Fotografía de Bruna Talarico

Casi seis millones de brasileros responden al nombre de “José”. Uno solo de ellos, sin embargo, consiguió la proeza de estar sentenciado a muerte en prácticamente todo el territorio nacional. José Júnior tiene un nombre común, pero con un alto poder de alcance. A los 47 años, este activista coordina en varias favelas la ONG de inclusión social AfroReggae y lleva la mitad de su vida trabajando como el principal mediador informal entre el narcotráfico y el gobierno en Brasil.

Aros y cadenas de oro, ropa de diseño y tatuajes adornan su figura robusta, que aparece en las noticias de seguridad, que rescata a los jóvenes de la delincuencia y que irrita a los dueños de la ilegalidad al minar su mano de obra. En la parte superior de un edificio derruido en el centro de Río de Janeiro, donde vive, José tiene la protección de las cúpulas policiales. Adentro de su habitación, en su caja fuerte, los honores concedidos por las autoridades locales, estatales y federales lucen acompañados por un exótico muñeco de Batman. “¡Batman es lo máximo!”, dice José, con los ojos brillantes. Fue vestido como superhéroe que José hizo su primer trabajo: era animador de fiestas infantiles.