Cuando ya había cumplido los 36 años, Juan Diego Pérez Ponce decidió dedicarse a la música. Su anhelo de juventud era convertirse en sociólogo o historiador, sin embargo, desde muy niño se había mantenido cerca de las tablas. “Mis papás hacían teatro y cuando yo era un bebé improvisaban una cuna en el camerino. Si yo lloraba, se inventaban algo en plena obra y uno de ellos salía para hacerme dormir mientras el otro continuaba la función”.
Así, desde los 4 años actuó en el grupo teatral de sus padres. Este barítono, hoy dedicado a la docencia musical, pulió su voz para hacerse cantante lírico, protagonizó dos películas (El país de Manuelito y Recuerdo de Montalvo) y dirigió una, La revolución de Alfaro, sobre las luchas liberales en el Ecuador (1895-1924). Sin haberlo sospechado, fue este filme el que lo llevó al canto: “Recién cuando viajé en 2010 a Italia, debido a la película, me decidí por la música pues pude ver el trabajo diario de los pintores, mimos, actores y cantantes en la plaza de los Pintores en Roma”.
Juan Diego interpretó el solo de barítono en el Oratorio de Navidad del compositor Camille Saint-Saëns, participó en la ópera infantil Brundibár, compone música y ha dirigido coros infantiles y adultos. Su verdadera vida no es lo que sucede entre una y otra canción; eso que llama su vida de verdad es lo que vive mientras canta.