Daniela se bautizó DaniO, con la certeza de los que se hacen a sí mismos. Cuando llegó a Montevideo de su Rocha natal, vivía en una pensión de mujeres y gastaba todo el dinero que hacía cuidando niños en libros que devoraba sin pruritos tirada en la cama. Si le venía mucha hambre, se quedaba dormida.
En el laboratorio de la Facultad de Artes aprendió de impresiones fotográficas con químicos que ya ni existen. Escribe textos que pasean entre la locura y la muerte, el futuro incierto y el placer de un niño que juega con hojas marchitas en la vereda.
Su viaje iniciático fue en un bondi que cruzó la cordillera y medio Chile hasta depositarla en la costa pacífica. En Las Cruces, el tesón la sentó junto a la cama de Nicanor Parra: “Cuñataí, yo tenía una hermana que cantaba muy bonito”. “Voy y vuelvo”, respondió ella. Y se fue.
De nuevo en Montevideo tuvo otra idea: además de editar textos ignotos de Felisberto Hernández; con su Proyecto Casa Ajena le lee a gente ciega o con baja visión que le abre su confianza. Todo el tiempo busca un trabajo para sobrevivir a la vida de artista y cuando se agobia mucho, se acuesta a dormir.