Fotografía: Manuel J. Orbegozo – Archivo El Comercio

Juan Campos Muñoz lleva la piel del color de la tierra de los Andes y un semblante solidario. Siempre sonríe y, aun cuando calla, los surcos de su rostro marcan guiños nostálgicos y recuerdos infinitos.

No baila, no canta y no toma, pero desde hace cuatro décadas ha llevado a millones de personas a hacerlo por él. Pasó de manejar un taller mecánico a dirigir una disquera que revolucionó la industria musical peruana. 

En 1977 Juan Campos vendía discos en mano sin suerte en Plaza Unión, hasta que un día las radios sonaron y las ventas de “Discos Horóscopo” se dispararon. La música chicha invadió la ciudad.

«¿Qué es la “chicha”? Tengo una ensalada y le meto un mango: todos me critican hasta que lo prueban», explica Juan sobre la fusión del huayno y la cumbia como nacimiento del género. Pero el ingrediente secreto, según él, es una pizca de sentimentalismo.

Con esa receta, innumerables almas han llenado monumentales estadios para corear a sus artistas, quienes cantaban del amor, pero también de la marginalización y el trabajo. Campos llevó alegría a una parte olvidada de la sociedad y junto a la chicha vieron la fermentación de un nuevo país.