Kiriam Gutiérrez luce regia sobre el escenario; melena hasta la cintura, pestañas larguísimas y labios escarlata. Esta noche se contonea sobre tacones de quince centímetros con uno de sus atuendos más reveladores: pequeñas plumas aferradas a los senos en desafío a la gravedad.
La actriz, anfitriona del bar más inclusivo de La Habana, da la bienvenida en siete idiomas a gays, lesbianas, travestis, swingers, bisexuales, heteros… Entre canciones defiende el matrimonio igualitario, la no violencia y la igualdad de género.
Termina el espectáculo, desaparecen exotismo y lentejuelas, la mirada sutilmente sensual persiste. En casa, cuida a la madre hemipléjica. Kiriam quería ser neurocirujana, pero en el preuniversitario de ciencias exactas y la universidad no aceptaban su apariencia demasiado femenina, opuesta al nombre que todavía exhibe su carnet de identidad. Durante años miró con odio e impotencia el documento; ahora, se alegra de haber luchado para que no se repita su historia.
Ella profesa la religión afrocubana, “la única que no discrimina”. Es hija del Dios de la Guerra, Oggun. Una guerrera en batalla por el respeto a la diversidad. Su anhelo: “vivir cada día con un poco de felicidad y paz”, en un mundo donde “todos se comprendan mejor”.