Fotografía: María de Jesús Vallejo.

Evelyn Muñoz dice que ella es una persona tranquila. Sus formas coinciden con sus palabras: no alza la voz, modula con calma, va con pausa y todo parece en sincronía con el humo de su cigarrillo.

Medita a diario. Es lo que le ha permitido soportar el confinamiento y cuidar a Ezequiel y Noemí con todo el amor posible. “Dedicar mis días a mis nietos me ablanda el corazón”, dice.

La pandemia le mostró que es capaz de ser luz en la oscuridad. Sin ella encargándose del trabajo doméstico, su hogar sería un caos. Evelyn limpia la casa, prepara las comidas, almacena el agua, lava la ropa y tiende las camas. Gracias a sus labores, Keyla y Kevin, sus hijos, pueden dedicarse completamente a sus trabajos, ella en casa y él en una tienda en el centro de Caracas. 

A diario, Evelyn agradece por el viento que entra por su ventana, el desayuno que nunca le falta, la risa de Noemí y los abrazos de Ezequiel. También, por tener salud, agua potable y sentir el sol en la piel. Nada de lo que pasa le quita las ganas de avanzar. Si no hay un camino, ella lo construye.