Cuando no está correteando por ahí, entonando algunas estrofas de tango o charlando con algún comerciante amigo, Agustín el «Negro» Gómez está lustrando los zapatos de algunos de los miles de peatones que caminan a diario por Florida y Diagonal Norte, a una cuadra de Plaza de Mayo.
El Negro ocupa esa emblemática esquina porteña desde hace 26 años, siempre elegante, con camisa blanca, corbata y un bombín que extiende algunos centímetros su metro sesenta de altura. Allí logró lo que ningún otro lustrabotas pudo alcanzar en la Ciudad de Buenos Aires: tener un puesto propio. Una especie de cubículo de un metro por dos en el que se intercalan potes de pomada, cepillos, una butaca para sus clientes con dos soportes para apoyar los zapatos, posters de Carlos Gardel, Eva Perón y hasta notas periodísticas que lo tienen a él mismo como protagonista.
“Yo he pateado el tablero, porque vine con dos latas de pomada y fundé la Mutual de los Lustrabotas”, dice, con el pecho inflado. Su gran objetivo, cuenta, es que todos sus colegas tengan un lugar donde trabajar en condiciones dignas y no sobre una manta. “Lo único que busco es dignificar este trabajo”.