A las cinco de la mañana, el crujir de un bloque de hielo rompe el silencio que inunda el cuarto en el que habitan Dulce Ordoñez, su esposo, su hija y sus hijastras. A unos cuantos metros de ellxs, se encuentran los cuatro carritos amarillos del negocio que da sustento a la familia: las “Deliciosas nieves El Verano”.
A las doce en punto, Dulce está ya despachando frente a una de las avenidas más transitadas de la Ciudad de México. A falta de ventas ha tenido también que ofrecer cubrebocas, mascarillas o “lo que se pueda”.
A su lado, sobre un banco que más bien es una escalerita prestada de apenas un metro de alto, Melisa, su hija de 8 años, toma su clase de cuarto grado con una tablet que Dulce aún sigue pagando.
En la mirada agotada de la mujer se nota lo difícil que es ahora alternar su tiempo entre atender a la clientela y cuidar y ayudar a Melisa que, entre el ruido del tráfico y el mar de gente pasando frente a ella, apenas puede concentrarse.
No es para menos, Dulce es sostén de una familia, es cuidadora, es maestra, es esencial. Dulce es madre.