Texto: Tania Chacón
México es un país que al día genera aproximadamente 100 mil toneladas de basura. Esa cantidad puede dejar de ser basura para transformarse en algo valioso: energía. Es más, puede utilizarse para que el país deje, poco a poco, su dependencia de combustibles fósiles y de la extracción de recursos. Los residuos orgánicos que deja la actividad diaria de los mexicanos pueden servir para encender una estufa, calentar agua, bañarse, incluso para darle poder a un automóvil. Sin embargo, faltan incentivos económicos y programas bien planeados para que esto ocurra. A pesar de ello, hay lugares y personas que comienzan a poner manos a la obra. Un ejemplo es el de Adriana.
Adriana Ruiz Almeida trabajaba en el mundo de las finanzas cuando tuvo que irse a vivir a España con la esperanza de que las buenas referencias que traía bajo el brazo le ayudaran a encontrar trabajo. Pero llegó a aquél país justo en medio de la crisis económica y laboral. Fue entonces cuando comenzó a interesarse en el potencial de los residuos, de lo que generalmente llamamos “basura”. Debido a ese interés un amigo suyo la invitó a trabajar en una planta de tratamiento y recolección de aguas residuales. También comenzó a hacer estudios de posgrado en sustentabilidad, área en la cual ahora está por terminar un doctorado. Para Adriana, según dijo en entrevista con Distintas Latitudes, trabajar con residuos y crear energía a partir de ello “no es algo complejo desde un punto de vista operativo. Pero implica un cambio de paradigma, de forma de pensar y de hábitos. […] Nosotros desde nuestra trinchera estamos haciendo algo muy pequeño, es una escala muy pequeña, pero si lo hacemos mucho se vuelve un peso importante sobre los residuos”.
Cuando Adriana habla de “nosotros” se refiere a Sustenta Estrategia Ambiental, la empresa dedicada a “transformar las necesidades de manejo de basura orgánica y grasas en un ahorro operativo”, según su sitio web, donde trabaja actualmente. Con Sustenta y su equipo, Adriana ha instalado un biodigestor en la Universidad Iberoamericana en México, que forma parte de un programa piloto con el cual buscan generar energía a partir de los desechos orgánicos que produce la escuela y sus cafeterías.
“Las emisiones que se generan por trasladar esos residuos orgánicos hasta su destino final, que generalmente son rellenos sanitarios, también tienen un impacto bastante fuerte. Entonces, ¿por qué no los valorizamos en el sitio donde se generan?”. Por eso, Adriana y su equipo pensaron que sería una buena idea reutilizar los residuos orgánicos de la escuela y convertirlos en algo valioso para la misma institución. El biodigestor de la universidad recibe 50 kilogramos al día de residuos orgánicos, los cuales producen cierta cantidad de gas al día, llamado biogás, del cual se utiliza aproximadamente el 60%. Es decir, la escuela se autoabastece del gas que necesita para sus operaciones. O por lo menos ese es el objetivo.
El biogás se obtiene a partir de bacterias que descomponen los residuos orgánicos y generan gas. El proceso consiste, primero, en separar bien los residuos orgánicos del resto de la basura, “mientras mejor separados, mejor se pueden aprovechar”, detalla Adriana. Después, se trituran, “mientras más los tritures más rápido se pueden biodegradar”. El siguiente paso es meterlos al biodigestor. Pasados 40 días aproximadamente, comienza la producción de biogás. Finalmente el biogás se somete a procesos de filtrado y limpieza para que pueda utilizarse en una cocina.
Este proceso no es exclusivo los residuos orgánicos de una escuela. Todos los residuos orgánicos que se producen en el país pueden servir para producir bioenergía: los residuos municipales orgánicos, los residuos agrícolas y forestales, las heces humanas y animales, pastos, arbustos, residuos de podas, etcétera. De acuerdo con el ingeniero y especialista de la Universidad Nacional Autónoma de México, UNAM, Javier Aguillón Martínez, quien fue consultado por Distintas Latitudes, todos esos residuos pueden utilizarse para producir electricidad, calor o combustibles.
Un ejemplo es lo que ocurre con el sargazo, un tipo de algas que se han convertido en una plaga para el Caribe mexicano. De acuerdo con Aguillón Martínez “el sargazo es una gran cantidad de biomasa que no te costó producir. Todavía no se sabe por qué se produjo. Es un problema que puede ser utilizado si se recupera antes de que llegue a la costa para bioenergía”.
De acuerdo con la información que tiene Adriana Ruiz Almeida, en la Ciudad de México se producen casi 13 mil toneladas diarias de basura, de las cuales más o menos entre un 40 y 50% son residuos orgánicos.
El proyecto de Adriana en la Universidad Iberoamericana aún está en sus etapas iniciales, pero ella ya sabe cuáles van ser sus impactos ambientales. “Los gases que lanza a la atmósfera todo el proceso de biogás y su uso son mucho más limpios que los que lanza el gas LP [el utilizado en la mayoría de los hogares mexicanos]. Estás recogiendo un gas que estás utilizando directamente en donde lo estás generando, y no estás generando mayor impacto por la degradación en rellenos sanitarios […] Los impactos que estás mitigando es la descomposición, también los impactos de trasladar esa basura a otra parte y aparte estás generando una quema más limpia del gas. Ya no se emiten tantos gases de efecto invernadero al aire”.
Una desventaja que ve Adriana en su proyecto es el espacio, pues un biodigestor ocupa aproximadamente nueve metros cuadrados de espacio, algo así como un cajón de estacionamiento. Por eso se enfoca en el potencial que puede tener para restaurantes, cafeterías, hoteles y plazas comerciales, por ahora. Otra parte negativa es que el biogás no es tan eficiente como es el gas LP. Muestra de ello es que el agua para bañarse se tarda más en calentar o que la llama de la estufa es menos potente.
Pero Adriana se pregunta ¿cómo mides la eficiencia? “Para obtener el gas LP que tienes en tu casa se pasó por un proceso fuerte de fracking o fuente de extracción con procesos químicos y una huella ecológica fuerte. El gas natural también es un combustible fósil”. Si se compara biogás con gas LP, de acuerdo con los datos del Registro Nacional de Emisiones, por cada 140 kilos de biogás que producimos, se dejan de emitir 120 kilos de CO2 equivalentes. Entonces, para Adriana, esto se convierte “en un proceso altamente rentable en cuestiones de gases de efecto invernadero”. De hecho, el proyecto de Adriana tiene tanto potencial que ha recibido apoyo del C40, pues ella fue una de las seleccionadas para participar en el capítulo mexicano de su programa de mentorías “Mujeres por el Clima”.
El modelo financiero que está utilizando Adriana para su proyecto es sencillo, aunque la inversión puede recuperarse no en corto plazo, sino a largo o mediano. “Una vez que el biodigestor ya produce biogás constantemente todos los días la inversión inicial puede llegar a ser grande, pero en tres o cuatro años se recupera la inversión”. Además, como parte de su operación, el biodigestor también produce un fertilizante rico en nutrientes, el cual se puede vender a muy buen precio, o bien se puede utilizar en las mismas escuelas o negocios donde esté el biodigestor, ahorrando así el costo de un fertilizante de ese tipo. En palabras de Adriana, “el presupuesto asignado a gas y fertilizantes se puede pagar con el biodigestor”. Otro beneficio es que se puede ahorrar lo que se debe pagar en ocasiones a los sistemas de recolección de basura por llevarse los residuos orgánicos.
Biodigestor instalado en la Universidad Iberoamericana de México. Foto: Cortesía de Adriana Ruiz Almeida
¿Cómo volvemos rentable la bioenergía?
El proyecto de Adriana es para generar energía a partir de materiales orgánicos a pequeña escala. Pero, ¿qué pasaría si lo hiciéramos a una escala mayor? Por ejemplo, a nivel municipal. Esto es lo que se ha hecho en el municipio de Salinas Victoria, ubicado en el estado de Nuevo León, al norte de México. Ahí está instalada una planta que desde mediados del año 2000 genera biogás con los residuos recuperados del relleno sanitario municipal. Distintas Latitudes buscó a Jaime Saldaña Méndez, uno de los responsables de la planta de Salinas Victoria, quien explicó que en el relleno sanitario se tienen entre 23 y 25 millones de toneladas de residuos y por cada millón de toneladas se genera aproximadamente 1 megawatt si los residuos están en condiciones óptimas.
Sin embargo, esta planta, que hasta la fecha funciona gracias a una asociación público-privada, se encuentra frente a un reto económico importante: ¿cómo hacer viable la producción para poder competir en el mercado? “El reto para nosotros es que en 2024 por disposiciones de la nueva ley nos tenemos que ir al mercado, y si no encontramos la fórmula para hacer esto competitivo, la planta está en riesgo de no poder seguir funcionando. Voy a competir con otros grandes productores con nuevas tecnologías en materias renovables que me ponen en una situación desfavorable. El tema de la reducción de emisiones se cayó a partir de la crisis económica del 2008 y ya no es atractivo en materia económica”.
Según el Reporte Global sobre el Status de Energías Renovables 2018, las energías renovables modernas representaron aproximadamente el 10,4% del consumo global final de energía total en 2016. Aunque esto no incluye el uso tradicional de biomasa. La inversión global en energías renovables y combustibles en 2017 ascendió a 279.8 mil millones de dólares, un 2% más que en 2016 pero un 13% por debajo del máximo histórico en 2015.
De acuerdo con Climate Tracker, en América Latina, la inversión en energías renovables se ha multiplicado por 11 desde 2004, mientras que a nivel mundial se ha multiplicado por seis. México entró por primera vez a la lista de los 10 principales mercados de energías renovables en el mundo en 2015. De hecho, es el segundo país que invierte en energías renovables. Sin embargo, del potencial que tiene México para producir biogás, se aprovecha únicamente el 2.4%, de acuerdo con Alejandra Castro González, investigadora de la Universidad Nacional Autónoma de México.
Para Javier Aguillón Martínez, esto ocurre porque no hay incentivos ni programas gubernamentales para desarrollar bioenergía. También se requiere invertir en desarrollo científico y tecnológico, tener un marco regulatorio en la materia, e impulsar incentivos, inversión e infraestructura. Si esto se hiciera, la bioenergía puede mejorar la rentabilidad de la agricultura, promover el desarrollo económico local y diversificar el portafolio de opciones productivas. “Los precios de la gasolina y la electricidad están aumentando. Eso puede ser un incentivo para desarrollar los programas que se necesitan. Porque tú puedes producir tu propia energía eléctrica con tus residuos, o tu propio gas para cocción de alimentos, o para bañarse”.
En la opinión del investigador, “el gobierno debe hacer los pilotos demostrativos y después trabajar con empresas que desarrollen la infraestructura, le den mantenimiento y seguimiento. No tiene que ser un plan ambicioso a nivel nacional, se puede comenzar con el sargazo, por ejemplo. Se deben hacer programas y estudiar el comportamiento, ver cómo hacemos el menor daño, etcétera”. De hecho, México tiene una ley de transición energética, la cual obliga a México a usar por lo menos el 35% de energías limpias en su industria para el año 2024. Pero de acuerdo con Aguillón Martínez, esta ley no funciona sin estos programas e incentivos.
Sandra Guzmán es fundadora y coordinadora del Grupo de Financiamiento Climático para Latinoamérica y el Caribe. Para ella, según dijo en entrevista con Distintas Latitudes, la falta de aprovechamiento de los residuos para generar energía tiene que ver en primer lugar, con desconocimiento de su potencial. Ella también ha notado que falta generar programas, incentivos y mecanismos para obtener recursos. Finalmente, ha observado que los gobiernos regionales y municipales no piensan en modelos y programas que vayan más allá de lo que duran sus gobiernos y tengan resultados a largo plazo.
Para Guzmán, la solución está en tres vías. La primera es diseñar políticas públicas estratégicas. Después se debe calcular y estimar el costo de los proyectos. Con base en ese cálculo se puede realizar una estrategia integral de financiamiento, Es decir, “ver con cuánto recurso presupuestal yo cuento, cuánto es lo que me cuesta poner en marcha estos proyectos, y saber, si el proyecto me cuesta 100 mil millones, por decir, y yo tengo 10, yo sé que me faltan 90. Pero si no sé cuánto me cuestan los proyectos no puedes saber cuántos recursos se necesitan”. Una vez planteada esa estrategia se puede conseguir recursos privados o de instrumentos y mecanismos financieros. Este último paso representa un proceso complejo y burocrático, pero para Sandra Guzmán, “si tú quieres implementar un proyecto tienes que invertir también en el diseño y en el proceso de implementación del proyecto. Por eso es importante tener visión a largo plazo, porque hay proyectos que pueden tardar más tiempo”.
En la opinión de esta experta en temas de financiamiento climático, los gobiernos no son los únicos responsables de llevar a cabo estos proyectos, sino también del sector privado, financiero, y especialmente en la sociedad civil que “busca hacer de esto no solo una fuente de financiamiento, sino también atacar el problema de raíz, que es la reducción de residuos”. Para Sandra el papel de la sociedad civil también está en el monitoreo que se debe hacer para asegurarse que estos proyectos se realicen y cumplan con sus objetivos.
En Esto lo cambia todo. El capitalismo contra el clima, la periodista, escritora y activista Naomi Klein escribió que la esclavitud, la discriminación racial, y la discriminación por motivos de género no se convirtieron en un problema hasta que la sociedad civil lo convirtió en un problema. “De la misma manera, si un número suficiente de nosotros deja de ver hacia el otro lado y decide que el cambio climático es una crisis que merece cierto nivel de respuesta, entonces se convertirá en una crisis, y la clase política tendrá que responder, tanto al poner los recursos disponibles como al cambiar las reglas del mercado”.