Fotografía de Yamlek Mojica.

Alejandra Castillo mide menos de un metro cincuenta, tiene pelo largo, rasgos finos, un tono de voz bajo y es enjuta de carnes, pero a sus 20 años ha vivido múltiples vidas. Estudiante, atrincherada, presa política, madre y la de ahora: exiliada.

Dentro del Chipote, la cárcel de torturas extremas donde estuvo apresada por un mes, solo podía pensar en su embarazo. Un ser concebido en las barricadas contra el Gobierno de Nicaragua. Sin embargo, las condiciones precarias del lugar y las palizas brutales por parte de la policía le provocaron un aborto.

De prisión Alejandra salió por un sangrado vaginal que llevaba 15 días sin parar. Fue únicamente liberada por el peligro de que muriera ahí, según le indicaron.

“Llegó el punto en que pensé: Aquí quedé. Moriré por la causa, por mi país. Quería ver a mi Nicaragua libre, pero no se pudo”, relata.

Sobrevivió e inmediatamente escapó al extranjero. “Estoy aquí por el sacrificio de mi bebé”, dice desde la lejanía de su hogar.

Dos semanas luego de salir del país, en Nicaragua se volvió a extender una orden de captura para ella. En abril todavía soñaba con ser ingeniera. Hoy solo quiere seguir viviendo.