Hazel Borbón extraña los días libres desde marzo pasado. No es una mujer flaca, más bien, promedio, atlética. Sin embargo, sus manos son delgadas y, cuando habla, ellas también lo hacen indicando hacia dónde va la charla. Una enfermera ginecobstetra que antes de la pandemia de covid-19 se dedicaba a embarazadas, mortalidad materna e infantil; ahora vigila epidemiológicamente el distrito más poblado de Costa Rica: Pavas, donde viven 84 mil personas.
Hay días en los que se coloca su bata azul hasta el cuello y ordena cierres de construcciones, edificios, incluso, una vez, la Fiscalía de Pavas, por brotes de coronavirus. Otros, teletrabaja en casa, rodeada de posters de mujeres que la definen. Llama a los enfermos y contactos. Los ayuda en su soledad y también les dice qué medicamentos tomar o según como respiren, llama una ambulancia. Luego llena decenas de excels con positivos, fallecidos, sospechosos, direcciones, números de teléfono.
“He visto personas jóvenes y sin factores de riesgo morir. Es como la ruleta rusa”, dice con voz quebrada. Tuvo que comunicarle a unos padres que envolvieran a su hijo de 38 años en dos bolsas plásticas, luego de morir en la vivienda que compartían. “Es el protocolo”.