Fotografía: Mandy Barrios. 

Llegar a Estela López es fácil. Todos la conocen. Lo difícil es entrar al barrio, que arrastra un problema histórico: se inunda con cada temporal. 

Estela tiene 71 años, es ama de casa y abuela. Sus manos siempre están en movimiento: atiende el teléfono, cocina, reparte libros y ropa. Lleva una blusa estampada con flores,  unos lentes grandes y el pelo corto. 

“¿Cómo te afectó la pandemia?”, le pregunto. Dice que al principio sintió miedo, que tiene que cuidarse porque tiene diabetes. Pero nunca cerró las puertas de su casa porque los vecinos son el centro de sus desvelos. 

Hace 18 años, cuando su marido murió, decidió abrir un merendero. “Todo empezó en plena crisis del 2002, cuando nos llegó la creciente acá en el barrio”, recuerda. 

Una puerta nos separa de la cocina donde se prepara la merienda. Todos los fines de semana, más de 30 familias van a lo de Estela. Más allá está el patio donde los niños saborean el pan con dulce y se manchan la cara con cocoa. La merienda empieza a las 4. Los chiquilines llegan antes. Algunos ni almorzaron. Se van con la panza llena gracias a Estela.