Cuando Ángel tenía 11 años pasó mucho tiempo en terapia. Semanas antes le había dejado a su mamá una carta en la mesa de noche, donde decía que no era feliz. Ahí empezaron los viajes al psicólogo. Uno le dijo que era la edad, otro que era homosexual, otro que se iba a curar. Finalmente una dio en el clavo, y se lo dijo a la mamá: “ella lo tiene claro, es una niña y se llama Ángela, no Ángel”.

Nadie en su familia entendía lo que pasaba. La mamá intentó negociar: vivirían en Chile hasta que cumpliera 18, y luego se mudarían a un país donde Ángela pudiera estar en paz. Lo intentaron. Era niño en el colegio y niña en la casa, hasta que no pudo más.

Se dejó crecer el pelo, cambió los pantalones por faldas y se puso aros. En el colegio la apoyaron, pero no se sentía entendida, así que lo abandonó. Hoy es la primera alumna de la escuela Amaranta González, creada exclusivamente para infantes y adolescentes de sexualidades disidentes. Su mamá, que hasta la carta de su hija no había escuchado la palabra trans, es la coordinadora general.