Fotografía: William Urdaneta

Los días de la directora de coros Irma Conchita Iorio Blanco están acompañados por las melodías de Cesar Alejandro Carrillo; su compositor favorito. Ella le dedica su música “a sus muertos”, según dice sin ánimos de tristeza, para honrarlos como mejor sabe hacer: dirigiendo armonías perfectas a cuatro voces en el escenario.

El amor por la música se lo inculcó su papá: Giuseppe Renato «Pino» Iorio Amitrano, un napolitano que –según todavía dicen las mujeres que lo conocieron– era bellísimo, alto, de ojos azules y con una voz estupenda. De él heredo sus facciones y el talento, y de su madre, Carmen Ventura, una negrita criolla, el temple y los ojos profundos.

Irma es mujer barcelonesa como la canción de Enrique Hidalgo solo porque nació allí, en Barcelona, estado Anzoátegui, pero, desde 1983, su corazón, su alma, está al sur de Venezuela, en el estado Bolívar, la tierra del oro, el hierro y las mujeres de fuego. Por eso no le teme a nada, ni al Ave María de Gustav Holst ni mucho menos al Daemon Irrepit Callidus de György Orbán. En los momentos difíciles, en los adagios de su vida, sus hijos, Adrián, Antonio y Luisito, son los que le dan la fuerza necesaria para dirigir con mano firme a sus coreutas compás a compás.