Manolo Leyva sostiene con firmeza varias hojas de papel, aproxima sus labios carnosos al micrófono y de su cuerpo magro de metro ochenta y uno de altura emana una voz apacible que recita: “un día tuvo un absceso debajo de la nalga de donde brotó pus y sangre revuelta con aceite”.
El fragmento es parte de un poema sobre La Barbie, un hombre de expresión femenina que hacía show travesti en los bares de Petatlán, parte de la Costa Grande de Guerrero, y que vivía atrás de la escuela primaria de Manolo. Fue ahí, en esa escuela, donde le gritaron “¡maricón!” por primera vez.
“Escribir es habitar otros cuerpos. Es vivir. Creo que ese es mi don”, dice.
Manolo también es maratonista. Hace cuatro años corrió el primero. Vestía un short corto de donde se asomaban los pliegues de sus nalgas y una camiseta rosa que mandó a hacer donde se leía: “Ni una menos”.
“Vale la pena quedarte sin aliento, correr con ampollas, con calambres. Trato siempre con esa consigna de mostrar un mensaje que pueda abrir un poquito la mente, de hacer impacto al menos en alguien”.
Ahora prepara su primer libro. “Es tiempo de recoger flores”, afirma.