Las mujeres de Honduras son las migrantes más discriminadas en México. Sobre ellas pesa un estereotipo de delincuentes y de “ficheras”. Les niegan el empleo, lo que las orilla a desempeñarse en el trabajo sexual. Hasta 2019, de las 800 mil 707 personas que salieron del país centroamericano, 472 mil 012 eran mujeres.
Texto: Perla Miranda y Astrid Rivera
Fotos: Perla Miranda
En inmensas caravanas, marchan los fugitivos de la vida imposible.
Viajan desde el sur hacia el norte y desde el sol naciente hacia el poniente.
Les han robado su lugar en el mundo.
Han sido despojados de sus trabajos y sus tierras.
Muchos huyen de las guerras,
pero muchos más huyen de los salarios exterminados y de los suelos arrasados.
Eduardo Galeano
El clima de 30 grados en la ciudad de Tapachula, Chiapas, cala en la piel. No basta la sombra que dan los árboles al interior del Albergue de El Buen Pastor —presidido por Olga Sánchez Martínez, quien en la región es conocida como Doña Olga—, el bochorno persiste.
En un pequeño recorrido por el lugar, que en un año alberga a cerca de 10 mil migrantes de diferentes naciones, Doña Olga afirmó que en los últimos años ha aumentado el flujo de mujeres que cruzan sus fronteras con el anhelo de llegar a Estados Unidos. La mujer ha atestiguado la llegada de más migrantes embarazadas o que en su andar han sido víctimas de agresiones sexuales o secuestros.
“En el albergue contamos con una población mayoritaria entre hondureños y haitianos, 30% son hondureños, 30% haitianos, el otro 40% se divide entre guatemaltecos, nicaragüenses, salvadoreños y africanos. Hemos tenido la experiencia de que al llegar aquí, las mujeres nos cuentan que fueron violadas, pero no quieren denunciar, ni ser revisadas, tratan de ocultarlo. En especial, las mujeres hondureñas, de manera muy desafortunada, están acostumbradas a la inseguridad, a las bandas del crimen, a las violaciones sexuales por el papá, por el hermano, por el primo; que solo tratan de darle vuelta a la página”.
Violencia, pobreza, desempleo, asedio de pandilleros o del crimen organizado, corrupción y acceso limitado a educación y salud son los principales motivos por los que desde hace una década, entre 600 y 800 mil hondureños abandonan su país cada año en búsqueda de una mejor vida, el destino ideal es Estados Unidos, pero con el endurecimiento de la política migratoria, México dejó de ser un país de tránsito para convertirse en otro destino final.
Aunado a este fenómeno, Honduras también ha sido testigo de una feminización de la migración, de acuerdo con los últimos datos publicados por la Organización de las Naciones Unidas (ONU), tan solo en 2019, de los 800 mil 707 emigrantes, 472 mil 012 fueron mujeres, es decir, que más de la mitad de la población que decide cruzar la frontera pertenece al sexo femenino.
Para Ana Ortega, oficial de Derechos Humanos de la Oficina del Alto Comisionado de las Naciones Unidas en Honduras, lo que ocurre en el país centroamericano no es una migración, sino un desplazamiento forzado porque las personas se ven obligadas a salir de su país como consecuencia de la desigualdad y violencia; circunstancias que afectan más a las mujeres.
“Casi todos los días hay un feminicidio en Honduras, por lo que vemos un incremento en las mujeres que hacen las maletas, de las más de 800 mil personas que salieron de aquel país en 2019, 470 mil eran mujeres. La feminización de la migración no se debe solo a la violencia, sino al cambio de rol en el que ellas deben hacerse responsables del cuidado de la familia”, explicó.
El Perfil migratorio de Honduras 2019, publicado por la Organización Internacional para las Migraciones (OIM), señaló que el tránsito por México de las mujeres hondureñas y de otras nacionalidades se produce en un contexto de violencia, en su mayoría por el crimen organizado que se dedica al tráfico de personas y de droga.
El documento destacó que en su transitar, las mujeres migrantes se enfrentan a diversas formas de violencia, como secuestro y abuso sexual, lo que hace evidente la relación de poder entre hombres y mujeres.
“Una investigación basada en encuestas a 12 mil migrantes, de los cuales 81.9% provenían de América Central, que se alojaron en el período 2009-2015 en albergues gratuitos a lo largo de la ruta migratoria en México, encontró que 19.5% informó haber sido objeto de violencia psicológica, mientras que 23.7% sufrió violencia física y 1.6% violencia sexual. También, encontró que 52.7% de las mujeres experimentó violencia psicológica”, citó el informe.
Datos de la Comisión Mexicana de Ayuda al Refugiado (COMAR) indican que hasta noviembre de 2021 hubo 123 mil 187 solicitantes de asilo en México, la mayoría procedentes de Haití, Honduras, Cuba, Chile y El Salvador. La última actualización del organismo contabilizó 35 mil 161 solicitudes de migrantes tan solo de Honduras.
Del Albergue de Doña Olga al Parque Central Miguel Hidalgo se camina por más de una hora, al recorrer el parque se percibe la mezcolanza de comunidades, como si se dividiera por secciones: en una parte se aprecia a las jóvenes guatemaltecas que esperan a que alguien les ofrezca un empleo como trabajadoras del hogar, de entrada por salida o en el mejor de los casos de planta, en su mayoría son jóvenes, en su espera se distraen con sus teléfonos celulares. En todo el parque hay hombres haitianos que venden aguas o refrescos “bien fríos”, para mitigar el calor, también están sus connacionales con catálogos en mano con los que ofrecen sus servicios para tejer “trencitas” de colores.
Es difícil identificar a las mujeres hondureñas porque a diferencia de las otras migrantes, ellas permanecen en grupos más reducidos, o incluso solas. Hay quienes cargan cajones de madera en los que ofertan dulces, chicles y cigarros. Algunas esperan para entrar a laborar como meseras en algún restaurante o bar y otras desempeñan el trabajo sexual.
“La situación de las mujeres hondureñas es bastante deplorable, crítica, no tienen acceso a nada, verdaderamente están sufriendo. Las mujeres hondureñas son reconocidas en esta región del país como ficheras, llega una compañera a pedir trabajo en una zapatería y le preguntan de dónde eres, si responde que es de Honduras, la respuesta es: ‘no mija, tú vete a conseguir trabajo en una cantina, ustedes de Honduras están para fichar’, el estigma es muy fuerte en esta región”, lamentó el activista Luis García Villagrán, presidente del Centro de Dignificación Humana.
Para Martha Rojas, investigadora del Departamento Sociedad y Cultura de El Colegio de la Frontera Sur (ECOSUR), las migrantes hondureñas se han visto forzadas a realizar el trabajo sexual como una estrategia de sobrevivencia, lo que ha incidido en un incremento de la estigmatización y discriminación hacia este grupo de mujeres.
“En algunos casos, las mujeres hondureñas no tienen otra alternativa que ejercer el trabajo sexual por sobrevivencia. Llegan y buscan trabajo y dicen: ay eres hondureña, ya no hay trabajo. Eso generó un ambiente de discriminación extremadamente fuerte, porque hay mujeres que prefieren emplearse como trabajadoras sexuales porque se gana un poquito más, pero en ese mundo también hay toda una estratificación, las mujeres que son indígenas no son destinadas a ciertos clientes, es muy complicado y lamentable”, afirmó.
La investigadora resaltó que el aumento de migrantes hondureñas que se dedican al trabajo sexual ha abonado en que presenten infecciones de transmisión sexual, además de otras enfermedades como diabetes e hipertensión y, en algunos casos, embarazos no deseados.
“Para las mujeres es más fácil recurrir a las Farmacias del Ahorro o del Doctor Simi, incluso a la Cruz Roja para ser atendidas, usualmente se trata de urgencias gastrointestinales, erupciones de la piel, gripas, pero en este grupo migratorio se ha identificado el incremento de enfermedades de transmisión sexual. Será muy raro que acudan por su pie a un centro de salud público o que demanden atención sanitaria al gobierno porque el temor a ser deportada o discriminada es bastante elevado”.
En los alrededores del Parque Central Miguel Hidalgo y del Parque Benito Juárez ubicados en el centro de Tapachula, se cuentan al menos 20 farmacias con un consultorio adyacente en el que se brinda atención por 30 a 50 pesos, pero para las mujeres migrantes es casi imposible destinar dinero a la atención médica, la prioridad es juntar entre mil 200 y mil 500 pesos mensuales para pagar por una habitación en la que viven con sus hijos, si es el caso, y que en su mayoría comparten con al menos dos migrantes más.
“El acceso a la salud es totalmente nulo, el discurso de México sobre la ayuda al migrante es esquizofrénico, se habla de los documentos firmados en los que se establece que cualquier persona que pise suelo mexicano tiene derechos, pero qué va a ser realidad, si uno como mexicano no tenemos acceso a salud, educación, bienestar, mucho menos los migrantes”, resaltó Luis Villagrán.
Ángel Gabriel Ocampo González, jefe de la jurisdicción sanitaria de Tapachula reconoce que los recursos para atender a la población migrante son insuficientes, “ojalá nos dieran un poquito más de recurso, más medicamentos, material de curación y lógicamente personal, sería un bálsamo todo lo extra que nos pueda llegar”.
El Perfil migratorio de Honduras 2019, publicado por la Organización Internacional para las Migraciones (OIM) destacó que dicho país no produce datos sistematizados acerca de la morbilidad y mortalidad de la población migrante hondureña, sin embargo, la OIM realizó un estudio que detectó que 3.4% de los migrantes ya habían sido diagnosticados con una enfermedad antes de empezar el viaje. “En su mayoría diabetes, hipertensión y VIH, además de fiebre, lesiones, diarrea y micosis”.
A pesar del panorama al que se enfrentan en el trayecto hacia Estados Unidos, o en caso de permanecer en Tapachula, las mujeres hondureñas no quieren regresar a su país, su mayor miedo no es ser abusadas sexualmente o secuestradas en territorio nacional, sino ser enviadas a Honduras a morir y no cumplir su sueño de cruzar al otro lado.