Madelaine Caracas tiene una lista enorme de cosas que le indignan. En ellas, hay una en especial que no la deja en paz.
Atrás quedaron los días en que su agenda consistía en hablarle a la comunidad internacional sobre la represión de Daniel Ortega en Nicaragua. También los meses de rebeldía universitaria, en los que encaró al mismo Ortega en un diálogo nacional durante la crisis de 2018.
Desde entonces, vive muchas vidas: en Ciudad de México empieza a reconstruir su juventud interrumpida y busca también su estabilidad mental.
Las injusticias, el machismo, el no poder regresar a su país, los años robados por el régimen de su país le llenan de una inconformidad feroz. Pero, detrás de sus luchas políticas, una indignación latente le atraviesa al mirar durante horas un lienzo en blanco en el que no aparece nada.
Por alguna razón que no termina de entender, no puede tomar su pincel y hacer arte con aquella intensidad de los años previos a que su nombre saliera en los periódicos, tras leerle al presidente en voz alta la lista de los asesinados por la represión.