Fotografía: Natalia Luján

El tres romano en su pecho significa que es el tercer Ezequiel en su familia pero se presenta con su primer nombre: Iván. 

A los diecisiete dejó la pandilla porque la vida le dio “dos cachetadas tumbadientes”. La primera fue cuando mataron a su compa, el Roll-on.  La segunda cuando su hermano, llorando, le dijo “te extraño.” 

En 2016 ganó una beca para estudiar artes audiovisuales. Su documental La neta, ya ni sé (2020), transportó a más de quinientas personas que lo vieron desde sus casas hasta las calles de “San Agus”, un pueblo asentado en Tlajomulco de Zúñiga, municipio líder en desapariciones forzadas y fosas clandestinas en Jalisco. Allí la violencia no conoce de pandemias y la soledad acecha desde antes a los más jóvenes.   

La verdadera hazaña de Iván no consistió en grabar lo evidente sino en dirigir la mirada a una realidad ignorada en medio del caos virulento. No sabe si las cosas van a mejorar pero se empeña en retratar la violencia que lo rodea. “Yo soy un chico que cuenta la vida de su pueblo. Si la gente que tiene poder en las ciudades logra verlo y les mueve algo, con eso yo ya gané”.