En un salón de paredes blancas y una pizarra sin usar, un profesor enseña a leer a personas que, como él, no pueden ver.
Cuando tenía diez años, Hesnard Espinoza dio un brinco para alcanzar una pelota, pero un cabezazo le apagó la luz.
Lo último que alcanzó a distinguir era cómo caía la sangre. Su sangre. “Ahora solo es una sensación. Si pienso verde, veo verde”, dice en las aulas del único colegio público para invidentes del Perú, donde trabaja hace 15 años y donde aprendió a vivir con cuatro sentidos.
En un mundo donde la tecnología reemplaza al cerebro, Hesnard usa su memoria para guardar números telefónicos. Para saber si está cerca a una farmacia, distingue el olor de los remedios.
Eso ha aprendido en los 42 años que lleva sin ver. A los 24 acabó la secundaria, un año después ingresó a la universidad más competitiva del país. Ahora es profesor de colegio.
Su amiga Rosa tiene dos recuerdos de Hesnard: uno, cuando lo golpeó un camión al intentar cruzar guiándose de sonidos; y otro en la biblioteca con un libro en braille. “Siempre lo veía leyendo”, cuenta.
Para Hesnard esa también es una forma de ver.