Dice que no recuerda su infancia. Alza la mirada y sonríe. Nada. Diego nació en Barrancabermeja. Una de las zonas más golpeadas por el conflicto armado. Tras la masacre perpetrada por los paramilitares en 1998, tuvo que dejar atrás a su familia.
No era la primera vez que escapaba. Aunque las cosas poco han cambiado, por ese entonces, ser “marica” significaba ser un peligro para la sociedad. O, al menos, eso repetían los hombres armados al salir de misa. Él había sido señalado.
Arribó en Bucaramanga y, apasionado por los temas de salud, inició estudios de Enfermería, pero no le gustó. Por el consejo de un amigo, se inscribió en Filosofía en la Universidad Industrial de Santander y se graduó en 2015.
Diego cuenta que la vida le dio la oportunidad de aportar a la lucha por los derechos de las personas que viven con VIH/sida, especialmente, de personas con orientaciones sexuales e identidades de género diversas.
Hoy por hoy, está entregado a su Maestría en Derechos Humanos y Gestión para la Transición del Posconflicto y a la dirección de Conpazes, donde trabaja para que nadie más recurra al olvido escapando del dolor.