La mamá de Delia García hizo todo para que no naciera. Cuando lo cuenta, ella se ríe con los ojos. Muchos tardan años en ser rebeldes. Delia lo hizo desde el primer minuto de su vida.
No necesitó que la facultad le enseñara cosas. El día en que su hermana tuvo un episodio psiquiátrico decidió que iba a ser psicóloga. Algo de eso ya había aparecido antes, cuando, impulsada por una discapacidad visual que le impedía vivir sin anteojos, aprendió a agudizar el oído.
“Yo no veía, pero sabía mirar. Con eso mejoré mi escucha: cuando las atiendo, hablo el mismo lenguaje. No se trata de contener, tenés que hacerles saber cuáles son sus derechos”, cuenta sobre su trabajo en la línea 144 atendiendo a mujeres argentinas violentadas.
También lo hizo durante la pandemia, tiempo en que las llamadas aumentaron un 25%. Le toca la noche, la franja que reconoce como el horario más difícil: “Vas a lo concreto: les preguntás si tienen puertas fáciles de tirar. Y las acompañás”.
Entre mujeres y el 911, su voz teje ayudas. Las va hilando una por una, hasta formar una red invisible que susurra del otro lado: no estás sola.