Lucho Miranda cree que está en un bar casi todo el tiempo. Incluso cuando está en algunos restaurantes se refiere a ellos como “este bar de mierda”. Su dieta –cuando no pasa por etapas de desintoxicación– se reduce a comida chatarra y licor. Lucho debe pesar al menos 100 kilos, pero la agilidad con la que se sube a una tabla de skate hace pensar que lo que compone su masa corporal no puede ser otra cosa que algodón blando.

Nació en Perú, pero vivió la mayor parte de su vida en Boston, armando una colección enorme de vinilos y tablas. Cuando volvió a Lima definitivamente, decoró con su colección el bar Hensley, que fue en un principio un bar de skaters.

Un ruido como de cascabel delata sus movimientos, porque un llavero en el que junta las llaves de toda su vida le cuelga siempre del pantalón. Julai, uno de sus amigos más cercanos, dice que Lucho “llega sonando”.

Parece ser esa la descripción más sensata acerca de un tipo que ha dedicado más de la mitad de su vida a coleccionar sonidos. De hecho, algunos asumen que montó el bar con la única intención de escuchar la música que quiera sin que nadie lo joda.