Hace 35 años a mi abuela le cambió la vida. Fue el momento en que descubrió el mundo de la Ceremonia del té, primero como alumna, más tarde como Sensei. Transmitir el arte del té es su manera de mantener vivo el vínculo con sus raíces y en cada detalle de sus clases está su mano. Ella logra la perfección de lo imperfecto.

Su gestualidad y su forma de pensar engañan. Parece japonesa pero su verdadera naturaleza es anfibia: en Buenos Aires es terrestre y apenas pisa la tierra de su madre -un pequeño pueblo perdido en el Japón rural-, se mueve como un pez que regresa a su océano-terruño.

Mi abuela tiene varios nombres. El que figura en su documento, Lina Kono (nombre argentino, apellido paterno); Emiko Arimidzu (nombre japonés, apellido de casada) y So-e (que recibió como Sensei).

Cada uno de esos nombres representan etapas de su vida. Entre los ideogramas (kanji) de “Emiko” hay uno que significa “dar a la gente”. Ese kanji es una síntesis del espíritu japonés: hospitalidad, solidaridad. Mi abuela es eso. Y además tiene una economía zen del uso de la palabra: con muy poco dice mucho.

El juego de los nombres continua: su apellido «Arimidzu» tiene el kanji de “agua”, y la ceremonia del té también se conoce como “Cha no yu” que significa “agua caliente para el té”.