Su negocio consiste en venderte algo después de cada corte de cabello. Desde Oaxaca y sin terminar la primaria, María Elena vino a la Ciudad de México. Aprendió a cortar el cabello y hace 40 años abrió la estética a la que le puso el nombre de su hija Gabriela. Hoy corta el cabello, ofrece y vende, pero quien cobra es su hijo, el último, que tiene la mitad del rostro paralizado por el cáncer.

Con las manos aceitosas y cubiertas de pequeñas tiras negras, María Elena se dirige a un estante de tres niveles que funciona soporte para varios frascos. Toma un spray cuyo envase transparente deja ver una sustancia parecida al suavizante de telas y lo rocía sin preguntar. “Es como una loción pero que te va a ayudar a que se desenrede”, dice después de escuchar el estornudo de su cliente. “No uso lociones”, responde entonces el joven. “Por eso. Es como las lociones, que se quita el olor”.