Fotografía: Cortesía de la entrevistada

Breymar de los Ángeles Aranguren tiene 39 años y una determinación que se matiza con sus palabras suaves y precisas. Usa sombra rosada en sus ojos y botas montañeras. Es madre soltera de un adolescente de 16 años con autismo y de una niña muy amorosa. Cuando Breymar se graduó de médico general, decidió montar un Jeep llevando salud a los pueblos más lejanos de Mérida. 

A cientos de kilómetros de la ciudad, en medio de las montañas andinas, sobreviven aldeas donde el acceso a la salud depende de la voluntad de los médicos, ya que los pequeños consultorios estatales cerraron hace tiempo por la crisis. “La vocación, cuando nace, se hace”, dice Breymar con una sonrisa. 

Vestida con su bata y su estetoscopio, la doctora viaja hacia zonas rurales para realizar consultas generales. Si tiene el equipo, toma muestras de sangre que lleva luego hasta la ciudad para ser procesadas. También lleva medicamentos y, desde marzo, transporta pruebas de covid-19 en su maletín.

Aunque siempre ansía volver a casa, Breymar regresa a las montañas con voluntad. “A veces hay sacrificios y riesgos que hacemos por nuestro trabajo, pero siempre vale la pena. La gente nos necesita”.