Fotografía: Cortesía de Heiner Navas.

Heiner Navas está al otro lado de la pantalla. No nos podemos ver en persona: “Es por su seguridad”, me dice. Se trata a sí mismo como un ser radiactivo, evita estrictamente el contacto con cualquier persona que no pertenezca a su burbuja. Ha sido así durante ocho meses. 

Trabaja desde hace 26 años en el área de limpieza del Hospital San Juan de Dios, uno de los más importantes de Costa Rica. Con la pandemia, fue trasladado a la Unidad de Cuidados Intensivos, ese lugar limítrofe entre la vida y la muerte, hoy dominado por la covid-19. “La gente no entiende la seriedad de esto”. Él la ve todos los días. 

Mientras me presento, mira por la ventana con ojos cansados o tristes o ambas cosas. Tal vez es la mirada de una persona que ha visto demasiado. Enfermó en octubre del 2020: fiebre. No era covid-19, pero el incidente evidenció su agotamiento. 

Lo de la enfermedad no me lo cuenta él, sino su hija, Valeria. Heiner siempre se mostrará como una roca, con su cuerpo robusto, cabeza calva, y enormes brazos cruzados. 

Valeria ve miedo en su papá. Desea rodearlo con sus brazos. No sabe cuándo podrá hacerlo.