Cuando hace 22 años Enrique Jubés Barroeta se fue de Venezuela pensaba que era para volver. Ahora, sentado detrás del escritorio de su consultorio en Terrasa (Barcelona), se acaricia su barba recortada y entrecierra sus pequeños ojos negros mientras hace un repaso rápido de su vida. “Cuando yo llegué a España, escuchar el acento latinoamericano era una excepcionalidad”, recuerda Enrique, con un dulce deje caraqueño que se resiste a desaparecer.
Aquel joven que llegó a Barcelona a hacer un máster, acabó estudiando dos más para poder quedarse, lavó platos, limpió suelos mientras estuvo sin papeles, hasta poder finalmente ejercer como terapeuta con enfoque cognitivo constructivista y luego como especialista en terapia sistémica familiar.
Con cincuenta años ya, Enrique cree que esa experiencia le ha permitido ser más empático con sus pacientes, sobre todo en medio de una pandemia que ha hecho que 45% de la población de España sufra de estrés por miedo a la covid-19. “La posibilidad de mantenerme activo ayudando a las personas fue una estrategia emocional para manejar en mí mismo la pandemia, ha sido mi salvavidas”, afirma. Para Enrique la atención psicológica ha sido esencial desde el confinamiento, no solo para sus pacientes: también para él.