Por 35 años, Alfonso Morazán le huyó a un recuerdo. Al espanto, a la sangre, a las balas de aquel 19 de febrero de 1983 cuando —con 22 años— sufrió una emboscada siendo parte del Ejército Popular Sandinista. Tres asesinados y trece heridos.
En 2018, tras las protestas contra el régimen de Daniel Ortega, Alfonso fue encarcelado, interrogado y torturado por la misma revolución que lo condecoró y por la cual murieron tres de sus hermanos. En la cárcel le obligaron a regresar a ese recuerdo, que nunca había contado ni a sus hijos.
Lo encerraron en calzoncillos por 55 días, cubierto por una nube de zancudos. En “El Chipote”, centro de torturas de las dictaduras nicaragüenses, le restringieron alimentos y medicinas.
De su época de joven y flaco guerrillero le quedan seis hernias cervicales y varias pesadillas. Hoy le suma siete meses como preso político, el exilio de todos sus hijos, la muerte de su madre y la de su amigo, Eddy Montes, asesinado por custodios de la prisión “La Modelo”. Llora por él. Llora por aquellos a los que salvó. Recuerda por qué llora. Llora porque se repite la historia.