Fotografía: Cortesía del entrevistado

Cuando Gabriel Hermosilla (24) ingresó a trabajar a una ONG que reinserta a personas en situación de calle, Chile se encontraba puertas adentro. Era julio y la pandemia dejaba casi un centenar de muertos por jornada.

Pero para Gabriel el miedo no es cosa de virus: es más bien imaginar un futuro en soledad, sentado en los fríos adoquines de Concepción como presa del despojo absoluto. Esa es la realidad con la que comparte a diario y que solo conocen de cerca los que se atreven a mirar la pobreza a los ojos.

—Es difícil encontrar profesionales que quieran ocuparse de la gente de la calle, más aún ahora. Pero, si no estuviéramos nosotros, ¿quién escucharía sus historias?, ¿quién los orientaría cuando la policía los mete al calabozo por supuestamente violar el toque de queda sanitario? —dice Gabriel, papá de una pequeña, trabajador social y futbolista frustrado por una lesión en la rodilla.

Confiesa que su desafío personal es convencerse de que es posible devolverles un lugar en la sociedad a quienes hoy deambulan por las veredas. A veces duda, aunque contra todo pronóstico suele ganar la esperanza.