“El arte no es velocidad”, aclara el pintor al que promocionan en su Templo del Sol como el más rápido del mundo, aun cuando no existe concurso que avale tal mérito.
Una vez, después del colegio, Cristóbal Ortega Maila se puso a dibujar a un compañero en una plaza del centro de Quito. Una señora lo vio, y le pidió que retratara también a su hija. Por su primer trabajo cobró 50 sucres. Entonces empezó a recorrer Quito y otras ciudades, retratando la “dureza de lo que veía en las calles”: rostros, situaciones, paisajes.
En los últimos 20 años ha vivido de su obra entre Ecuador y Estados Unidos. En sus viajes por Machu Picchu, México, Guatemala e Ingapirca (Ecuador) se maravilló con los templos de las culturas precolombinas, y decidió hacerse uno. Su Templo del Sol es un cilindro de alrededor de 600 metros cuadrados. Está hecho con piezas de piedra tallada, que se levantan junto a la reserva del volcán Pululahua, a pocos metros de la Mitad del Mundo, del 0º0’0’’.
Allí, el pintor bromea respecto a las propiedades del té de coca y el aceite de marihuana que se venden al final del recorrido. Para terminar, pinta con las manos un paisaje andino en algo más de un minuto, ante la mirada perpleja de su público.