El pelo: corto, como un íntimo trigal, como un casco que protege las ideas que bullen dentro. ¿Qué ideas? Diseña programas de capacitación y enseña a las empresas y a los empleados a trabajar mejor. Le llaman ‘coach’.  Para mí es maestra de vida.

Los ojos: celestes, dicen que son parecidos a los míos pero es solo por el color. Desde que la conozco, nunca vi rencor ni desprecio ni envidia en sus ojos. Cuida a sus hijos, a su esposo, a nuestros padres, a mí. En el poco tiempo que le queda libre, se mira al espejo y sonríe.

Las manos: acostumbradas a  sacar de la arcilla unas figuras abstractas que bailan y ríen, o a esculpir en maderas livianas unos pequeños árboles de su imaginación. Cocina, lava, acaricia, dibuja espirales en el aire cuando explica algo. Sus manos siempre están en movimiento.

Un recuerdo: Cuando yo volví de Malvinas, en junio de 1982, toqué el timbre y ella salió corriendo del baño, enfundándose en una toalla, me abrazó y me dejó el cachete mojado y entonces sí supe que la guerra se había acabado.

Se llama Carola Herrscher. Nació en Buenos Aires. Vive en Vicente López, cerca del río y de los afectos. Tiene 50 años. Y claro, es mi hermana.