El horizonte a ciento ochenta grados. Eso es lo que ve Cristiano diez horas por día, desde hace siete años, cada vez que ejecuta la tarea precisa por la que recibe un salario: manejar el camión. Ahora está transportando arena desde Cristal hasta la Praia do Hermenegildo, para la planta eólica. Cuando no quede más arena será otra cosa, a otro lugar.
Maneja un Scania gigante, con más comodidades que un monoambiente urbano: tiene cama, televisor, hornallas, heladera. Con la velocidad en piloto automático, una bandera de la República Riograndense cuidándole la espalda y las piernas cruzadas arriba del volante, dice que la vida de camionero no es fácil. “Brasil es un país muy grande. Yo lo conozco casi todo, desde el camión. Hay mucha desigualdad. No entiendo como unos tienen tanto y otros, tan poco”.
Cuando descargue la arena y baje el sol va a ir hasta una estación de servicio, va a pagar cinco reales para poder bañarse, va a pedir un menú motorista y va a mirar la novela de las nueve. Entonces volverá a ser uno con su camión: cerrar las cortinas, dormir y despertar con el sol para manejar hasta Cristal, en busca de más arena.