre completo, pero todos le dicen Pelu. Es cartonera desde el 2005 y ahora pertenece a una de las cooperativas de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires, “El amanecer de los cartoneros”, donde lleva un trabajo activo en la comisión. Pelu habla como la mayoría de los argentinos: fuerte, contundente y sin parar. En su vocabulario la palabra que más repite es “compañeros”. Así llama a quienes comparten con ella el oficio del reciclado de basura. Habla siempre en plural: “nosotros” dice. Pero ahora, con la pandemia encima, Pelu está preocupada. Desde que el gobierno declaró el aislamiento obligatorio hace más de 80 días, alrededor de 6,500 cartoneros tuvieron que dejar de trabajar, pese a que su trabajo se reconoció como “esencial” en el Decreto de Necesidad de Urgencia.

Pelu ha llegado tarde de trabajar, ahora se la pasa llevando comida y mercadería a comedores populares en La Plata, en Escobar, en su propia comunidad. Ahí no solo llegan los cartoneros, sino también otras familias que lo necesitan. Es por eso que el trabajo del hogar, que antes de la pandemia también llevaba a cargo, lo ha dejado un poco atrás. El día se le va rápido. Desde la dirección de la cooperativa han estado haciendo esfuerzos para brindar apoyo a quienes lo necesitan, no solo a través de los comedores sino también liderando peticiones al gobierno para que sea posible trabajar, siempre y cuando existan protocolos de seguridad. “No podemos mandar a los compañeros a trabajar solo así. ¿Y si se contagian qué?”. Por ahora en la ciudad solo se ha puesto en marcha un proyecto para reciclar de los grandes supermercados y farmacias, todo lo demás está siendo enterrado, y la actividad de los cartoneros ha disminuido en casi un 90%.

Pelu, como el resto de sus compañeros que están registrados en el sistema, recibe un incentivo del gobierno de 17,000 pesos, unos 245 dólares al mes. A pesar de que no han podido laborar, el gobierno de la ciudad lo sigue depositando en su cuenta del Banco Ciudad, eso no ha parado desde la pandemia. Pero está segura que no alcanza. Los cartoneros la están pasando mal. Antes de la crisis completaban su sueldo, tal y como lo hace Edwin en Guatemala, con la mercadería que lograban recolectar. Pero el proceso en la capital argentina es mucho menos arcaico. Con una fuerte presencia de las cooperativas, agrupadas en su mayoría en la Federación Argentina de Cartoneros, Carreros y Recicladores, se han logrado mejores condiciones para los trabajadores. Al final de mes, por la cantidad del material que recolectaron, cada reciclador recibe una parte variable, lo que más o menos equivale a otro sueldo. Así lo explica Alejandro Valiente, parte del equipo técnico de la Federación. Son las cooperativas quienes revenden el material a grandes industrias. Claro, todo esto en “épocas normales”. Ahora solo han quedado con la mitad de los ingresos.

Foto: Federación Argentina de Recicladores.

A diferencia de Guatemala, desde hace 15 años que en la Ciudad Autónoma de Buenos Aires se ha puesto en marcha un sistema de reciclado con inclusión social. El gobierno contrata a cooperativas de cartoneros para que hagan la parte de la recolección de residuos reciclables. Los otros desechos los recolectan empresas privadas y son llevados al relleno sanitario. El servicio para los vecinos es gratuito. Pero no siempre fue así. Si de algo están seguros Pelu y Alejandro es que han sido años de lucha los que llevaron a que el sistema cambiara. Ahora, el gobierno les provee obra social, seguro de accidentes personales, previsión de los uniformes, combustible, mantenimiento de los camiones y de los centros de registrado.

Lo importante que es reconocer su actividad

Dos leyes han sido fundamentales para regular la actividad de los recicladores en la ciudad. La Ley 992 permitió que los cartoneros fueran incorporados al servicio público de higiene urbana. Esto quiere decir que no solo se autorizó la actividad sino también se creó un Registro Único Obligatorio Permanente que provee a quienes se inscriban una credencial de trabajo y ordena la provisión de material necesario para laborar: guantes, material reflectante adhesivo, uniformes. Pero quienes pertenecen a la federación también destacan el esfuerzo que significó la aprobación de la Ley Basura Cero, en la que se establece como prioridad el trabajo de los cartoneros y se incluyen programas de logística, erradicación del trabajo infantil, seguridad social y el incentivo mensual que reciben quienes se dedican a la actividad. La elaboración y aprobación de esta ley no hubiese sido posible sin el Movimiento de Trabajadores Excluidos, MTE, movimiento del que forma parte la cooperativa de Pelu.

Pero ella no está satisfecha, a pesar de los grandes avances que han hecho las cooperativas, está segura que aún falta voluntad política. Pelu cree que si el gobierno de ciudad le diese la prioridad que en “papel” afirman, ya hubiesen podido volver a trabajar. Por supuesto que tiene miedo del virus y entiende la necesidad del aislamiento, pero está segura que pueden llevarse a cabo proyectos para ir reincorporando poco a poco el trabajo. Mientras tanto,  algunos cartoneros están subsistiendo con la línea de ayuda que ha propuesto el gobierno durante la crisis. Aunque Alejandro reconoce que tienen algunos problemas de implementación, muchos han cobrado el Ingreso Familiar de Emergencia, un bono que permite de alguna forma, sobrellevar la pandemia. Además destaca la importante labor de los comedores populares que han logrado alimentar a miles de familias. Eso ha contenido.

En el colegio del hijo de Pelu han estado dando comida, “mercadería”, le dice ella. Pero ha ido pocas veces a traerla. El padre de su hijo recibe una subvención del gobierno por un accidente en el trabajo que lo dejó ciego, su hija y el esposo también están ayudando un poco con los ingresos. Por eso prefiere que en el cole quede algo, dice que hay quienes la pueden necesitar más. Ella, más o menos ha ido sobreviviendo, los que le preocupan son los otros, sus “compas”.

***

De Pelu a Edwin no solo hay miles de kilómetros que los alejan, sino también muchas leyes y políticas que parecieran estar a años de distancia. Pero de alguna manera están unidos en una Latinoamérica que presencia el pico de una pandemia que no distingue qué ni quiénes. Los dos viven, cada uno a su forma, de la basura que miles de personas tiran al día. Ambos son eslabones fundamentales para que la región no colapse. Los dos están muertos de miedo, saben que son los más vulnerables, y aún así, trabajan todos los días a ver cómo se sale de esta. Pelu, que por curiosa pregunta sobre la situación de los recicladores del país centroamericano, dice antes de colgar la llamada: “La unión hace la fuerza. A nosotros nos costó un montón luchar, pero dio sus frutos. Ojalá ellos puedan unirse algún día. Ojalá todos nos unamos algún día”.

***

[*] Por razones de seguridad y a petición del entrevistado, el apellido ha sido omitido para evitar represalias.

***

Este texto forma parte de Nada es basura, una serie sobre cómo es, qué pasa y quiénes están en el ecosistema del reciclaje en América Latina. ¿Qué posibilidades existen para personas, gobiernos, empresas y organizaciones en la basura? 

mm

Periodista guatemalteca. Se ha especializado en el periodismo narrativo y sonoro en temas de género, derechos humanos y migración. Ha colaborado para medios como Agencia Ocote, Vice, The Guardian UK y Revista Volcánicas. Recibió el Premio Gabo 2022 en la categoría cobertura junto al equipo del proyecto «No fue el fuego», de Ocote. Es becaria de la IWMF e integrante de la cuarta generación de la Red Latinoamericana de Jóvenes Periodistas. Ahora trabaja en Radio Ambulante como periodista digital.

Deja un comentario