Cuando tenía 47 años y media vida dedicada al hogar, Leonor González asistió por casualidad a un ensayo teatral. Regresó al siguiente: leyó un papel cualquiera y empezó a actuar.
“Yo no sirvo para esto”, había pensado antes. Nunca imaginó que de esta forma iniciaría una carrera.
A Leonor la distingue un vocerrón intenso y una profunda conexión con sus personajes. Basta que un director lo ordene para que ella llore en escena. Es un talento escondido, que quedó al descubierto aquella vez.
“La cuestión emotiva se le daba”, dice Vicente Galindo, quien impartió clases a Leonor después de aquella epifanía.
De cabello en tonos plateados y sonrisa cálida, Leonor observa recortes de noticias de otras épocas, cuando prestigiosos directores teatrales en Monterrey la invitaban a participar como protagonista en sus obras.
Pero su entrega de 15 años al teatro se disipó: en 2014, a Leonor le detectaron un tumor cerebral benigno. Tres años después tuvo cáncer de matriz.
En 2020 todo parece estar estable. Su prioridad ahora es dedicar tiempo a su familia y a su nieto pequeño.
Aunque no recuerda al teatro con nostalgia ni melancolía, Leonor se siente bendecida, porque una casualidad le cambió la vida.