Hace unos 30 grados, pero se sienten como 40. Ríos de sudor le bajan por las sienes, arrastran el maquillaje, despegan las pestañas. Convertirse en Gallery es un proceso largo, caro, doloroso; ya se ha vuelto una rutina. Primero los almohadones, pegados con cinta adhesiva grado industrial que le dan forma de reloj de arena. Luego los diez pares de medias y el vestido de plumas y lentejuelas más exótico de su colección. Por último son los tacones de quince centímetros, con los que llega casi a los dos metros. Esta ha sido su vida por una década.
Su recompensa es el asombro. Las miradas incrédulas tras la transformación, susurros diciendo “No manches, ¿es Alexis?”; el placer de ganarle a los estereotipos sobre lo que significa ser un hombre.
Está por dar un espectáculo en Tegucigalpa, capital de Honduras, una de las ciudades más hostiles para la comunidad LGBTI+ en el mundo. Son 1,800 kilómetros de aquí a su hogar. Pero no se asusta, porque esa es la vida que escogió y porque Gallery es justo como Alexis, pero sin miedo.
—¿No te preocupa que te pase algo en la calle?
—No —dice—. Me preocupa más el calor.