Fotografía: Mireyda Córdova

Cecilia Delgado aprendió a rastrear fosas clandestinas cuando se llevaron a su hijo. Detener su búsqueda y la de otras madres, abuelas, esposas y hermanas de personas desaparecidas no fue opción durante la pandemia. Escarbar la tierra con sus manos y una pala en Sonora, al noroeste de México, se volvió un trabajo esencial cuando los criminales tampoco pararon de enterrar cuerpos.

“Yo veía desaparecidos todos los días y dije ¿qué estamos haciendo en casa si ellos no nos dan tregua?”. Junto a sus compañeras del colectivo Buscadoras por la Paz, retomó la labor que asumió por la inacción del Estado. “Empezamos a salir a pesar de las restricciones, obvio, con protocolos de seguridad, pero en búsqueda. Salir al monte y saber que estamos haciendo algo por un ser querido, es nuestra terapia para no volvernos locas”.

Cecilia buscó por dos años hasta encontrar a su hijo el 21 de noviembre de 2020. Reconoció la ropa de Jesús Ramón entre la tierra removida. Para ella, la pandemia de la desaparición ha sido más fuerte que la de covid-19. “Creo que no hay comparación, es un dolor que se lleva en el alma por siempre, hasta tenerlos de regreso en casa”.