El día que Ailín Arzúa estaba aprendiendo a entrar de roll in al bowl del skatepark de Lugano, terminó estrellada en un grito, en medio de la pista. Su cuerpito estilizado y fibroso quedó hecho un nudo, como una estampa sobre el cemento, con rodilleras, coderas, y su característico casco rosa chicle. Era la previa de un torneo, y Emiliano, su papá, tuvo que llevarla de apuro a una clínica. Pero cuando las placas confirmaron que el accidente había sido solo un susto, ella fue clara: “Quiero competir”.
Ailín recuerda que empezó a andar en skate a los cuatro años, por un capítulo de Jake y los piratas de nunca jamás en el que los personajes andaban en patineta. Pero su mamá, Carolina, dice que el verano anterior ya había estado fascinada tirándose en sandboard en los médanos de la costa atlántica: “La tabla era el doble que ella. Ahí empezó a deslizarse”.
Lo que más le gusta del skate a Ailín es llevarse bien con gente y divertirse. “No queremos que sea una carga, sino más bien un juego”, dice Emiliano.
A Ailín le aburre la escuela, salvo por educación física y un poco matemática. En su casa mira la tele y escribe cuentitos en la compu. Por las tardes, aun en la semana, suele estar en algún skatepark pateando: “El skate es como mi vida entera”, dice.