Comer un domingo en casa de Mariínha Pinto Gonçalves requiere paciencia: los invitados superan por mucho la cantidad de platos y de sillas. Ella acomoda fuentes de comida una al lado de otra sobre la mesa grande. Hijos, nietos y bisnietos rotan: se sientan a medida que encuentran lugar. Ni bien uno termina se levanta para dejar a otro, y así hasta que comen todos. No existe la noción de «sobremesa» porque no hace falta: conversación y música suceden en cualquier orden, desde que entra el primero hasta se va el último.
Mariínha llegó a Raposos después de casarse. El marido abrió una juguetería y en el piso de arriba ella crió seis hijos: Edna, Edson, Edinéia, Elenice, Elizabete, y Eloisa. Aunque la prole completa suma más de 40 personas, se pone contenta si además vienen con amigos. Pregunta: “¿Te gustó la comida?”, “¿Querés más?”. Sonríe: “Un placer conocerte”, “Volvé cuando quieras”.
La hospitalidad y la buena comida son valores de los que todo mineiro se enorgullece. El amor a Dios es otro. Mariínha lo inculca en sus nietos cada vez que acompaña la merienda con notitas que dicen, por ejemplo: “Pon tu mente en el espejo de la eternidad, pon tu alma en el esplendor de la gloria”.